El loco
“Al andar buscando la perfección y la sabiduría me di cuenta, que la perfección no existe, ni la sabiduría total. Creo que hay algo que se asemeja y se llama humildad, honradez, amor, generosidad, paciencia, aceptación, justicia verdadera” -espero que este pensamiento lo tomen muy en serio, el estar aquí con nosotros, ser parte de este grupo es un verdadero privilegio, ustedes lo saben- dijo Nazario a todos los jóvenes que se encontraban observándolo y escuchándolo detenidamente en aquel salón de una enorme casa incrustada en el campo.
Con voz ronca y una sonrisa, que sin duda encerraba un misterio aterrador, seguía diciendo a los nuevos “aprendices” –traten de hacer el bien con el Don que Dios les dio, usen los poderes de la mente y vivan como Dios manda con humildad-.
Los pupilos seguían mirando con anonadada atención, al grado que ni siquiera parpadeaban; no respiraban, no se movían. Lo único que se escuchaba en esa habitación era el roce del gis blanco en el pizarrón y nada más.
Todos tenían que apuntar lo revelado por Nazario que, definitivamente, no podían ni debían olvidar. Todos y cada uno de ellos eran parte ya de La Familia Michoacana. Esa misma noche acudirían a su primera misión y aplicarían lo que Nazario con tanta oscuridad y vehemencia les había enseñado. Así pues partieron para estar bien preparados para esa noche, pues sería un golpe importante para dicho cartel.
Nazario era dueño de una mente con una agilidad y una fe como pocas. Era hora de la comida y en ese enorme comedor de mármol italiano con retoques de oro no se podía ingerir alimento alguno si no se oraba antes. Tanta opulencia chocaba con la “ideología” de Nazario, en lo absoluto se podía apreciar en ningún rincón una pincelada de humildad.
Esa tarde comería solo, aunque solía decir que ‘su alma y Dios nuestro Señor le acompañaban’, pero tal vez era una forma de engañarse a sí mismo y esconder su profunda soledad. –Gracias Dios mío por permitirme alimentarme, por acabar con mis enemigos que dañan mi negocio que con tanto amor me has dado, te pido por las almas de todos aquellos que he matado, tú sabes que no ha sido mi intención dañarlos, pero a veces tenemos que terminar con esas almas perdidas para que con tu infinita misericordia los cobijes con tu manto de amor- rezó Nazario.
Petra y Clotilde, las muchachas, no daban crédito a lo que escuchaban; temerosas e incrédulas comenzaron a servir la crema de elote que tanto le gustaba a su patrón. Mientras sopeaba su crema, Nazario leía algunos pasajes de La Santa Biblia, con sus pastas bañadas de oro, que siempre tenía a su lado mientras ingería sus alimentos. La leía con tal atención que la mayoría de las veces las muchachas tenían que recalentar su comida varias veces, porque eso sí, le podía enojar de sobremanera que sus alimentos estuvieran fríos.
Finalmente terminó y se retiró a su cuarto para tomar una siesta. La noche estaba pronta a llegar y necesitaba tener todas las energías necesarias para enfrentar lo que sabía sería algo sumamente difícil.
Antes de cerrar los ojos decidió escribir en su libreta Louis Vuitton un pensamiento, mismo que más tarde se convertiría en un nuevo mandamiento de la biblia michoacana, de la biblia de La Familia.
–Bueno, los muchachos lo tiene claro, pero por ningún motivo deben de consumir drogas; son malas, dañinas, lastiman el cuerpo y la mente y terminan por destruir el alma y por supuesto la familia a la que pertenecen, lo mismo pasa con el alcohol, pues genera adicción y les puede causar la muerte, además de ser un peligro si están manejando, así que jamás deben de conducir a exceso de velocidad- Nazario se decía a si mismo mientras seguía “escupiendo” esos pensamientos en su fina libreta.
Tanto Petra como Clotilde se la pasaban recogiendo por toda la mansión tarjetas con pensamientos escritos, era una obsesión de Nazario; igual las dejaba en el baño, que en la sala o el jardín; la orden era muy clara: cualquier pensamiento que encontraran debía ser llevado a una caja de caoba guardada cuidadosamente bajo la cama de Nazario.
“Deben siempre portarse con humildad y respetar, por sobre todas las cosas, a los ciudadanos y si algún día roban y violentan a alguna mujer serán severamente castigados” decía una de las tarjetas que se encontró Petra –mira Cloti lo que dice este pinche papel, me cae de madres que este viejo cabrón sí está bien pinche loco- ambas rieron con cierta sorna, pero también con cautela de que su patrón se percatara, porque de hacerlo, sabían perfectamente que les iría muy mal.
Nazario se encontraba sumido en un profundo sueño resultado del cansancio físico y mental. Habían nubes por todos lados, eran blancas, suaves, tímidas y espesas; se abrían sutilmente para dar paso a la luz que deseaba cortarlas. De repente aparecieron los pies de Nazario, se encontraba temeroso, perdido; lo único que hacía era caminar mirando con ojos desorbitados y confundido. Las nubes seguían acompañándole a cada paso. -¿Quién eres tú?- le preguntó una voz, -Soy Nazario- le contestó. Sin darse cuenta una brillante luz apareció frente a él. Nazario se quedó perplejo e inmóvil. La voz dijo -¿A caso no tienes miedo por todo el mal que haces?- y siguió –has matado gente a diestra y siniestra sin remordimiento alguno, has emprendido batallas sangrientas contra inocentes, has dejado familias sin padres, sin madres e hijos. Tu ambición por el dinero, el poder y el control son desmedidos e imperdonables– Nazario, con la voz entrecortada, trató de interrumpirlo para intentar defenderse, pero la voz no se lo permitió -¡Nada, no hay justificación alguna, peor aún, has tomado la Palabra para resarcir tu daño y tu maldad, pero bien sabes que eso no te salvará de la ira del Señor!- Nazario cayó de espaldas y comenzó a arrastrarse para atrás, lo hacía lo más rápido posible mientras la luz trataba de alcanzarlo. Nazario se movía más rápido y más rápido y justo cuando la luz estaba a punto de engullirlo, se precipitó al vacío. -¡Ayúdenme, ayúdenme!- los gritos eran tan fuertes que lograron escucharse hasta el jardín donde se encontraban los choferes; todos subieron de inmediato, por su mente se atravesaban las más duras imágenes… algún enemigo había entrado a esa gran fortaleza para ejecutar al patrón.
Nazario seguía gritando desesperadamente, la puerta estaba cerrada por dentro con seguro. Sólo se escucharon tres tiros “pum – pum – pum”. Cuando la servidumbre logró derribar la puerta se percataron de que no había nadie, solo Nazario quien, empapado en sudor, pedía ayuda. Las muchachas se acercaron y trataron de tranquilizarlo -patrón, patrón, no pasa nada, estamos aquí, todo fue una pesadilla- le decía Petra, pero él insistía -¡No, no, no, no, todo fue verdad, Dios me dijo que no me perdonará, soy un maldito asesino. ¡Tengo miedo, tengo miedo!– gritaba degañitándose. Tuvieron que darle una pastilla para que se tranquilizara.
Sólo pasaron un par de horas más. José, su asistente, tenía la orden precisa de despertarlo para llevarle a la cita de esa noche. Y así lo hizo. En el camino y todavía algo atolondrado por la droga que le habían dado, Nazario confió a su asistente –Ésta es la última José, me retiro de esto y quiero vivir mi vida, tratar de enmendar todo el daño que he hecho– José, incrédulo, pensando que tal vez eran los efectos de la droga los que hablaban, le recordó –Señor, usted mismo lo ha dicho infinidad de veces: sólo muerto se puede salir de esto, y a veces, ni así se sale– Nazario comenzó a llorar. Por primera vez en mucho tiempo sentía miedo. La decisión no era precisamente efecto de su sueño, sino una realidad que vivía de unos meses para acá; el cártel de la Familia Michoacana iba en declive y estaba a punto de resquebrajarse.
El trabajo de esa noche consistía en recibir la mercancía; eran más de 40 millones de dólares en cocaína, uno de los embarques más fuertes de los últimos meses. Todo estaba perfectamente sincronizado como reloj suizo, distintas plazas de los estados estaban en juego y esa noche se pondrían a prueba.
Tan pronto llegaron comenzó la transacción. Todo iba a pedir de boca; en silencio y sólo en su mente, Nazario sabía que debía retirarse antes de acabar en un ataúd. La decisión estaba tomada y ahora sólo tenía que buscar la forma y momento adecuado para hacerlo público. Con los millones y millones de pesos guardados quería redimirse, comenzaría a construir centros de rehabilitación para adictos, ayudar a pobres, niños, ancianos.
Su deseo era grande, tal vez honesto, y porque no decirlo, auténtico. Cuando la operación estaba a punto de concretarse, ráfagas de balas quebraron el silencio del lugar. Cuatro de ellas se alojaron en el cuerpo de Nazario. Eran militares y marinos quienes alertados por una llamada anónima habían dado con el lugar de dicha millonaria transacción de droga. Ahí quedó muerto Nazario Moreno González, uno de los líderes y fundador de la Familia Michoacana.
Las buenas intenciones de Nazario no le alcanzaron ni siquiera para el tiempo le tomó realmente desearlo.
Su cuerpo fue llevado a la morgue de Morelia y en su bolsillo encontraron una mini-Biblia en la cual había escrito de su puño y letra los mandamientos para los integrantes de su familia. Sangre y muerte en nombre de Dios; drogas y corrupción con doctrina religiosa. Un discurso doble: cuidar a los ciudadanos, mientras que ellos mismos eran quienes los maltrataban.
En efecto, ese sueño con Dios había sido una pesadilla, ahora el castigo eterno.
José, el asistente, había recibido minutos antes esa pequeña Biblia como un regalo de Nazario quien le había hablado como a un hijo mientras intercambiaban lugares en la camioneta.
No podría asegurarlo del todo, pero hay algo que me dice que el inventor de esa doctrina partió minutos antes entre sus nubes imaginarias. A fin de cuentas, ¿Cuántos realmente fuera de La Familia conocen el verdadero rostro de Nazario?
