Fuente: Rio Doce
Javier Valdez
Lunes 03 de enero de 2011
Sicarios de narcotraficantes violan a jóvenes de secundaria Esa tarde, cuando no eran ni las siete, todo se quebró y cayó al suelo, podrido. Esas cuatro jóvenes secundarianas fueron obligadas a subir a una camioneta negra, de vidrios polarizados, por hombres de negro, armados y encapuchados.
Eran tres los que iban en la camioneta tipo Cherokee, sin placas de circulación. Otros cuatro viajaban atrás, en otro vehículo, cuyas características se desconocen.
Las jóvenes fueron interceptadas el miércoles 15 de diciembre, después de salir de la escuela secundaria Obrero Campesina, ubicada en la colonia del mismo nombre, al oriente de la ciudad.
Hora de salida del turno vespertino. Bolas de jóvenes, gritería, chucherías, jóvenes en ebullición expropiando las calles del sector: el cíber, la tienda, la casa en la que venden pan, los refrescos, las pesadas mochilas con útiles escolares, el cotorreo.
La luz del día ya se había ido. Oscuridad propicia para el delito, ciudad concupiscente con el matón, vecindad callada, rendida, con la mordaza automática ya instalada. Los gritos no sirvieron. El jaloneo de una de ellas con uno de los captores le valió un culatazo en la mejilla: todavía trae un morete en esa parte de la cara y sangre molida.
Son jóvenes de 12 a 15 años, de primero a tercer grado. Portaban su uniforme escolar de colores azul y amarillo. Los captores inmediatamente las sometieron y ya arriba de la camioneta les taparon la cara con las blusas para que no los vieran ni ubicaran el recorrido.
Eso no evitó que se percataran que uno de los captores, quienes portaban armas de alto poder, al parecer fusiles AK-47, conocidos como cuernos de chivo, traía una camiseta negra, con una calavera pintada en la parte frontal. Todos, de acuerdo con versiones de testigos, eran jóvenes no mayores de 25 años.
Una de las víctimas informó que pasaron por un retén de la Policía, aunque no se sabe de qué corporación, por una de las calles del sector, y luego de bajar el cristal y a pesar de que los agentes vieron que portaban armas de fuego, no los detuvieron ni para esculcarlos.
“Uno de los policías hasta les dijo ‘qué les vaya bien’, y uno se pregunta ¿dónde está el Gobierno?”, manifestó un pariente de una de las víctimas.
Los dos vehículos enfilaron hacia el fraccionamiento Montesierra, ubicado en lo alto de esta zona, y luego se metieron en la zona enmontada, contigua a este asentamiento. Ahí, en la oscuridad rasgada por sus voces y las luces altas de esos fanales, empezó el festín demencial de aquellos siete, quienes se peleaban por ser el primero en violar a las jóvenes.
Uno a uno fue abusando. Algunos lo hicieron mientras se burlaban, rechinaban los dientes —uno de los síntomas por el consumo de alcaloides, específicamente cocaína—, y escupían las partes de las víctimas. Los delincuentes, homicidas al servicio del narcotráfico, desgarraron las prendas de las secundarianas. Además las sometieron a vejaciones de todo tipo y les quemaron la piel con cigarros.
Las jóvenes terminaron con lesiones en espalda, brazos, nalgas, piernas, senos y entrepierna. Pero las peores heridas las llevan dentro y ha hecho que se mantengan encerradas, bocabajeadas, y con un tatuaje sicológico que difícilmente van a superar.
Una de las víctimas relató que todos ellos eran muy jóvenes y algunos con corte de pelo tipo militar.
“Como si fueran animales, o algo peor, no eran hombres, eran animales. No solo estaban borrachos, también iban drogados”, señaló un familiar de una de las víctimas, luego de recibir su versión de la violación.
Liberación y levantón
La jauría carnal, de abusos y desgarres, terminó alrededor de nueve horas después, alrededor de las 4.00 horas. Versiones extraoficiales señalan que los delincuentes traían a las jóvenes de regreso cuando se toparon con tres personas que iban en otra camioneta, y la interceptaron.
Los violadores sacaron a empujones y golpes a las jóvenes, luego de cerrarle el paso a quienes iban en la camioneta con la que se habían topado. ¡Bájenlas!, ¡Bájenlas!, gritó uno de ellos. Los homicidas sometieron a dos muchachos y una joven mujer que los acompañaba y los subieron a sus vehículos.
“Los muchachos lloraban como niños, les decían que no les hicieran nada, suplicaban. Pero a estas personas no les importó. Uno de ellos le pidió a otro que le hablaran al jefe, que avisaran que ya los habían encontrado, y se fueron”.
Ahí quedó encendida, a media calle, la camioneta en que iban aquellas nuevas víctimas.
Unos desconocidos las encontraron en la calle, con la ropa desgarrada y ensangrentadas. Les dieron ropa para que se cubrieran y las llevaron a sus casas esa madrugada.
