Fuente: Proceso
Jose Reveles
Los cárteles mexicanos de la droga no conocen límites ni fronteras. Mediante fachadas que incluyen iglesias evangélicas y judías, la organización encabezada por Joaquín El Chapo Guzmán cuenta con una red para el lavado y triangulación de capitales que opera en Argentina, Uruguay y Chile. En su libro El cártel incómodo, el periodista José Reveles documenta los entretelones de esta trasnacionalización del narco. Con permiso de la casa editora Random House Mondadori y del autor, Proceso adelanta un fragmento de este volumen de inminente aparición.
Un buen día, no hace mucho tiempo, El Chapo encontró a la intemperie a su madre doña Consuelo Loera de Guzmán. Acompañada de varias mujeres más de La Tuna, sitio donde nació el capo y en el que su familia vivió durante muchos años: “No tenemos en dónde orar –respondió la señora cuando su hijo Joaquín le preguntó qué hacían bajo el rayo del sol–. Danos un cuartito para que podamos reunirnos con las hermanas…”
Poco tiempo después de la petición de la madre del Chapo, uno tras otro empezaron a llegar los camiones con los materiales para la construcción proyectada; previamente se tuvieron que hacer nuevos caminos para que pudieran transitar hasta La Tuna. Los vehículos transportaban cemento, varilla, cantera, madera, en suma, todo lo requerido por el templo que sería erigido y que habría de convertirse en un centro de convenciones y servicios ceremoniales al que hoy acuden fieles de más de 200 kilómetros a la redonda y de varios estados vecinos como Durango, Sonora, Chihuahua, Jalisco, Colima y Nayarit.
En el templo, cuyo número de hermanas y hermanos creció de manera desorbitada, no hay imágenes ni esculturas, tampoco hay crucifijos, vírgenes ni santos. Y es que los adeptos evangélicos cantan, rezan, predican e interpretan la Biblia sin mayores intermediarios, su religiosidad recuerda a la de los primeros cristianos de las catacumbas. Hasta las estribaciones serranas viajan los ministros de este culto, que en ocasiones incluso han sido auxiliados por hombres armados, cuando se les descompone o atasca el vehículo. Los caminos a La Tuna están rigurosamente vigilados y los creyentes no tienen problema alguno al circular hacia su centro ceremonial. Son órdenes directas del jefe.
Aunque pudiera ser una simple coincidencia, en agosto de 2009 se hizo pública la información de que, en la región del Chaco, Argentina, la mexicana María Alejandra López Madrid quería ceder el templo evangélico de La Roca a “un pastor mexicano vinculado con el narcotráfico”, cuyo nombre era Jerónimo López Valdez, a quien se presentaba en el lugar como un profeta. López Valdez pretendía tomar la iglesia como fachada para otros fines, mediante la entrega de recursos multimillonarios.
El encargado del templo, Gilberto Monzón, denunció a María López Madrid “como cabecilla del cártel mexicano de Sinaloa”. Poco tiempo después, esta mujer fue arrestada en Paraguay –desde donde hoy se busca extraditarla a Argentina– bajo la acusación de tener vínculos con el tráfico de efedrina. Este hecho ha dejado de manifiesto “lo que en su momento denunció Claudio Izaguirre, de la Asociación Argentina Antidrogas: que el cártel mencionado utiliza los templos religiosos como una fachada, ya que a través de donaciones hacia las instituciones religiosas y hacia otras fundaciones se efectivizaría el pago de los envíos de efedrina al exterior”, como se lee en alguna de las notas periodísticas del caso.
María López y el pastor López Valdez, ambos mexicanos, “querían explicar todos los beneficios que recibiría el templo, dijeron que viajarían a Paraguay y que a su regreso la iglesia iba a ser muy próspera”, apunta un reportaje de La Voz del Chaco. Esto ocurría a principios de 2009, poco antes de que ella fuera detenida, el 2 de mayo, por grupos antidroga en el aeropuerto internacional de Asunción, Paraguay. El delegado de la Asociación Antidrogas, Miguel Chamorro, llamó la atención sobre la injerencia del subsecretario de Culto de la provincia, José Mongeló, quien canalizó subsidios millonarios a la iglesia como un buen pretexto para sugerir que el pastor mexicano se encargara del templo.
Así pues, la Iglesia Evangélica del Nuevo Milenio de Resistencia, en el Chaco, Argentina, quiso ser utilizada como una “pantalla” para el giro de divisas hacia el exterior y para el lavado de dinero, concluyó el presidente de la Asociación Antidrogas de la República Argentina, Claudio Izaguirre. El escándalo que provocó el intento del presunto pastor mexicano, Jerónimo López Valdez, atrajo a periodistas, activistas sociales y policías de todo el país. La mexicana María Alejandra López Madrid, hoy presa en Paraguay, había llegado al Chaco apenas un par de años antes en calidad de lugarteniente, según todas las referencias públicas que hay del caso, del capo sinaloense.
Recientemente, el Dow Jones Newswires publicó que el pueblo de La Tuna, donde nació El Chapo, no ha cambiado mucho “excepto por la construcción tipo búnker que Guzmán mandó edificar para su madre y un templo evangélico para el grupo religioso con el que se reúne la señora”.
La conexión judía
A través de por lo menos 26 “agencias financieras ilegales”, el cártel de Sinaloa realizó 46 mil 169 operaciones bancarias y extrabancarias con dinero procedente de Argentina, Chile y Uruguay. Un par de periodistas judíos lograron establecer un nexo entre líderes ortodoxos del judaísmo argentino y los jefes del cártel de Sinaloa.
La pista que éstos siguieron surgió cuando se detectó el blanqueo de capitales operado por el rabino ortodoxo Samuel León Levín y las casas de inversión que, según la autoridad argentina, pertenecen al cártel de Sinaloa. Jorge Boimvaser y Daniel Schitman, que tienen el portal en internet La Voz y la Opinión, fueron los periodistas que lograron establecer la alianza financiera entre el rabino de Argentina y los sinaloenses.
Según fuentes de inteligencia mexicanas y organismos financieros internacionales, el rabino León Levín operaba mediante una bien estructurada y poderosa red de testaferros.
El sistema utilizado consistía en declarar donaciones recibidas en organizaciones y colegios, derivándolas luego para su manejo en mesas de dinero, desde donde entraban a circuitos financieros que terminaban por desembocar en las casas operadoras de capitales del cártel de Sinaloa. “Esta forma de manejo y triangulación fue difícil de detectar”, escribió el analista Expresión Ciudadana de Argentina, a lo que añadió: “Pero una vez que los investigadores hallaron la punta del ovillo, fueron descubriendo la red internacional tejida entre el rabinato judío ortodoxo de Buenos Aires, sus pares de Uruguay y Chile, y los poderosos barones de la droga en México”.
El lavado de dinero a través del cártel de Sinaloa no augura buenos resultados para la colectividad judía ahorradora de Buenos Aires. Y anota que hay antecedentes: “Realiza una actividad muy similar el grupo religioso que comanda el evangelista Luis Palau”, que se presenta cada cuatro años en distintos escenarios, mueve multitudes de fieles, en su mayoría llegados de sectores muy humildes, y dice recaudar, mediante el concepto de donaciones, millones de dólares.
Orejano concluye que “los cultos religiosos (judíos, católicos, evangélicos o de cualquier denominación) son una buena forma de lavar dinero, pues en general los organismos de control financiero prefieren no indagar demasiado en las finanzas de las colectividades religiosas”, por miedo a ser acusados y hostigados por perseguir la fe.
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