Con voz ronca y una sonrisa, que sin duda encerraba un misterio aterrador, seguía diciendo a los nuevos “aprendices” –traten de hacer el bien con el Don que Dios les dio, usen los poderes de la mente y vivan como Dios manda con humildad-.
Los pupilos seguían mirando con anonadada atención, al grado que ni siquiera parpadeaban; no respiraban, no se movían. Lo único que se escuchaba en esa habitación era el roce del gis blanco en el pizarrón y nada más.
Todos tenían que apuntar lo revelado por Nazario que, definitivamente, no podían ni debían olvidar. Todos y cada uno de ellos eran parte ya de La Familia Michoacana. Esa misma noche acudirían a su primera misión y aplicarían lo que Nazario con tanta oscuridad y vehemencia les había enseñado. Así pues partieron para estar bien preparados para esa noche, pues sería un golpe importante para dicho cartel.
Nazario era dueño de una mente con una agilidad y una fe como pocas. Era hora de la comida y en ese enorme comedor de mármol italiano con retoques de oro no se podía ingerir alimento alguno si no se oraba antes. Tanta opulencia chocaba con la “ideología” de Nazario, en lo absoluto se podía apreciar en ningún rincón una pincelada de humildad.
Esa tarde comería solo, aunque solía decir que ‘su alma y Dios nuestro Señor le acompañaban’, pero tal vez era una forma de engañarse a sí mismo y esconder su profunda soledad. –Gracias Dios mío por permitirme alimentarme, por acabar con mis enemigos que dañan mi negocio que con tanto amor me has dado, te pido por las almas de todos aquellos que he matado, tú sabes que no ha sido mi intención dañarlos, pero a veces tenemos que terminar con esas almas perdidas para que con tu infinita misericordia los cobijes con tu manto de amor- rezó Nazario.
Petra y Clotilde, las muchachas, no daban crédito a lo que escuchaban; temerosas e incrédulas comenzaron a servir la crema de elote que tanto le gustaba a su patrón. Mientras sopeaba su crema, Nazario leía algunos pasajes de La Santa Biblia, con sus pastas bañadas de oro, que siempre tenía a su lado mientras ingería sus alimentos. La leía con tal atención que la mayoría de las veces las muchachas tenían que recalentar su comida varias veces, porque eso sí, le podía enojar de sobremanera que sus alimentos estuvieran fríos.
Finalmente terminó y se retiró a su cuarto para tomar una siesta. La noche estaba pronta a llegar y necesitaba tener todas las energías necesarias para enfrentar lo que sabía sería algo sumamente difícil.
Antes de cerrar los ojos decidió escribir en su libreta Louis Vuitton un pensamiento, mismo que más tarde se convertiría en un nuevo mandamiento de la biblia michoacana, de la biblia de La Familia.
–Bueno, los muchachos lo tiene claro, pero por ningún motivo deben de consumir drogas; son malas, dañinas, lastiman el cuerpo y la mente y terminan por destruir el alma y por supuesto la familia a la que pertenecen, lo mismo pasa con el alcohol, pues genera adicción y les puede causar la muerte, además de ser un peligro si están manejando, así que jamás deben de conducir a exceso de velocidad- Nazario se decía a si mismo mientras seguía “escupiendo” esos pensamientos en su fina libreta.
Tanto Petra como Clotilde se la pasaban recogiendo por toda la mansión tarjetas con pensamientos escritos, era una obsesión de Nazario; igual las dejaba en el baño, que en la sala o el jardín; la orden era muy clara: cualquier pensamiento que encontraran debía ser llevado a una caja de caoba guardada cuidadosamente bajo la cama de Nazario.
“Deben siempre portarse con humildad y respetar, por sobre todas las cosas, a los ciudadanos y si algún día roban y violentan a alguna mujer serán severamente castigados” decía una de las tarjetas que se encontró Petra –mira Cloti lo que dice este pinche papel, me cae de madres que este viejo cabrón sí está bien pinche loco- ambas rieron con cierta sorna, pero también con cautela de que su patrón se percatara, porque de hacerlo, sabían perfectamente que les iría muy mal.
Nazario se encontraba sumido en un profundo sueño resultado del cansancio físico y mental. Habían nubes por todos lados, eran blancas, suaves, tímidas y espesas; se abrían sutilmente para dar paso a la luz que deseaba cortarlas. De repente aparecieron los pies de Nazario, se encontraba temeroso, perdido; lo único que hacía era caminar mirando con ojos desorbitados y confundido. Las nubes seguían acompañándole a cada paso. -¿Quién eres tú?- le preguntó una voz, -Soy Nazario- le contestó. Sin darse cuenta una brillante luz apareció frente a él. Nazario se quedó perplejo e inmóvil. La voz dijo -¿A caso no tienes miedo por todo el mal que haces?- y siguió –has matado gente a diestra y siniestra sin remordimiento alguno, has emprendido batallas sangrientas contra inocentes, has dejado familias sin padres, sin madres e hijos. Tu ambición por el dinero, el poder y el control son desmedidos e imperdonables– Nazario, con la voz entrecortada, trató de interrumpirlo para intentar defenderse, pero la voz no se lo permitió -¡Nada, no hay justificación alguna, peor aún, has tomado la Palabra para resarcir tu daño y tu maldad, pero bien sabes que eso no te salvará de la ira del Señor!- Nazario cayó de espaldas y comenzó a arrastrarse para atrás, lo hacía lo más rápido posible mientras la luz trataba de alcanzarlo. Nazario se movía más rápido y más rápido y justo cuando la luz estaba a punto de engullirlo, se precipitó al vacío. -¡Ayúdenme, ayúdenme!- los gritos eran tan fuertes que lograron escucharse hasta el jardín donde se encontraban los choferes; todos subieron de inmediato, por su mente se atravesaban las más duras imágenes… algún enemigo había entrado a esa gran fortaleza para ejecutar al patrón.
Nazario seguía gritando desesperadamente, la puerta estaba cerrada por dentro con seguro. Sólo se escucharon tres tiros “pum – pum – pum”. Cuando la servidumbre logró derribar la puerta se percataron de que no había nadie, solo Nazario quien, empapado en sudor, pedía ayuda. Las muchachas se acercaron y trataron de tranquilizarlo -patrón, patrón, no pasa nada, estamos aquí, todo fue una pesadilla- le decía Petra, pero él insistía -¡No, no, no, no, todo fue verdad, Dios me dijo que no me perdonará, soy un maldito asesino. ¡Tengo miedo, tengo miedo!– gritaba degañitándose. Tuvieron que darle una pastilla para que se tranquilizara.
Sólo pasaron un par de horas más. José, su asistente, tenía la orden precisa de despertarlo para llevarle a la cita de esa noche. Y así lo hizo. En el camino y todavía algo atolondrado por la droga que le habían dado, Nazario confió a su asistente –Ésta es la última José, me retiro de esto y quiero vivir mi vida, tratar de enmendar todo el daño que he hecho– José, incrédulo, pensando que tal vez eran los efectos de la droga los que hablaban, le recordó –Señor, usted mismo lo ha dicho infinidad de veces: sólo muerto se puede salir de esto, y a veces, ni así se sale– Nazario comenzó a llorar. Por primera vez en mucho tiempo sentía miedo. La decisión no era precisamente efecto de su sueño, sino una realidad que vivía de unos meses para acá; el cártel de la Familia Michoacana iba en declive y estaba a punto de resquebrajarse.
El trabajo de esa noche consistía en recibir la mercancía; eran más de 40 millones de dólares en cocaína, uno de los embarques más fuertes de los últimos meses. Todo estaba perfectamente sincronizado como reloj suizo, distintas plazas de los estados estaban en juego y esa noche se pondrían a prueba.
Tan pronto llegaron comenzó la transacción. Todo iba a pedir de boca; en silencio y sólo en su mente, Nazario sabía que debía retirarse antes de acabar en un ataúd. La decisión estaba tomada y ahora sólo tenía que buscar la forma y momento adecuado para hacerlo público. Con los millones y millones de pesos guardados quería redimirse, comenzaría a construir centros de rehabilitación para adictos, ayudar a pobres, niños, ancianos.
Su deseo era grande, tal vez honesto, y porque no decirlo, auténtico. Cuando la operación estaba a punto de concretarse, ráfagas de balas quebraron el silencio del lugar. Cuatro de ellas se alojaron en el cuerpo de Nazario. Eran militares y marinos quienes alertados por una llamada anónima habían dado con el lugar de dicha millonaria transacción de droga. Ahí quedó muerto Nazario Moreno González, uno de los líderes y fundador de la Familia Michoacana.
Las buenas intenciones de Nazario no le alcanzaron ni siquiera para el tiempo le tomó realmente desearlo.
Su cuerpo fue llevado a la morgue de Morelia y en su bolsillo encontraron una mini-Biblia en la cual había escrito de su puño y letra los mandamientos para los integrantes de su familia. Sangre y muerte en nombre de Dios; drogas y corrupción con doctrina religiosa. Un discurso doble: cuidar a los ciudadanos, mientras que ellos mismos eran quienes los maltrataban.
En efecto, ese sueño con Dios había sido una pesadilla, ahora el castigo eterno.
José, el asistente, había recibido minutos antes esa pequeña Biblia como un regalo de Nazario quien le había hablado como a un hijo mientras intercambiaban lugares en la camioneta.
No podría asegurarlo del todo, pero hay algo que me dice que el inventor de esa doctrina partió minutos antes entre sus nubes imaginarias. A fin de cuentas, ¿Cuántos realmente fuera de La Familia conocen el verdadero rostro de Nazario?
Deja ya de joder, yo no me llamo Javier
Aquel cuerpo, aquel rostro, aquellas facciones no eran ni la sombra de lo que algún día fueron verdaderamente. El recuerdo de un cuerpo robusto comenzó a desdibujarse en el viejo y sucio espejo. -¡Es una maravilla, con esto nadie se percatará de mi presencia. Pobres pendejos, ¡me la pelan!, ¿qué no? – exclamó Javier mientras tocaba con sus ásperas manos su ahora transformado rostro; sus largos dedos viajaban una y otra vez por los recovecos de la peluca, la barba postiza y los implantes de orejas.
