Fuente: Proceso
Marcela Turati
Marcela Turati
La gente abandonó Ciudad Mier porque los enfrentamientos entre el cártel del Golfo y Los Zetas arrasaron escuelas, comercios, cuarteles de policía y oficinas de gobierno. Quien llega ahí ve la obra de hordas bárbaras, y sí: son los sicarios del narco. Uno de tantos damnificados de la errática estrategia federal antinarco expresa su sentimiento desde un albergue: “Si el Ejército no puede venir a defendernos, que nos manden armas para defendernos”.
CIUDAD ALEMÁN, TAMPS., 14 de noviembre (Proceso).- Paquetes con botellas de agua purificada yacen en un rincón del salón de baile convertido en albergue donde algunas mujeres expurgan bultos de ropa recién donada. Son las dos de la tarde y los damnificados se levantan de las colchonetas desde donde contemplaban el paso del día para sentarse en mesas de plástico a esperar el plato desechable con los alimentos.
A ellos no los sacó de su casa una inundación o un terremoto. Fue el huracán de la violencia, que se estacionó sobre Ciudad Mier, su pueblo, el que les trituró la vida. Los más de 300 inquilinos de este albergue estrenan el primer campamento abierto para refugiados de la guerra mexicana del narcotráfico.
La vida anterior de estos refugiados no fue fácil. Dormían de día, pasaban la noche tumbados sobre el piso, apretujados adentro de un baño, detrás del refrigerador, encerrados en el clóset, engañándose con que así salvarían la vida. Se trasladaban a gatas dentro de casa. Se imponían toque de queda desde las cinco de la tarde y nadie tenía permitido acercarse a las ventanas.
“Ya tiene mucho tiempo que empezó eso de los bombardeos, pero ahora es todo el día, desde la madrugada, toda la mañana, todo el día”, narra una mujer recostada en una pila de colchonetas. Una vecina tendida en las colchonetas contiguas agrega: “Antes las balaceras ocurrían nada más cada tercer o cuarto día, pero los últimos días eran insoportables. Había demasiada balacera, demasiado bombardeo, andaban adentro del solar, barrían todas las casas, ya no sólo algunas”.
El mal tiempo empezó el 23 de febrero, cuando 40 camionetas tripuladas por hombres armados del cártel del Golfo entraron al pueblo a secuestrar a todos los policías, robar las armas y radios, quemar casas y se llevaron familias enteras, para quitárselo a Los Zetas, sus aliados por 12 años, ahora enemigos a muerte. Nueve meses después, el municipio permanece como campo de batalla. Los Zetas contraatacaron la semana pasada a raíz de que la Marina mató a Ezequiel Cárdenas Guillén, Tony Tormenta, líder del cártel del Golfo y su exaliado.
Por los nueve meses de balaceras y granadazos las construcciones coloniales de Mier –como la alcaldía y la iglesia construida en 1793, desde la fundación del pueblo– lucen cacarizas. El paisaje es el de una invasión bárbara con autos, casas, negocios, patrullas y el cuartel de policía calcinados.
Extracto del reportaje que se publica en la edición 1776 de la revista Proceso, ya en circulación.
CIUDAD ALEMÁN, TAMPS., 14 de noviembre (Proceso).- Paquetes con botellas de agua purificada yacen en un rincón del salón de baile convertido en albergue donde algunas mujeres expurgan bultos de ropa recién donada. Son las dos de la tarde y los damnificados se levantan de las colchonetas desde donde contemplaban el paso del día para sentarse en mesas de plástico a esperar el plato desechable con los alimentos.
A ellos no los sacó de su casa una inundación o un terremoto. Fue el huracán de la violencia, que se estacionó sobre Ciudad Mier, su pueblo, el que les trituró la vida. Los más de 300 inquilinos de este albergue estrenan el primer campamento abierto para refugiados de la guerra mexicana del narcotráfico.
La vida anterior de estos refugiados no fue fácil. Dormían de día, pasaban la noche tumbados sobre el piso, apretujados adentro de un baño, detrás del refrigerador, encerrados en el clóset, engañándose con que así salvarían la vida. Se trasladaban a gatas dentro de casa. Se imponían toque de queda desde las cinco de la tarde y nadie tenía permitido acercarse a las ventanas.
“Ya tiene mucho tiempo que empezó eso de los bombardeos, pero ahora es todo el día, desde la madrugada, toda la mañana, todo el día”, narra una mujer recostada en una pila de colchonetas. Una vecina tendida en las colchonetas contiguas agrega: “Antes las balaceras ocurrían nada más cada tercer o cuarto día, pero los últimos días eran insoportables. Había demasiada balacera, demasiado bombardeo, andaban adentro del solar, barrían todas las casas, ya no sólo algunas”.
El mal tiempo empezó el 23 de febrero, cuando 40 camionetas tripuladas por hombres armados del cártel del Golfo entraron al pueblo a secuestrar a todos los policías, robar las armas y radios, quemar casas y se llevaron familias enteras, para quitárselo a Los Zetas, sus aliados por 12 años, ahora enemigos a muerte. Nueve meses después, el municipio permanece como campo de batalla. Los Zetas contraatacaron la semana pasada a raíz de que la Marina mató a Ezequiel Cárdenas Guillén, Tony Tormenta, líder del cártel del Golfo y su exaliado.
Por los nueve meses de balaceras y granadazos las construcciones coloniales de Mier –como la alcaldía y la iglesia construida en 1793, desde la fundación del pueblo– lucen cacarizas. El paisaje es el de una invasión bárbara con autos, casas, negocios, patrullas y el cuartel de policía calcinados.
Extracto del reportaje que se publica en la edición 1776 de la revista Proceso, ya en circulación.
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