Fuente: Milenio Semanal
En 24 horas, del primero al dos de octubre, explotaron cuatro granadas en Monterrey, hiriendo a niños y civiles inocentes. No fue una agresión entre sicarios, sino narcoterrorismo contra instalaciones oficiales.
- 2010-10-10 | Milenio semanal
Al menos 12 personas resultaron heridas al estallar una granada en Guadalupe, Nuevo León. Foto: Juan Carlos Pérez/ Notimex
La ciudad aún se aletarga por los estragos del huracán Alex. Nunca había llovido tanto en esta ciudad, fundada por judíos sefarditas el 20 de septiembre de 1596. Pero no es de las calles con cráteres, ni de los deslaves que ponen en peligro tanto a jodidos como a ricos, ni de las rutas que la Comisión Estatal de Transporte ha improvisado para que la gente llegue a su destino de lo que aquí se habla, sino de las cuatro granadas que explotaron en menos de 24 horas. Otro récord. Había indicios de que las cabezas de los principales cárteles del país operaban desde hace años en esta región norteña, pero fue hasta hace poco cuando se soltó el diablo.
Es domingo. La plaza principal del municipio de Guadalupe, a un costado del imponente Cerro de la Silla, parece el escenario de un velorio. Un par de mujeres conversa quedito sobre el percance de anoche y una familia le compra dulces a una anciana que, desde su silla de ruedas, dice haberse enterado por las noticias. Pensó que con el escándalo la plaza estaría llena y los dulces de guayaba, cacahuate y cajeta volarían como pan caliente, “pero los tiempos han cambiado”, comenta, resignada. “La gente prefiere quedarse en su casa y no exponerse. Para qué sale, ¿no cree usted?”. Como dice un amigo periodista, en los velorios de perdido la gente bromea un poco al compás de la noche y de los tragos.
En un extremo de la plaza hay una escuela primaria y a un costado está el Teatro Municipal. En medio hay un quiosco y al otro extremo la iglesia y el edificio de la alcaldía, hermanados por la historia y ahora por un percance. En la parte alta de la presidencia municipal cuelgan aún las letras luminosas de tres colores estrenadas en la fiesta del Grito de Independencia: “Viva México 2010”. Atrás de la alcaldía hay otra escuela. Alrededor de la plaza hay pequeños restaurantes, estéticas, expendios de tacos y aguas frescas y la oficina de recaudación de impuestos del municipio.
Los dos únicos boleros prefieren no hablar del tema. Se limitan a mostrar los periódicos y sanseacabó. Los policías municipales que resguardan el área acordonada con un listón naranja hablan aún menos. Otros rumoran que cuatro patrullas de la Policía de Guadalupe le despejaron el camino a las dos camionetas del comando que arrojó la granada que hirió a 14 civiles, entre ellos a seis niños, pero el vendedor de elotes hace mutis y el paletero mejor ni se detiene cuando sabe que no van a comprar sino a preguntar. Los agentes de Tránsito tampoco son de fiar: el miércoles 29 de septiembre el director de Tránsito de Cerralvo fue detenido por miembros del Ejército por pertenecer a una banda que tenía secuestrada a cuatro personas. José Gerardo Garza Mendoza, El Gory, fue consignado por la PGR acusado de secuestro, robo de vehículos, portación de armas de uso exclusivo del Ejército y delincuencia organizada.
Es mediodía. Parte de la plaza, la que da a la Presidencia Municipal y a la iglesia, se encuentra restringida. En las calles cercanas hay tipos corpulentos con lentes oscuros que pueden ser halcones, policías o las dos cosas. Es mejor no comprobarlo. Tienen cara de pocos amigos. Un fotógrafo hace algunas tomas y uno de los policías le pide que mejor se vaya, que la plaza está caliente. Es obvio que no se refieren sólo a la temperatura ambiente, que parece quemar la piel.