Carolina lo observaba detenidamente, después, incrédula y dudosa se levantó y se dirigió a la cocina para tomar un vaso con agua -¿A dónde vas pendeja, ya hiciste de cenar?, ¡Me estoy cagando de hambre!- le gritó Javier. Ella con miedo respondió como un gatito asustado –No, pero te hago algo rapidísimo, pero por favor no te enojes-. Javier, sorpresivamente, no dijo más. En otra ocasión un golpe hubiera sido la respuesta, pero como estaba realmente entretenido mirándose en el espejo, no puso mayor atención.
La noche sería larga, y es que tan pronto el sol diera los primeros destellos, Javier emprendería su huída del país; la policía ya lo tenía en la mira desde hace mucho tiempo y era cuestión de un descuido para que cayera redondito.
Todo comenzó hacía 5 años con un secuestro; él y su gente no lo supieron manejar, al final su víctima murió y con ella enterró muy bien ese secreto. Desde entonces “andar a salto de mata” se convirtió en su modus vivendi. Escapando, sin echar raíz, vivir con una sombra acechando a la cual no ves, pero que pesa, se siente y te asfixia.
La primera visita fue con el doctor Hernández en un hospital ubicado en Santa Fe; la intención, modificarle la nariz y el mentón –Será muy fácil, su rostro se presta para esto– explicó el médico. Ese mismo día Javier ya estaba internado para la cirugía; no pasaron más de 4 horas y, en efecto, su rostro se transformó ligeramente. Acompañado de gorra GAP roja y gafas negras el efecto resultaba perfecto para sus intenciones. Sin embargo, cada vez que un policía se le acercaba, el miedo le recorría todo el cuerpo. Realmente era su conciencia quien lo traicionaba porque, técnicamente, nadie se daba cuenta de quien eran él en verdad. Estos cambios se acompañaban de un pésimo humor; el dinero era cada vez menos, así que las intervenciones quirúrgicas fueron cambiando de clínica. De haber empezado en un Hospital de Santa Fe, ahora estaba en una clínica de “medio pelo” en una colonia perdida al oriente de la ciudad.
En las noticias se daba cuenta que tan lejos o cerca estaban de él. De los 7 que habían participado en aquel secuestro y asesinato “involuntario” habían caído 6 y sólo faltaba Javier. Esto, por supuesto, aumentaba la presión; su foto circulaba por todo el país, así como en todas las naciones integradas a la Interpol. Si se paraba en medio de una plaza, cualquiera podría reconocerlo y eso sería su pase directo a prisión.
Pensaba que el atuendo anodino y los cambios en el rostro ya no eran suficientes para pasar desapercibido; necesitaba un cambio más radical.
-Javier, no se hasta donde vamos a llegar con esto, lo mejor es enfrentarlo y asumir la consecuencias, no podemos seguir así… esto no es vida, por favor- Carolina, muy a pesar del pavor que le generaba atreverse a cuestionarlo, le rogó y le imploró que terminara con el suplicio que vivían; jamás debió hacerlo. Tres puñetazos, en seco, en la cara, la silenciaron. Como avioncito de papel salió volando hasta uno de los rincones de la habitación. –Me cae que no eres más pendeja porque no se puede, puta madre– le insultó Javier. Ella, con el rostro ensangrentado por los golpes, lloraba como si una compuerta se rompiera, era una fuga que nadie podía parar. Con ambos brazos envolvía su vientre mientras Javier seguía golpeándola con saña, con inquina, de alguna manera los golpes eran su forma de escape para la rabia y el coraje que su alma guardaba desde aquel día en que el secuestro había terminado en muerte.
Finalmente, agotado, se fue y la dejó ahí con la integridad rota, pisada, escupida. El tormento que vivía no lo dejaba respirar. A pesar de los pupilentes multicolores que usaba todos los días, su mirada se había endurecido, ahora era más penetrante, con odio. Estaba hundido en un profundo odio y tenía rencor hacia todo y todos. Cualquier cosa lo hacía reventar y ella, su fiel y joven mujer las pagaba de todas, todas.
Un sólo pensamiento obsesionaba a Javier: huir. La angustia de ser reconocido lo hizo caer en una espiral de transformación, quería borrar todo rastro de su vida pasada y poco a poco lo iba consiguiendo. Un amigo le ayudó a obtener documentos falsos: Un par de credencialales del IFE, actas de nacimiento, licencia de conducir, bueno hasta un título profesional de la UNAM; Licenciado en Administración de Empresas con mención honorífica. Todo se lo hiceron bajo pedido en un desvencijado local de la plaza Santo Domingo en el Centro Histórico. A consecuencia de su obsesión, dichos documentos eran cambiados con cierta periodicidad; varias personalidades, distintas vidas, pero el mismo miedo del primer día.
Cada vez que requería un nuevo “combo-paquete” de documentos desembolsaba más de 30 mil pesos. Al principio el dinero no significaba problema alguno, pero con el paso del tiempo, se convirtió en un auténtico bache para seguir evadiendo la justicia, para seguir escapando de esa realidad que poco a poco lo alcanzaba.
A la par de dichos documentos apócrifos llegaban más cambios en su fisonomía. Ahora eran los labios y la ceja, ¿y por qué no?, un retoque a la nariz –fina, finita como de artista- decía Javier. A pesar de no tener conciencia realmente de quién o qué quería ser en la vida, Javier había sido un muchachillo no feo, más bien tirándole a galanzón… De chavo era él quien en los antros contactaba a las muchachas. Pero de aquellos tiempos de jarra y viejas, no quedaba nada.
Los meses pasaban y Carolina, apenas con algunos hilachos de amor, sostenía esa dolorosa relación. Era ella su único vínculo con la realidad y con el maldito pasado, era ella la que llevaba a cuestas, como un muerto sobre la espalda, el secreto de Javier. Comenzaba a darse cuenta quién era en realidad su pareja. Los golpes, los maltratos, el desprecio, fueron sembrando en su interior un sentimiento de repudio, de asco. Pero había algo más pesado que el costal de mentiras que cargaba.
En su vientre crecía un angelito que la mantenía atada a él, era algo que ni ella misma podía romper, porque de hacerlo, sería como escupir al cielo. Su bebé la mantenía con un poquito de ilusión y era ese niño lo que la hacía soportar todas las humillaciones y golpes.
Los “arreglos” en la cara de Javier eran ya tan evidentes que su expresión había perdido naturalidad, aunque insisto, menos su mirada; esa, cada día era más cruel. Aunque en el fondo a él le venía valiendo madres todo. Seguía siendo un pinche egoísta inmaduro jugando a la ruleta rusa. Caminaba frente a policías y patrullas para probar la “eficacia” de sus decisiones. Y sí, en efecto, daban resultado. No levantaba ninguna sospecha.
Así pasaron 5 años y medio desde aquel suceso y ahora había llegado la noche crucial para su escape y poder salir del país. Como a las 3:30 de la mañana llegaron dos sujetos a la casa de Javier -¿Qué onda cabrón?, ya llegamos. Ahora sí pinche puto te nos largas y de nuestra cuenta corre que te escapas vergón- Gritaba uno de ellos al tiempo que aporreaba la puerta de madera. –¡Ya cállense hijos de su chingada madre, no hagan ruido!- les susurró Javier. Los hizo entrar a la casa y comenzaron a tomar de manera desmedida. Los litros de alcohol que se metieron y unos cuantos carrujos de mota los hicieron olvidar lo que harían en un par de horas: El gran escape.
Reían, tomaban y se burlaban, creyéndose inmortales, superiores, intocables. Sus “amigos” eran dos homicidas prófugos del Reclusorio Norte. Ellos habían ideado el plan para que Javier llegara a Tijuana y desde ahí cruzar a San Diego para comenzar su “nueva vida”.
Carolina no daba crédito a lo que veía, a lo que escuchaba. Hasta esa noche había guardado todo en su maltrecho corazón. Con 10 semanas de gestación su cuerpo aún no revelaba el secreto que su vientre guardaba. Y fue precisamente ese secreto el que la hizo romper la cadena de castigo a la que Javier le mantenía sometida.
-¡Órale, pinche vieja tráenos algo de comer que nos estamos cagando de hambre!- Le ordenó a Carolina quien en silencio salió de la casa. En realidad, estaba abandonando su celda, escapaba de su custodio y sangriento carcelero.
Una vez afuera comenzó a correr apresurada. Su pies trataban de ir más rapido, pero los golpes de días anteriores no se lo permitían. Tiempo después se enteraría de que había corrido con tres costillas rotas. Corría y miraba hacia atrás con el temor de que de un `tirón de pelos` la hicieran regresar, se le salían las lágrimas y le nublaban la vista. No tenía claro a dónde quería llegar, hasta que un madrazo la paró en seco.
–Pinche vieja de mierda, se largó… no me puedo ir sin ella- Gritaba Javier cuando, después de horas de peda, él y sus cómplices recuperaban el plan. El tiempo ya no les permitía esperar, la cosa se podía “joder”. Tras la borrachera se quedaron dormidos, nadie se percató que Carolina había escapado. Así pues, tomaron el coche y partieron. En una mochila cargaba con todas sus identificaciones falsas, serían no menos de 5 personalidades distintas, dinero en efectivo y armas. Todo parecía caminar relativamente bien, pero un presentimiento no salía de su cabeza: Carolina no estaba con él. -¿Le habrá pasado algo, estará bien, lo habría traicionado?- Se cuestionaba a cada momento pero no lograba encontrar alguna respuesta firme, coherente.
Justo cuando salían del Estado de México las luces de una patrulla iluminaron su “renovado” rostro. Ahí fue cuando todo cambió. Los elementos le marcaron el alto, sus amigos de inmediato huyeron como dos ratas despavoridas. El no pudo hacerlo. Uno de los uniformados salió corriendo tras los complices, el otro amagó a Javier, le exigió identificarse y en el jaloneo tiró sin querer la mochila y en el asfalto quedaron todas sus identidades, poniendo en claro que no tenía ninguna.
El policía lo miró fijamente, torció la boca y reflexionó. Algo había en esas facciones e intentaba recordar qué… De prontó se percató, era Jacobo Tagle Dobín, el principal implicado en el secuestro y muerte de Hugo Alberto Wallace. Sus planes se habían frustrado. Tendría “otra vida”, pero no en el gabacho. ¿Cómo dieron con él?.