En las calles de alrededor del plantel nadie sabe ni oyó nada. Algunos testigos habían señalado una casa ubicada por la calle Satélite, pero dijeron no saber. Hay mutis en tiendas, cíber, esquinas, viviendas. Mordaza.
Se quedó arriba
La joven mira y pasea la mirada sin moverse de su lugar. Se queda quieta, ausente. De repente se incorpora y grita y echa a correr. Les dice a sus amigos y parientes que han estado cerca de ella que ahí vienen, que son ellos, que han vuelto por ella. Y no volvió a la escuela, a pesar de que le faltaban unos cuantos días para salir de vacaciones. Tampoco quiere seguir estudiando ni salir ni someterse a terapia sicológica.
“No quedó bien ella, de una, así, de repente, arranca, se va corriendo como loca, gritando esos son, ahí vienen. No quedó bien. Quedó arriba”, dijo un familiar.
Los parientes, agregó, se movieron rápido para llevar a una de las menores con el médico, para que atendiera sus heridas y evitar además embarazos e infecciones.
Un por qué sin respuesta
Ella, una de las más cercanas de una de las jóvenes secundarianas, se pregunta por qué.
“Si hay quienes deben, pues que les cobren, porque andan en eso, en el ‘negocio’, pero a estas niñas, tan jóvenes, a ellas ¿por qué?, ¿por qué tanta saña, tanta crueldad?”, se preguntó.
Y piden al Gobierno que se presente, aplique la ley y haya justicia. Y rápido se pregunta, “pero, ¿dónde está el Gobierno?, ¿quién manda aquí?”.
Aquella de cuatro jóvenes, con buenas calificaciones en la escuela y sueños de seguir estudiando y cursar la carrera de administración de empresas, se queda ida, en un viaje que no la lleva a ningún lado, sumida en su dolor: ese abismo oscuro, insondable y amenazante, que la hace gritar, ahí vienen, esos son, y correr, echar a correr, demencial, sin rumbo ni medida.
Incidencia
Datos de la Procuraduría General de Justicia de Sinaloa indican una ligera disminución de casos de violación en el estado durante el 2010. En el 2005 hubo 129 denuncias, 116 en el 2006, 135 en el 2007, 120 en el 2008, 145 en el 2009, y en el 2010, que está a punto de concluir, sumaron 112 casos.
El mes que en estos cinco años ha tenido mayor incidencia es enero de 2005, y en el 2010 los de más casos son marzo, con 17, mayo con 13 y octubre con 14 denuncias.
—112 denuncias por violación.
En el 2010.
—129 denuncias por violación.
En el 2005.
—145 denuncias por violación.
En el 2009.
Las jóvenes fueron interceptadas el miércoles 15 de diciembre, después de salir de la escuela secundaria Obrero Campesina, ubicada en la colonia del mismo nombre, al oriente de la ciudad.
Hora de salida del turno vespertino. Bolas de jóvenes, gritería, chucherías, jóvenes en ebullición expropiando las calles del sector: el cíber, la tienda, la casa en la que venden pan, los refrescos, las pesadas mochilas con útiles escolares, el cotorreo.
La luz del día ya se había ido. Oscuridad propicia para el delito, ciudad concupiscente con el matón, vecindad callada, rendida, con la mordaza automática ya instalada. Los gritos no sirvieron. El jaloneo de una de ellas con uno de los captores le valió un culatazo en la mejilla: todavía trae un morete en esa parte de la cara y sangre molida.
Son jóvenes de 12 a 15 años, de primero a tercer grado. Portaban su uniforme escolar de colores azul y amarillo. Los captores inmediatamente las sometieron y ya arriba de la camioneta les taparon la cara con las blusas para que no los vieran ni ubicaran el recorrido.
Eso no evitó que se percataran que uno de los captores, quienes portaban armas de alto poder, al parecer fusiles AK-47, conocidos como cuernos de chivo, traía una camiseta negra, con una calavera pintada en la parte frontal. Todos, de acuerdo con versiones de testigos, eran jóvenes no mayores de 25 años.
Una de las víctimas informó que pasaron por un retén de la Policía, aunque no se sabe de qué corporación, por una de las calles del sector, y luego de bajar el cristal y a pesar de que los agentes vieron que portaban armas de fuego, no los detuvieron ni para esculcarlos.
“Uno de los policías hasta les dijo ‘qué les vaya bien’, y uno se pregunta ¿dónde está el Gobierno?”, manifestó un pariente de una de las víctimas.
Los dos vehículos enfilaron hacia el fraccionamiento Montesierra, ubicado en lo alto de esta zona, y luego se metieron en la zona enmontada, contigua a este asentamiento. Ahí, en la oscuridad rasgada por sus voces y las luces altas de esos fanales, empezó el festín demencial de aquellos siete, quienes se peleaban por ser el primero en violar a las jóvenes.