El Ejército y la Policía Federal frente al Palacio Municipal de Guadalupe. Foto: Reuters
LOS ROSTROS DEL MIEDO
A las 22:00 horas del sábado las familias de Guadalupe tomaban el fresco o conversaban en las bancas de la plaza. Había unas 60 personas. Quince minutos después un estruendo desquebrajó la tranquilidad. Algunos se tiraron al suelo, otros se protegieron en el kiosco, en los matorrales de la plaza o salieron corriendo. Entre los que se alejaban iba un joven alto de aproximadamente 23 años. Antes brincó el kiosco por uno de los andenes y arrojó un artefacto. Iba ya por la calle Hidalgo, donde subió a una de dos camionetas estacionadas allí en doble fila, cuando se oyó la detonación. Al arrancar dieron vuelta al sur, por Arteaga y, al llegar a Chapultepec, un supuesto retén de policías municipales bloqueó la calle. Los delincuentes huyeron sin contratiempos hacia Eloy Cavazos, donde se perdieron en la boca de lobo que es toda noche de sábado.Pronto la plaza se empezó a poblar de nuevo. Esta vez de militares, policías federales y estatales, elementos de la Cruz Roja, personal antibombas y Protección Civil. Para el procurador de Justicia, Alejandro Garza y Garza, “el índice de inseguridad en el estado ha disminuido por los golpes que la autoridad ha dado a la delincuencia”. Cuatro explosiones en menos de 24 horas parecen decir lo contrario. Rodrigo Medina, gobernador de Nuevo León, dio la cara horas después al hacer un llamado para reafirmar los valores de la sociedad durante la inauguración del Segundo Encuentro Mundial Valores y Cultura de la Legalidad.
Policías buscan evidencias en el lugar donde estalló el artefacto. Foto: Reuters
LA CENA AMARGA
Guillermo Berrones cenaba con su mujer y su hija en un restaurante de antojitos mexicanos frente a la plaza. “Había ambiente festivo, de fin de semana, y antes de entrar al lugar le acababa de comentar a mi hija que me gustaba el centro de Guadalupe para vivir. Eran las 10:25 cuando escuchamos un estruendo terrible en la plaza (…) el dueño del restaurante intentaba tranquilizar a sus clientes, con el rostro pálido y desencajado se asomó a la puerta y regresó como autómata. Nos pusimos de pie sin movernos, nadie se tiró al suelo como dicen que se debe hacer en estos casos, pero tampoco nadie esperamos vivir una experiencia así”.“¡Una bomba!, dijo mi mujer, y a mi hija se le enrojecieron los ojos pidiéndome que nos refugiáramos en el fondo del restaurante. Temblaba de pánico. Traté de tranquilizarla, diciéndole que allí estábamos seguros pero en realidad lo dudaba. Tomé el celular y llamé a mi hija mayor, que vive por el centro de Guadalupe, para cerciorarme que estuviese en casa con su esposo y no en la plaza a donde acostumbran pasear a su hijo de cinco años. Me asomé a la puerta esperando, deseando que hubiese sido un neumático o un accidente por otros motivos, pero el estruendo había sido mayor que un ‘moflazo’. Entre la iglesia de Guadalupe y el palacio municipal una bocanada de humo se disipaba pesadamente. Un gordo policía huía alejándose del lugar, buscando refugio. Gritaban hombres y mujeres pidiendo auxilio; curiosamente no escuché el llanto de los niños que unos minutos más tarde vi heridos. Una niña sangraba de la cabeza; una mujer embarazada renqueaba y un hombre joven, calvo, pedía que atendieran a los niños. Cerca de la iglesia se veían otras personas heridas. Dos patrullas llegaron y también una granadera, y ahí subieron a tres de los niños lesionados. Nadie sabía qué hacer. Después vinieron las ambulancias y más patrullas. Acordonaron el área y, como siempre sucede, los bomberos y el Ejército aparecieron después de 20 minutos”.
Bien dicen que el dos de octubre no se olvida.
Margarito Cuéllar
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