Al tropezar, Carolina cayó en seco y no alcanzó ni a meter las manos. Adolorida, levantó la mirada, sorbió la nariz y se limpió la sangre ahora mezclada con lagrimas y gritó, gritó y gritó…. Llegó gente y sólo se limitaron a observarla, un vecino llamó a la policía y pronto una patrulla se detuvo al darse cuenta de la escena. Un policía de Cuautitlán Izcalli, extrañamente amable, la levantó del suelo. Al principio no entendía nada de lo que esa mujer le decía. -Se quiere escapar, se va a dar a la fuga, es un asesino, tengo miedo… auxilio, por favor ayúdeme- Le repetía una y otra vez al uniformado. Cuando la trasladaron a las oficinas, por fin pudo hacerse entender.
Ni todas sus cirugías, ni todas las identificaciones falsas, le sirvieron a Jacobo Tagle para salvarse del orgullo lastimado de una mujer. Javier, como se hacía llamar siempre, fue víctima del corazón roto de su pareja y de la integridad pisoteada de una futura madre.
Cuando Jacobo apareció frente a las cámaras de televisión durante su presentación, nadie podía creer los cambios que su aspecto físico había sufrido: cabello largo, 25 kilos de sobrepeso, nariz delgada diseñada… pero fijándose bien, con la misma esencia de asesino en la mirada. Ya está en manos de la justicia, se cerraron varios capítulos en el caso Wallace.
-Compramos una sierra y lo descuartizamos- comenzó su declaración…
Carolina lo observaba detenidamente, después, incrédula y dudosa se levantó y se dirigió a la cocina para tomar un vaso con agua -¿A dónde vas pendeja, ya hiciste de cenar?, ¡Me estoy cagando de hambre!- le gritó Javier. Ella con miedo respondió como un gatito asustado –No, pero te hago algo rapidísimo, pero por favor no te enojes-. Javier, sorpresivamente, no dijo más. En otra ocasión un golpe hubiera sido la respuesta, pero como estaba realmente entretenido mirándose en el espejo, no puso mayor atención.
La noche sería larga, y es que tan pronto el sol diera los primeros destellos, Javier emprendería su huída del país; la policía ya lo tenía en la mira desde hace mucho tiempo y era cuestión de un descuido para que cayera redondito.
Todo comenzó hacía 5 años con un secuestro; él y su gente no lo supieron manejar, al final su víctima murió y con ella enterró muy bien ese secreto. Desde entonces “andar a salto de mata” se convirtió en su modus vivendi. Escapando, sin echar raíz, vivir con una sombra acechando a la cual no ves, pero que pesa, se siente y te asfixia.
La primera visita fue con el doctor Hernández en un hospital ubicado en Santa Fe; la intención, modificarle la nariz y el mentón –Será muy fácil, su rostro se presta para esto– explicó el médico. Ese mismo día Javier ya estaba internado para la cirugía; no pasaron más de 4 horas y, en efecto, su rostro se transformó ligeramente. Acompañado de gorra GAP roja y gafas negras el efecto resultaba perfecto para sus intenciones. Sin embargo, cada vez que un policía se le acercaba, el miedo le recorría todo el cuerpo. Realmente era su conciencia quien lo traicionaba porque, técnicamente, nadie se daba cuenta de quien eran él en verdad. Estos cambios se acompañaban de un pésimo humor; el dinero era cada vez menos, así que las intervenciones quirúrgicas fueron cambiando de clínica. De haber empezado en un Hospital de Santa Fe, ahora estaba en una clínica de “medio pelo” en una colonia perdida al oriente de la ciudad.
En las noticias se daba cuenta que tan lejos o cerca estaban de él. De los 7 que habían participado en aquel secuestro y asesinato “involuntario” habían caído 6 y sólo faltaba Javier. Esto, por supuesto, aumentaba la presión; su foto circulaba por todo el país, así como en todas las naciones integradas a la Interpol. Si se paraba en medio de una plaza, cualquiera podría reconocerlo y eso sería su pase directo a prisión.
Pensaba que el atuendo anodino y los cambios en el rostro ya no eran suficientes para pasar desapercibido; necesitaba un cambio más radical.
-Javier, no se hasta donde vamos a llegar con esto, lo mejor es enfrentarlo y asumir la consecuencias, no podemos seguir así… esto no es vida, por favor- Carolina, muy a pesar del pavor que le generaba atreverse a cuestionarlo, le rogó y le imploró que terminara con el suplicio que vivían; jamás debió hacerlo. Tres puñetazos, en seco, en la cara, la silenciaron. Como avioncito de papel salió volando hasta uno de los rincones de la habitación. –Me cae que no eres más pendeja porque no se puede, puta madre– le insultó Javier. Ella, con el rostro ensangrentado por los golpes, lloraba como si una compuerta se rompiera, era una fuga que nadie podía parar. Con ambos brazos envolvía su vientre mientras Javier seguía golpeándola con saña, con inquina, de alguna manera los golpes eran su forma de escape para la rabia y el coraje que su alma guardaba desde aquel día en que el secuestro había terminado en muerte.
Finalmente, agotado, se fue y la dejó ahí con la integridad rota, pisada, escupida. El tormento que vivía no lo dejaba respirar. A pesar de los pupilentes multicolores que usaba todos los días, su mirada se había endurecido, ahora era más penetrante, con odio. Estaba hundido en un profundo odio y tenía rencor hacia todo y todos. Cualquier cosa lo hacía reventar y ella, su fiel y joven mujer las pagaba de todas, todas.
Un sólo pensamiento obsesionaba a Javier: huir. La angustia de ser reconocido lo hizo caer en una espiral de transformación, quería borrar todo rastro de su vida pasada y poco a poco lo iba consiguiendo. Un amigo le ayudó a obtener documentos falsos: Un par de credencialales del IFE, actas de nacimiento, licencia de conducir, bueno hasta un título profesional de la UNAM; Licenciado en Administración de Empresas con mención honorífica. Todo se lo hiceron bajo pedido en un desvencijado local de la plaza Santo Domingo en el Centro Histórico. A consecuencia de su obsesión, dichos documentos eran cambiados con cierta periodicidad; varias personalidades, distintas vidas, pero el mismo miedo del primer día.
Cada vez que requería un nuevo “combo-paquete” de documentos desembolsaba más de 30 mil pesos. Al principio el dinero no significaba problema alguno, pero con el paso del tiempo, se convirtió en un auténtico bache para seguir evadiendo la justicia, para seguir escapando de esa realidad que poco a poco lo alcanzaba.
A la par de dichos documentos apócrifos llegaban más cambios en su fisonomía. Ahora eran los labios y la ceja, ¿y por qué no?, un retoque a la nariz –fina, finita como de artista- decía Javier. A pesar de no tener conciencia realmente de quién o qué quería ser en la vida, Javier había sido un muchachillo no feo, más bien tirándole a galanzón… De chavo era él quien en los antros contactaba a las muchachas. Pero de aquellos tiempos de jarra y viejas, no quedaba nada.
Los meses pasaban y Carolina, apenas con algunos hilachos de amor, sostenía esa dolorosa relación. Era ella su único vínculo con la realidad y con el maldito pasado, era ella la que llevaba a cuestas, como un muerto sobre la espalda, el secreto de Javier. Comenzaba a darse cuenta quién era en realidad su pareja. Los golpes, los maltratos, el desprecio, fueron sembrando en su interior un sentimiento de repudio, de asco. Pero había algo más pesado que el costal de mentiras que cargaba.
En su vientre crecía un angelito que la mantenía atada a él, era algo que ni ella misma podía romper, porque de hacerlo, sería como escupir al cielo. Su bebé la mantenía con un poquito de ilusión y era ese niño lo que la hacía soportar todas las humillaciones y golpes.
Los “arreglos” en la cara de Javier eran ya tan evidentes que su expresión había perdido naturalidad, aunque insisto, menos su mirada; esa, cada día era más cruel. Aunque en el fondo a él le venía valiendo madres todo. Seguía siendo un pinche egoísta inmaduro jugando a la ruleta rusa. Caminaba frente a policías y patrullas para probar la “eficacia” de sus decisiones. Y sí, en efecto, daban resultado. No levantaba ninguna sospecha.
Así pasaron 5 años y medio desde aquel suceso y ahora había llegado la noche crucial para su escape y poder salir del país. Como a las 3:30 de la mañana llegaron dos sujetos a la casa de Javier -¿Qué onda cabrón?, ya llegamos. Ahora sí pinche puto te nos largas y de nuestra cuenta corre que te escapas vergón- Gritaba uno de ellos al tiempo que aporreaba la puerta de madera. –¡Ya cállense hijos de su chingada madre, no hagan ruido!- les susurró Javier. Los hizo entrar a la casa y comenzaron a tomar de manera desmedida. Los litros de alcohol que se metieron y unos cuantos carrujos de mota los hicieron olvidar lo que harían en un par de horas: El gran escape.
Reían, tomaban y se burlaban, creyéndose inmortales, superiores, intocables. Sus “amigos” eran dos homicidas prófugos del Reclusorio Norte. Ellos habían ideado el plan para que Javier llegara a Tijuana y desde ahí cruzar a San Diego para comenzar su “nueva vida”.
Carolina no daba crédito a lo que veía, a lo que escuchaba. Hasta esa noche había guardado todo en su maltrecho corazón. Con 10 semanas de gestación su cuerpo aún no revelaba el secreto que su vientre guardaba. Y fue precisamente ese secreto el que la hizo romper la cadena de castigo a la que Javier le mantenía sometida.
-¡Órale, pinche vieja tráenos algo de comer que nos estamos cagando de hambre!- Le ordenó a Carolina quien en silencio salió de la casa. En realidad, estaba abandonando su celda, escapaba de su custodio y sangriento carcelero.
Una vez afuera comenzó a correr apresurada. Su pies trataban de ir más rapido, pero los golpes de días anteriores no se lo permitían. Tiempo después se enteraría de que había corrido con tres costillas rotas. Corría y miraba hacia atrás con el temor de que de un `tirón de pelos` la hicieran regresar, se le salían las lágrimas y le nublaban la vista. No tenía claro a dónde quería llegar, hasta que un madrazo la paró en seco.