Uno a uno fue abusando. Algunos lo hicieron mientras se burlaban, rechinaban los dientes —uno de los síntomas por el consumo de alcaloides, específicamente cocaína—, y escupían las partes de las víctimas. Los delincuentes, homicidas al servicio del narcotráfico, desgarraron las prendas de las secundarianas. Además las sometieron a vejaciones de todo tipo y les quemaron la piel con cigarros.
Las jóvenes terminaron con lesiones en espalda, brazos, nalgas, piernas, senos y entrepierna. Pero las peores heridas las llevan dentro y ha hecho que se mantengan encerradas, bocabajeadas, y con un tatuaje sicológico que difícilmente van a superar.
Una de las víctimas relató que todos ellos eran muy jóvenes y algunos con corte de pelo tipo militar.
“Como si fueran animales, o algo peor, no eran hombres, eran animales. No solo estaban borrachos, también iban drogados”, señaló un familiar de una de las víctimas, luego de recibir su versión de la violación.
Liberación y levantón
La jauría carnal, de abusos y desgarres, terminó alrededor de nueve horas después, alrededor de las 4.00 horas. Versiones extraoficiales señalan que los delincuentes traían a las jóvenes de regreso cuando se toparon con tres personas que iban en otra camioneta, y la interceptaron.
Los violadores sacaron a empujones y golpes a las jóvenes, luego de cerrarle el paso a quienes iban en la camioneta con la que se habían topado. ¡Bájenlas!, ¡Bájenlas!, gritó uno de ellos. Los homicidas sometieron a dos muchachos y una joven mujer que los acompañaba y los subieron a sus vehículos.
“Los muchachos lloraban como niños, les decían que no les hicieran nada, suplicaban. Pero a estas personas no les importó. Uno de ellos le pidió a otro que le hablaran al jefe, que avisaran que ya los habían encontrado, y se fueron”.
Ahí quedó encendida, a media calle, la camioneta en que iban aquellas nuevas víctimas.
Unos desconocidos las encontraron en la calle, con la ropa desgarrada y ensangrentadas. Les dieron ropa para que se cubrieran y las llevaron a sus casas esa madrugada.
En las calles de alrededor del plantel nadie sabe ni oyó nada. Algunos testigos habían señalado una casa ubicada por la calle Satélite, pero dijeron no saber. Hay mutis en tiendas, cíber, esquinas, viviendas. Mordaza.
Se quedó arriba
La joven mira y pasea la mirada sin moverse de su lugar. Se queda quieta, ausente. De repente se incorpora y grita y echa a correr. Les dice a sus amigos y parientes que han estado cerca de ella que ahí vienen, que son ellos, que han vuelto por ella. Y no volvió a la escuela, a pesar de que le faltaban unos cuantos días para salir de vacaciones. Tampoco quiere seguir estudiando ni salir ni someterse a terapia sicológica.
“No quedó bien ella, de una, así, de repente, arranca, se va corriendo como loca, gritando esos son, ahí vienen. No quedó bien. Quedó arriba”, dijo un familiar.
Los parientes, agregó, se movieron rápido para llevar a una de las menores con el médico, para que atendiera sus heridas y evitar además embarazos e infecciones.
Un por qué sin respuesta
Ella, una de las más cercanas de una de las jóvenes secundarianas, se pregunta por qué.
“Si hay quienes deben, pues que les cobren, porque andan en eso, en el ‘negocio’, pero a estas niñas, tan jóvenes, a ellas ¿por qué?, ¿por qué tanta saña, tanta crueldad?”, se preguntó.
Y piden al Gobierno que se presente, aplique la ley y haya justicia. Y rápido se pregunta, “pero, ¿dónde está el Gobierno?, ¿quién manda aquí?”.
Aquella de cuatro jóvenes, con buenas calificaciones en la escuela y sueños de seguir estudiando y cursar la carrera de administración de empresas, se queda ida, en un viaje que no la lleva a ningún lado, sumida en su dolor: ese abismo oscuro, insondable y amenazante, que la hace gritar, ahí vienen, esos son, y correr, echar a correr, demencial, sin rumbo ni medida.
Incidencia
Datos de la Procuraduría General de Justicia de Sinaloa indican una ligera disminución de casos de violación en el estado durante el 2010. En el 2005 hubo 129 denuncias, 116 en el 2006, 135 en el 2007, 120 en el 2008, 145 en el 2009, y en el 2010, que está a punto de concluir, sumaron 112 casos.
El mes que en estos cinco años ha tenido mayor incidencia es enero de 2005, y en el 2010 los de más casos son marzo, con 17, mayo con 13 y octubre con 14 denuncias.
—112 denuncias por violación.
En el 2010.
—129 denuncias por violación.
En el 2005.
—145 denuncias por violación.
En el 2009.
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