–Pinche vieja de mierda, se largó… no me puedo ir sin ella- Gritaba Javier cuando, después de horas de peda, él y sus cómplices recuperaban el plan. El tiempo ya no les permitía esperar, la cosa se podía “joder”. Tras la borrachera se quedaron dormidos, nadie se percató que Carolina había escapado. Así pues, tomaron el coche y partieron. En una mochila cargaba con todas sus identificaciones falsas, serían no menos de 5 personalidades distintas, dinero en efectivo y armas. Todo parecía caminar relativamente bien, pero un presentimiento no salía de su cabeza: Carolina no estaba con él. -¿Le habrá pasado algo, estará bien, lo habría traicionado?- Se cuestionaba a cada momento pero no lograba encontrar alguna respuesta firme, coherente.
Justo cuando salían del Estado de México las luces de una patrulla iluminaron su “renovado” rostro. Ahí fue cuando todo cambió. Los elementos le marcaron el alto, sus amigos de inmediato huyeron como dos ratas despavoridas. El no pudo hacerlo. Uno de los uniformados salió corriendo tras los complices, el otro amagó a Javier, le exigió identificarse y en el jaloneo tiró sin querer la mochila y en el asfalto quedaron todas sus identidades, poniendo en claro que no tenía ninguna.
El policía lo miró fijamente, torció la boca y reflexionó. Algo había en esas facciones e intentaba recordar qué… De prontó se percató, era Jacobo Tagle Dobín, el principal implicado en el secuestro y muerte de Hugo Alberto Wallace. Sus planes se habían frustrado. Tendría “otra vida”, pero no en el gabacho. ¿Cómo dieron con él?.
Al tropezar, Carolina cayó en seco y no alcanzó ni a meter las manos. Adolorida, levantó la mirada, sorbió la nariz y se limpió la sangre ahora mezclada con lagrimas y gritó, gritó y gritó…. Llegó gente y sólo se limitaron a observarla, un vecino llamó a la policía y pronto una patrulla se detuvo al darse cuenta de la escena. Un policía de Cuautitlán Izcalli, extrañamente amable, la levantó del suelo. Al principio no entendía nada de lo que esa mujer le decía. -Se quiere escapar, se va a dar a la fuga, es un asesino, tengo miedo… auxilio, por favor ayúdeme- Le repetía una y otra vez al uniformado. Cuando la trasladaron a las oficinas, por fin pudo hacerse entender.
Ni todas sus cirugías, ni todas las identificaciones falsas, le sirvieron a Jacobo Tagle para salvarse del orgullo lastimado de una mujer. Javier, como se hacía llamar siempre, fue víctima del corazón roto de su pareja y de la integridad pisoteada de una futura madre.
Cuando Jacobo apareció frente a las cámaras de televisión durante su presentación, nadie podía creer los cambios que su aspecto físico había sufrido: cabello largo, 25 kilos de sobrepeso, nariz delgada diseñada… pero fijándose bien, con la misma esencia de asesino en la mirada. Ya está en manos de la justicia, se cerraron varios capítulos en el caso Wallace.
-Compramos una sierra y lo descuartizamos- comenzó su declaración…
En los detalles está el Diablo
-En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, podéis ir en paz, la misa ha terminado-, aquella voz era tan elocuente, pacífica y profunda que logró convertir la sacristía en un oasis del paraíso. Los feligreses que ahí se encontraban salían casi, casi benditos por las oraciones del Padre Faustino quien a sus 70 y tantos años tenía una “fresca” habilidad de convencer. –Hijos míos, vayan a casa y disfruten de las bendiciones de sus familias y todo lo que Dios nos ha otorgado con infinita misericordia-, los asistentes que por cierto eran familias acomodadas, de abolengo y de las altas esferas no tardaron en seguir las indicaciones del Padre Faustino. Por fin, la iglesia estaba vacía; el Padre aun con la sotana puesta y el rosario amarrado en su mano derecha dijo -¡Eso del Estado Laico son jaladas, más bien son mamadas cabrón, a mi me vale madres lo que digan, sólo quiero mi dinero de vuelta si no me los voy a chingar bien y bonito, así que ponte buzo cabrón!- Colgó el teléfono y aventó el Rosario a la vieja mesa de caoba que tenía en su despacho. Volteó a ver a un enorme Jesús que tenía colgado en la pared y sintió algo que parecía remordimiento, pero sacudió la cabeza lentamente y prefirió no darle importancia.
Lo que le quitaba el sueño era tener ese dinero de vuelta, no era para menos: 40 millones de dólares, una cantidad “infernal”, y no importaba si tenía que vender su alma al Diablo, con tal de tenerlo de vuelta. -¡Bueno me voy a la chingada!, tengo una comida con el “gober” en el Aud Pied de Cochon, agéndame la cita de Spa con las muchachas, ora si ando bien estresadón- Le indicó a su asistente; un joven blanco, alto, de pelo negro y quien no dejaba de sorprenderse ante las actitudes del Padre Faustino.
Cuando iba a sus comidas, vestía siempre un saco negro largo y una cadena de oro macizo con la imagen de la Virgen de Guadalupe con incrustaciones de zafiros y rubíes, la opulencia de la fe, de la espiritualidad y también, de la mentira y la maldad.
Lentamente, como sus años se lo permitían, subió con cautela a su Camioneta ML500 Mercedez Benz y se dirigió al restaurante. Era domingo y el trayecto no era precisamente corto; trasladarse desde la catedral de ese municipio mugriento, hasta Polanco tomaba su tiempo. Pero eso ocurría sólo los fines de semana, porque su verdadera casa se encontraba en las Lomas de Chapultepec. En el trayecto y mientras leía el periódico sonó su BlackBerry era el “gober”.
- ¿Qué pasó mi buen, cómo anda?, del otro lado del auricular un hombroe dejó escapar una queja, un tanto molesta, un tanto desesperada. -Oiga ya ni la chinga usted, vea qué hora es y no llega, estoy como pendejo aquí esperando – El Padre Faustino soltó una carcajada que hizo mover su gran panza como gelatina y le contestó – De verdad, no mames, ¡ya voy, pero el pinche tráfico está de la chingada!, no más de 25 minutos – Terminó la llamada y le exigió a su chofer que acelerara el paso aun más. Vaya desafío para él y sobretodo para sus 6 guardaespaldas que como anguilas le seguían a sol y sombra. Finalmente llegó, de inmediato le abrieron las puertas para darle paso al Padre; era visitante distinguido, así que no podían hacerlo esperar.
Ahí en la mesa se encontraba el “gober” quien se levantó para darle un abrazo y una fuerte palmada en la espalda. Se sentaron y comenzaron a conversar, el mesero les dijo -¿la botella de siempre Padre? – Él le contestó- sí, pero que sean dos por favor; Vino Petrus, traído directamente de la región de Pomerol en Burdeos ¿su costo?, 25 mil pesos por botella y sí, de esa pidió dos, “sólo para abrir el apetito”, decía.
El Padre Faustino había sido hasta sus años mozos, un banquero prominente que lo llevó a fundar junto con un gran empresario un banco. De ahí muchos explican su fortuna, aunque era bien conocido por su astucia para relacionarse con políticos y empresarios exprimiéndoles el máximo jugo, “Siempre en el nombre de Dios y para los necesitados”, cosa que su opulenta vida daba señas de todo lo contrario.
La comida con el “gober”, era para platicar dos asuntos importantes: Uno, pedirle apoyo para la construcción de una Basílica y segundo que lo ayudara con su influencia y poder para salir de un enorme problema legal, que ya afectaba su “santa” imagen. Precisamente esos 45 millones de dólares lo traían muy inquieto, no quería perder ni un centavo y estaba jugando todas sus cartas, haciendo alarde de sus grandes virtudes la verborrea.
Ese dinero, se lo había prestado años atrás a una señora, misma que dejó como respaldo obras de los más grandes artistas de la historia. El problema era que esa mujer había muerto y con su muerte dejó un gran vacío legal; vacío que el Padre Faustino aprovechó para hacerse de esas obras, que por mucho sobrepasaban el monto de lo prestado. La trampa orquestada por aquel siervo de Dios consitía en engañar a todos. Había falsificado un pagaré y ahora quería el dinero y las obras de arte. Lo que ninca pensó es que ese pagare era su pasaporte al infierno.
Las autoridades se habían percatado de ello.
La ley no permite a los religiosos realizar contratos con fines de lucro, así que el delito era grave. –No se preocupe Faustino, mañana mismo acabamos con ese pedo legal, usted como si nada, váyase a dormir tranquilo en unos días nadie se va acordar de esto y mejor aun, usted tendrá de vuelta esos cuadros y sus 45 melones de billetes verdes, chinga- le dijo el “gober” mientras brindaban en las finas copas de Petrus – ¡Ah! por cierto, dígame de cuánto quiere el terrenito para su Basílica, para nada más dar la orden y empezar – El Padre Faustino le contestó – Hijo, muchas gracias, en verdad eres un hombre cabal y entero – No pudo más y soltó una carcajada que se escuchó en todos los rincones de aquel fino restaurante. Bueno, me retiro tengo tarde de toros con el Señor Corcuera- dijo el Padre Faustino, se levantó y cruzó sus dedos en cruz, estiró la mano en símbolo de bendición y sobre la frente del político le marcó el “en el nombre del Padre”. El gober tras recibir la bendición recibió también la cuenta de esa tarde de Petrus. Un cuentón de 58 mil pesos. Vieja y concurrida costumbre del Padre, “encajar el diente” a sus amables comensales.
Nuevamente sus guaruras, le siguieron y emprendieron el camino a la Plaza de Toros. Entre grandes personalidades, empresarios y por supuesto políticos… Una tarde de lanceros, vino y risas.
Al cantar el gallo del día siguiente, las cosas cambiarían por completo. Su teléfono sonó como las 8:30, era su abogado – Estamos en serios problemas Faustino, se nos acabaron los recursos y los amparos y tu pinche amigo gobernador de mierda no sirvió para nada, un tribunal de la Procu capitalina ya giró orden de aprehensión en tu contra, no hay nada más que hacer- le dijo.
Faustino se quedó perplejo, por instantes no supo que hacer, ni que decir, ni que pensar. Era inaudito que él pisara la cárcel y que su imagen y persona, ahora fueran tratadas como mortales. Cuando todo eso pasaba por su mente, arremolinándose con las imágenes pedestres y sucias de un padre decadente, se le ocurrió algo. –Tengo una idea, escúchame con atención, no me interrumpas y sigue mis indicaciones al pie de la letra-. Le dijo a su abogado con tono severo e inquisidor.
En el noticiario de las 6 de la tarde, el conductor abría su espacio – Primero lo urgente, señoras y señores, el Padre Faustino ha sufrido un infarto, le han trasladado de emergencia a un hospital al sur de la Ciudad de México, su estado de salud se encuentra en completo hermetismo, estaremos muy pendientes a esta importante información-. La noticia sacudió rápidamente a todos los sectores, no daban crédito de tal hecho; por supuesto los rezos y oraciones por parte de amistades y familiares sonaron al unísono reventando los tímpanos imaginarios de los fervientes feligreses.
Unos cuantos se mostraban satisfechos, y otros tantos sabían que algo había detrás. –Bueno, Enrique todo salió de maravilla, ¿no crees?- Le comentó el Padre Faustino a su abogado, quien miraba perdidamente hacia la ventana – no sé, Faustino, la verdad no lo sé; esta vez hemos ido demasiado lejos, creo que me asustas. Te desconozco, tu maldad y mentira no tiene límites, ¿acaso no tienes miedo que algún día llegues a pagar todo lo que has hecho?- Le preguntó. Faustino aventó el vaso de agua que tenía a su lado, gracias a su torpeza no logró atinarle -¡Eres un estúpido, cómo te atreves a juzgarme imbécil, después de todo lo que te he dado, infeliz muerto de hambre!-, los gritos eran tan fuertes que lograban retumbar en los pasillos del hospital. El infarto era toda una mentira que en efecto, le había salido perfecta.
Nada de escrúpulos, nada de vergüenza. Este circo le ayudo a frenar el proceso judicial en su contra por fraude procesal, argumentando invalidez física y gracias a esto había metido otro amparo, para no dar bendiciones en la cárcel; amparo que por “arte de magia” e influencias, había surgido efecto.
En el camino de regreso a casa, iba pensando en todo lo que había hecho a lo largo de su vida; los engaños, las mentiras, las traiciones. Millones y millones de dólares guardados en un banco, pero un alma vacía, sin valor, era un cheque a nombre del mismísimo Satanás, que tarde o temprano lo cobraría.
Al llegar a su residencia, le esperaban su cuerpo de servidumbres, María las más veterana de todas le dijo – Señor, gracias a Dios que ya está aquí, discúlpeme pero alguien le espera en el despacho, es muy importante y dijo que no se movería de ahí hasta que usted llegara Padre– Él, le preguntó – Pero ¿de qué se trata?- no recibió respuesta alguna. Se dirigió rápidamente al lugar, al entrar vio a una joven parada frente a la imagen de la Virgen de Fátima; era delgada, bella, cabello rubio, fino, elegante. El Padre Faustino se quedó perplejo, la había identificado inmediatamente – Padre, le dije que tarde o temprano me vería aquí, le quiero decir que… dudó por un instante, lo repensó, tomó aire y la jovencita lo soltó de tajo… Le quiero decir que tendré un hijo suyo y por nada del mundo permitiré que le pase algo.
Silencio. Solo un madito y ensordecedor silencio, se apoderó de todo ese opulento y exagerado despacho. Faustino se quedó helado.
Ella, caminó tres pasos y antes de salir giró sobre sus hombros, inclinó la cabeza y le dijo –Ahora sí pagará todo, lo que ha hecho, de la justicia divina nadie se salva-. Y salió.
Precisamente esta joven, se acercó a mí para investigar otros delitos, en los que el enviado del cielo ha incurrido. No puedo revelar aun muchos detalles, pero puedo decirles que los fraudes son lo de menos; hay indicios de violaciones e incluso muertes y en todo, en todo está involucrado el Padre Faustino. Sus fieles, que por muchos años lo siguieron estaban pasmados.
Tino, como le decían de pequeño, cuando las burlas de los demás chamacos de la escuela caían sobre él, lloraba como un niño.
-Te immploro Señor, no me dejes caer en las llamas del infierno-.
El escándalo ya comenzó.
Lo que le quitaba el sueño era tener ese dinero de vuelta, no era para menos: 40 millones de dólares, una cantidad “infernal”, y no importaba si tenía que vender su alma al Diablo, con tal de tenerlo de vuelta. -¡Bueno me voy a la chingada!, tengo una comida con el “gober” en el Aud Pied de Cochon, agéndame la cita de Spa con las muchachas, ora si ando bien estresadón- Le indicó a su asistente; un joven blanco, alto, de pelo negro y quien no dejaba de sorprenderse ante las actitudes del Padre Faustino.
Cuando iba a sus comidas, vestía siempre un saco negro largo y una cadena de oro macizo con la imagen de la Virgen de Guadalupe con incrustaciones de zafiros y rubíes, la opulencia de la fe, de la espiritualidad y también, de la mentira y la maldad.
Lentamente, como sus años se lo permitían, subió con cautela a su Camioneta ML500 Mercedez Benz y se dirigió al restaurante. Era domingo y el trayecto no era precisamente corto; trasladarse desde la catedral de ese municipio mugriento, hasta Polanco tomaba su tiempo. Pero eso ocurría sólo los fines de semana, porque su verdadera casa se encontraba en las Lomas de Chapultepec. En el trayecto y mientras leía el periódico sonó su BlackBerry era el “gober”.
- ¿Qué pasó mi buen, cómo anda?, del otro lado del auricular un hombroe dejó escapar una queja, un tanto molesta, un tanto desesperada. -Oiga ya ni la chinga usted, vea qué hora es y no llega, estoy como pendejo aquí esperando – El Padre Faustino soltó una carcajada que hizo mover su gran panza como gelatina y le contestó – De verdad, no mames, ¡ya voy, pero el pinche tráfico está de la chingada!, no más de 25 minutos – Terminó la llamada y le exigió a su chofer que acelerara el paso aun más. Vaya desafío para él y sobretodo para sus 6 guardaespaldas que como anguilas le seguían a sol y sombra. Finalmente llegó, de inmediato le abrieron las puertas para darle paso al Padre; era visitante distinguido, así que no podían hacerlo esperar.
Ahí en la mesa se encontraba el “gober” quien se levantó para darle un abrazo y una fuerte palmada en la espalda. Se sentaron y comenzaron a conversar, el mesero les dijo -¿la botella de siempre Padre? – Él le contestó- sí, pero que sean dos por favor; Vino Petrus, traído directamente de la región de Pomerol en Burdeos ¿su costo?, 25 mil pesos por botella y sí, de esa pidió dos, “sólo para abrir el apetito”, decía.
El Padre Faustino había sido hasta sus años mozos, un banquero prominente que lo llevó a fundar junto con un gran empresario un banco. De ahí muchos explican su fortuna, aunque era bien conocido por su astucia para relacionarse con políticos y empresarios exprimiéndoles el máximo jugo, “Siempre en el nombre de Dios y para los necesitados”, cosa que su opulenta vida daba señas de todo lo contrario.
La comida con el “gober”, era para platicar dos asuntos importantes: Uno, pedirle apoyo para la construcción de una Basílica y segundo que lo ayudara con su influencia y poder para salir de un enorme problema legal, que ya afectaba su “santa” imagen. Precisamente esos 45 millones de dólares lo traían muy inquieto, no quería perder ni un centavo y estaba jugando todas sus cartas, haciendo alarde de sus grandes virtudes la verborrea.
Ese dinero, se lo había prestado años atrás a una señora, misma que dejó como respaldo obras de los más grandes artistas de la historia. El problema era que esa mujer había muerto y con su muerte dejó un gran vacío legal; vacío que el Padre Faustino aprovechó para hacerse de esas obras, que por mucho sobrepasaban el monto de lo prestado. La trampa orquestada por aquel siervo de Dios consitía en engañar a todos. Había falsificado un pagaré y ahora quería el dinero y las obras de arte. Lo que ninca pensó es que ese pagare era su pasaporte al infierno.
Las autoridades se habían percatado de ello.
La ley no permite a los religiosos realizar contratos con fines de lucro, así que el delito era grave. –No se preocupe Faustino, mañana mismo acabamos con ese pedo legal, usted como si nada, váyase a dormir tranquilo en unos días nadie se va acordar de esto y mejor aun, usted tendrá de vuelta esos cuadros y sus 45 melones de billetes verdes, chinga- le dijo el “gober” mientras brindaban en las finas copas de Petrus – ¡Ah! por cierto, dígame de cuánto quiere el terrenito para su Basílica, para nada más dar la orden y empezar – El Padre Faustino le contestó – Hijo, muchas gracias, en verdad eres un hombre cabal y entero – No pudo más y soltó una carcajada que se escuchó en todos los rincones de aquel fino restaurante. Bueno, me retiro tengo tarde de toros con el Señor Corcuera- dijo el Padre Faustino, se levantó y cruzó sus dedos en cruz, estiró la mano en símbolo de bendición y sobre la frente del político le marcó el “en el nombre del Padre”. El gober tras recibir la bendición recibió también la cuenta de esa tarde de Petrus. Un cuentón de 58 mil pesos. Vieja y concurrida costumbre del Padre, “encajar el diente” a sus amables comensales.
Nuevamente sus guaruras, le siguieron y emprendieron el camino a la Plaza de Toros. Entre grandes personalidades, empresarios y por supuesto políticos… Una tarde de lanceros, vino y risas.
Al cantar el gallo del día siguiente, las cosas cambiarían por completo. Su teléfono sonó como las 8:30, era su abogado – Estamos en serios problemas Faustino, se nos acabaron los recursos y los amparos y tu pinche amigo gobernador de mierda no sirvió para nada, un tribunal de la Procu capitalina ya giró orden de aprehensión en tu contra, no hay nada más que hacer- le dijo.
Faustino se quedó perplejo, por instantes no supo que hacer, ni que decir, ni que pensar. Era inaudito que él pisara la cárcel y que su imagen y persona, ahora fueran tratadas como mortales. Cuando todo eso pasaba por su mente, arremolinándose con las imágenes pedestres y sucias de un padre decadente, se le ocurrió algo. –Tengo una idea, escúchame con atención, no me interrumpas y sigue mis indicaciones al pie de la letra-. Le dijo a su abogado con tono severo e inquisidor.
En el noticiario de las 6 de la tarde, el conductor abría su espacio – Primero lo urgente, señoras y señores, el Padre Faustino ha sufrido un infarto, le han trasladado de emergencia a un hospital al sur de la Ciudad de México, su estado de salud se encuentra en completo hermetismo, estaremos muy pendientes a esta importante información-. La noticia sacudió rápidamente a todos los sectores, no daban crédito de tal hecho; por supuesto los rezos y oraciones por parte de amistades y familiares sonaron al unísono reventando los tímpanos imaginarios de los fervientes feligreses.
Unos cuantos se mostraban satisfechos, y otros tantos sabían que algo había detrás. –Bueno, Enrique todo salió de maravilla, ¿no crees?- Le comentó el Padre Faustino a su abogado, quien miraba perdidamente hacia la ventana – no sé, Faustino, la verdad no lo sé; esta vez hemos ido demasiado lejos, creo que me asustas. Te desconozco, tu maldad y mentira no tiene límites, ¿acaso no tienes miedo que algún día llegues a pagar todo lo que has hecho?- Le preguntó. Faustino aventó el vaso de agua que tenía a su lado, gracias a su torpeza no logró atinarle -¡Eres un estúpido, cómo te atreves a juzgarme imbécil, después de todo lo que te he dado, infeliz muerto de hambre!-, los gritos eran tan fuertes que lograban retumbar en los pasillos del hospital. El infarto era toda una mentira que en efecto, le había salido perfecta.
Nada de escrúpulos, nada de vergüenza. Este circo le ayudo a frenar el proceso judicial en su contra por fraude procesal, argumentando invalidez física y gracias a esto había metido otro amparo, para no dar bendiciones en la cárcel; amparo que por “arte de magia” e influencias, había surgido efecto.
En el camino de regreso a casa, iba pensando en todo lo que había hecho a lo largo de su vida; los engaños, las mentiras, las traiciones. Millones y millones de dólares guardados en un banco, pero un alma vacía, sin valor, era un cheque a nombre del mismísimo Satanás, que tarde o temprano lo cobraría.
Al llegar a su residencia, le esperaban su cuerpo de servidumbres, María las más veterana de todas le dijo – Señor, gracias a Dios que ya está aquí, discúlpeme pero alguien le espera en el despacho, es muy importante y dijo que no se movería de ahí hasta que usted llegara Padre– Él, le preguntó – Pero ¿de qué se trata?- no recibió respuesta alguna. Se dirigió rápidamente al lugar, al entrar vio a una joven parada frente a la imagen de la Virgen de Fátima; era delgada, bella, cabello rubio, fino, elegante. El Padre Faustino se quedó perplejo, la había identificado inmediatamente – Padre, le dije que tarde o temprano me vería aquí, le quiero decir que… dudó por un instante, lo repensó, tomó aire y la jovencita lo soltó de tajo… Le quiero decir que tendré un hijo suyo y por nada del mundo permitiré que le pase algo.
Silencio. Solo un madito y ensordecedor silencio, se apoderó de todo ese opulento y exagerado despacho. Faustino se quedó helado.
Ella, caminó tres pasos y antes de salir giró sobre sus hombros, inclinó la cabeza y le dijo –Ahora sí pagará todo, lo que ha hecho, de la justicia divina nadie se salva-. Y salió.
Precisamente esta joven, se acercó a mí para investigar otros delitos, en los que el enviado del cielo ha incurrido. No puedo revelar aun muchos detalles, pero puedo decirles que los fraudes son lo de menos; hay indicios de violaciones e incluso muertes y en todo, en todo está involucrado el Padre Faustino. Sus fieles, que por muchos años lo siguieron estaban pasmados.
Tino, como le decían de pequeño, cuando las burlas de los demás chamacos de la escuela caían sobre él, lloraba como un niño.
-Te immploro Señor, no me dejes caer en las llamas del infierno-.
El escándalo ya comenzó.
Dignidad a prueba de balas
-¡Patrón, patrón…! Ya va a salir el último camión con la carga de pino, pa´que luego me diga a dónde le jalamos con toda la que falta, no se vaya a mojar- gritaba Justiniano a don Alejo el dueño del aserradero; él le contestó –llévatelo mijo a la bodega y dile a los muchachos que se vayan ya a comer algo al pueblo, los espero a las 4 para seguirle dando-. Ni tardos ni perezosos, corrieron como caballos desbocados para llenar la barriga y seguir trabajando, porque la jornada no terminaba aún y se veía bastante pesada.
Don Alejo regresó a su casa la cual se encontraba en medio de la enorme finca, tomó asiento y doña Cleo, la mujer que le ayudaba a la limpieza desde hace 24 años, ya le tenía un consomé de pollo caliente y carne asada. Su fiel acompañante, servidora, pero no su mujer, ironías de la vida. –Oiga patrón lo veo así como medio raro, ¿se siente bien, quiere un tecito o ya le dio la ciática otra vez?- le preguntó preocupada mientras desdoblaba la servilleta para meter más tortillas calientes; él se quedó callado por unos segundos, se echó un clavado en el consomé de pollo, le dio tres vueltas para enfriarlo y contestó -No lo sé, no es achaque de este viejo cuerpo, Cleo, es más como algo que se siente aquí en el pecho y no me deja respirar, se lo juro que me trae bien pinche nervioso y ya llevó así como 3 días- le dijo mientras picaba la ensalada. Con tan sólo evocar esos nervios que sentía, se le fue la poca hambre que tenía.
Siempre había sido un hombre de trabajo duro, cazó durante toda su juventud y todavía se aventuraba a hacerlo de vez en cuando si sus débiles y quebradizas piernas lo permitían. Por eso, la imagen de aquel aventurero y fornido joven contrastaba con el ahora viejo y desgastado aspecto de un señor de 77 años de edad. A regañadientes terminó de medio comer y se levantó de la mesa. Su vieja y acuñada costumbre era darle 3 vueltas a la sala para “reposar” la comida, encendía su puro y daba tres sorbos a un whiskey en las rocas que Cleo ya le tenía preparado, listo para tomar.
-Esta pinche angustia no se me va, Cleo, no me gusta nada, nadita- dijo y le dio dos bocanadas a su puro. Cleo contestó -Ay señor, ya párele con eso, ¿sí?, por favor, me pone retenerviosa y hasta ganas de llorar me dan, ya no siga “deveritas”, primero Dios y la Santísima Virgen nada malo pasará-. Sus palabras quedaron flotando en aquella maravillosa finca, que sin que nadie lo esperara, dejó su belleza para abrirse a un relato de fuerza y coraje, pero también de sangre, dolor, soledad y muerte.
Finalmente los trabajadores llegaron y comenzaron nuevamente a levantar la madera, las nubes grises amenazaban con soltar todo su llanto y los tiempos de la finca no estaba para desperdiciar nada. Tiempos difíciles, aún si don Alejo sorteaba las tormentas de crisis y lograba salir, si no victorioso, lo menos raspado posible.
Y el cielo reventó. Gotas agresivas se derramaban sobre la sierra, por fortuna habían metido a tiempo la madera; el agua obligó a detener labores e irse a casa, ni un alma quedó en aquella enorme finca. Don Alejo solía preparase un café de olla cuando el agua llegaba de sorpresa. Fue a la cocina, prendió la estufa y lo preparó. En medio de la tormenta y el estallar de las bolitas de granizo logró escuchar tres golpes en la puerta, “toc, toc, toc” fueron duros, secos y hasta cierto punto con desdén. -¿Sí, diga quién es?- preguntó algo curioso don Alejo, una voz ronca le contestó -abra la puerta, venimos a dejarle un encargo-. Don Alejo fue víctima de su edad, esa astucia de años se borró por un instante y su mano abrió la puerta.
La escena fue como de película. Un relámpago iluminó el contorno de aquella robusta figura. Don Alejo se quedó inmóvil, helado, perplejo -¿dígame a qué viene y cómo fue qué entró aquí?- inquiríó con cautela -nosotros entramos a donde queremos y cuando queremos, sólo le vengo a decir una cosa: tiene una semana para largarse de aquí y dejarnos la finca, aquí no hay opción; es eso o su vida, así que ya está advertido anciano, y yo que usted mejor no le hacía al vivo- el visitante se dio media vuelta y subió a una de las camionetas que, también con descaro, habían metido hasta la puerta misma de la casa de Don Alejo. Arrancaron escupiendo humo y piedras a su paso y se marcharon.
Don Alejo no supo ni que hacer, su mente se borró, se quedó en blanco, sentía que por sus venas corrían estacas de hielo. Esa noche como charal al ser pescado no pudo dormir, estuvo dando vueltas por la habitación y asomándose por la ventana. ¿Quiénes eran esos retremendos cabrones que habían llegado hasta su puerta a robarle la tranquilidad de sus años que con mucho esfuerzo y arduo trabajo había logrado?
-¡Buenos días patrón, ya llegué! ¿qué quiere qué le haga pa´desayunar?- alegre gritaba Cleo al tiempo que entraba a la casa. No escuchó respuesta alguna; eso le sorprendió porque siempre era inmediata, pensó que tal vez estaría en las caballerizas o dando la vuelta por la finca. Pasaron 20 minutos y nada, luego media hora y nada, ya eran las 8:30 de la mañana y él, religiosamente ingería sus primeros alimentos a las 8 en punto, ni un minuto más, ni un minuto menos.
Cleo se decidió entonces a subir al cuarto y vaya sorpresa que se llevó: Nada, la cama estaba intacta sin ninguna arruga, las almohadas en su lugar, las sábanas igual, estaba claro que no había pasado la noche en su habitación. Cleo comenzó a desesperarse y aceleró el paso para encontrar a su patrón. Sala, comedor, cuarto de invitados, los baños y nada, ni un rastro de él. Salió corriendo de la casa bastante desconcertada, pues no le había dejado ningún mensaje. Se dirigió a las caballerizas -¡Don Aleejooo, Don Aleejoooooo! ¡¿dónde está, por Dios santo?!- gritó y gritó; justo cuando se disponía a salir, se topó con un bulto -¡Ay santísima Virgen de Guadalupe!- exclamó, era Don Alejo hecho un ovillo en un rincón de aquella caballeriza.
-Pues por fortuna no es nada grave. Al parecer recibió una impresión muy fuerte que le causó un desmayo y a eso júntele el cansancio, de ahí que perdiera el equilibrio y la conciencia por un instante. Le encargo, nada de sobresaltos, ni trabajo, reposo absoluto en los próximos días, ab-so-lu-to doña Cleo, para evitarnos más sustos. Platique con él; lo noto inquieto, nervioso, alguna preocupación debe tener- explicó el doctor. Cleo le contestó -Doctor, muchas gracias, yo me quedaré a cuidarlo, no sé que tenga, desde hace días anda que trae un mal presentimiento, pero la verdad ni idea, doctorcito-.
Pasaron los días, pero las cosas estaban lejos de regresar a la normalidad. Doña Cleo estaba en la cocina preparando la merienda cuando sonó la puerta -¡Abran, con una chingada, o tiro la puerta!- exclamó la misma voz ronca que antes había visitado a don Alejo. Doña Cleo, incrédula ante lo que había escuchado, acudió sin miramientos a la puerta y se asomó, una mala jugada del destino le hizo confundir esa robusta figura con uno de los trabajadores y abrió. -¿Quién chingados es usted, dónde está el anciano?, quiero hablar con él- ordenó el sujeto. Doña Cleo contestó retando -pues no está, así que lárguese de aquí, que seguramente no tiene nada que hacer por estos lares- Intentó cerrar, pero el tipo puso su pie para trabar la puerta, sacó una pistola y apuntó directo a doña Cleo, le ordenó llevarlo con don Alejo -Mire hijita de la chingada, el pedo no es con usted, así que, órale, no sea pendeja y quítese del camino- la empujó el pistolero. Ella no tuvo opción y se apartó tras recibir un puñetazo en la mejilla.
-¿Así que se anda escondiendo abuelito?- le dijo a don Alejo -No me escondo, aquí estoy; ¿dime qué demonios quieres?- contestó tratando de incorporarse a duras penas de la cama -ya te lo dije, sólo vengo a recordarte que venimos por tu finca, es nuestra, así que lárgate ya, el tiempo se acaba y no te conviene quedarte-. Sacó nuevamente su pistola y dio tres tiros en el techo como señal de advertencia.
Habían pasado 4 días desde la primera advertencia y el tiempo se agotaba, Don Alejo no tenía intenciones de obedecer a pesar de su situación. Después de la incómoda visita se quedó pensando por unos minutos sentado al pie de su cama, miró a la ventana y le dijo a doña Cleo -Ni una palabra de esto Cleo, ni una sola palabra, esto se queda aquí- ella nerviosa y llorando le contestó –¡pero señor, debemos ir a la policía, es queee…- no la dejó terminar, le gritó -¡Con una chingada Cleo, te estoy dando una orden, obedécela por favor!-
Las jornadas se sucedieron en completo silencio, un silencio sepulcral. Los trabajadores lo notaban raro, inerte, fuera de sí, y es que en realidad llevaba varios días sin pegar el ojo, a sus 77 años eso no era precisamente lo mejor para su deteriorada salud. La semana había finalizado y el plazo establecido por aquel sujeto también. Era un viernes -qué se vayan todos temprano hoy, a las 3 de la tarde no quiero a nadie aquí- ordenó don Alejo y así se hizo.
Se quedó completamente solo y así se enfrentaría a quienes desde hacía una semana lo amenazaban. Reunió todas las armas de su casa, casi 8 décadas de vida y mucho más de la mitad de ésta como cazador multipremiado, le habían dado algo de experiencia y astucia. Decidió atrincherarse en su casa, recorrió mentalmente una y otra vez el plan que desde noches atrás venía delineando estratégicamente. Recorrió cada ventana y puerta y colocó un par de armas en cada una, así podría enfrentarse sin dejar ningún frente descubierto.
-Virgencita, madre de mi corazón, me pongo en sus manos, haga usted de mí lo que su voluntad desee- apagó la veladora, tomó el rosario que su madre la había regalado de chamaco, lo metió en su bolsillo y se dirigió al comedor, donde espero sentado. Los minutos que marcaba un viejo cucú de pared se le hicieron eternos y cada que el pájaro de madera cantaba que ya había transcurrido media hora más, don Alejo parecía que se hacía más fuerte y corrioso.
Botas negras finamente pulidas, chaleco de piel de ternero, sombrero suave como el algodón;vestido de gala y dignidad a prueba de balas.
Clavado en sus pensamientos recorría los años febriles de su vida. Lo interrumpió el rugir de los motores de varios camionetas; una a una se fueron acomodando alrededor de la construcción. No logró contar a todos los tipos que bajaron armados de los autos, eran tantos que simplemente perdió la cuenta. -¡Por acá, por acá, pendejos!- logró escuchar afuera de su casa. Sin avisar y de la manera más cobarde, abrieron fuego a diestra y siniestra. Don Alejo desde adentro repelió la agresión. Balas por aquí, por allá, por todos lados. Don Alejo con el rosario enredado en la mano, disparaba a sus enemigos, defendía su rancho con la vida misma.
Tantos años de experiencia le venían ahora de maravilla, tenía un tino perfecto, certero. Pero el fuego no amainaba, los sujetos asombrados por la valentía del “anciano”, decidieron derribar la puerta. Utilizaron granadas, parecía que se estaban enfrentando contra todo un pelotón y no contra un hombre de edad.
Al explotar la primera granada reventó la puerta y parte de una de las paredes. Era una escena de guerra, los impactos resonaban en aquella otrora tranquila finca. Pero aquel hombre se había envalentonado y comenzó a gritarles -¡Hijos de la chingada, si me sacan será con las patas por delante y antes me llevo a varios de ustedes conmigo, si no es que los arrastro a todos al infierno, hijos de su pura madre! y Don Alejo accionó una especie de sistema automático que simultáneamente dejó caer toda la carga de sus armas contra los sicarios.
Cuatro matones cayeron muertos, a seis más alcanzó a herirlos en piernas y brazos, pero detrás de ellos estaba, sin un rasguño, el sujeto que lo había amenazado. El “Rulitas” le decían. Sin remordimiento alguno echó mano de su AK-47, se acercó con los ojos inyectados de rabia, parecía un perro que escupía espuma, y como en cámara lenta, caminó hasta donde aquel viejo se reabastecía de cartuchos. Apenas lo tuvo a unos cuantos metros y se miraron a los ojos. Don Alejo le escupió. -Hoy me voy yo, pero te juro que pronto irás tú, la diferencia mi amigo- dijo Don Alejo -es que no nos encontraremos, porque tú te irás al mismísimo infierno- Apenas terminó de pronunciar infierno cuando el Rulitas, le reviró -Ya veremos, porque hoy, anciano estúpido, mando yo. Y el infierno es éste-
Don Alejo no cerró los ojos, le mantuvo la mirada y sus últimos segundos de vida los dedicó a pensar en sus madre. Él apretó con fuerza el rosario y el otro apretó decidido el gatillo. -Pinche viejo testarudo, te saliste con la tuya, la puta finca ya no será pa’nadie, y lo del infierno a mí ya no me espanta- Sacó un paliacate de la bolsa trasera del pantalón, se limpió el sudor y ordenó a los gatilleros que quedaban vivos salir inmediatamente del lugar.
Al vestirse de gala había tomado la precaución de esconder entre sus ropas una llave. La llave era de una pequeña caja fuerte de la que sólo él y Doña Cleo sabían la existencia y la adicional combinación.
Dinero, algunas joyas, escrituras, testamento y un mensaje dirigido a su familia y trabajadores, el contenido de aquella caja… “Dios siempre nos protegerá, no tengan miedo”. Así culminaba la carta que de puño y letra decía… ‘Bueno para que se las leo’, se dijo a sí mismo Manrique ‘ya la conocerán’.
Horas después llegaron los militares al lugar: Rancho San José, cerca de la presa Padilla a unos 15 kilómetros de Ciudad Victoria, Tamaulipas.
Doña Cleo denunció el hecho, pero fue demasiado tarde. Los sicarios temerosos de que la Marina o el Ejército los atraparan, decidieron no adueñarse finalmente del lugar. Don Alejo Garza Tamez, un hombre que peleó hasta la muerte, un hombre con dignidad, testarudo y que se aferró a la vida hasta el último momento. ¡Vaya tiempos de héroes anónimos a prueba de balas!
Cleo se hizo con la carta y me la entregó… una fuerte discusión se avecina.
Ya veremos a qué infierno se refería el viejo… Que más sabe el diablo por viejo, que por diablo. (Aunque lo mires de frente).
Don Alejo regresó a su casa la cual se encontraba en medio de la enorme finca, tomó asiento y doña Cleo, la mujer que le ayudaba a la limpieza desde hace 24 años, ya le tenía un consomé de pollo caliente y carne asada. Su fiel acompañante, servidora, pero no su mujer, ironías de la vida. –Oiga patrón lo veo así como medio raro, ¿se siente bien, quiere un tecito o ya le dio la ciática otra vez?- le preguntó preocupada mientras desdoblaba la servilleta para meter más tortillas calientes; él se quedó callado por unos segundos, se echó un clavado en el consomé de pollo, le dio tres vueltas para enfriarlo y contestó -No lo sé, no es achaque de este viejo cuerpo, Cleo, es más como algo que se siente aquí en el pecho y no me deja respirar, se lo juro que me trae bien pinche nervioso y ya llevó así como 3 días- le dijo mientras picaba la ensalada. Con tan sólo evocar esos nervios que sentía, se le fue la poca hambre que tenía.
Siempre había sido un hombre de trabajo duro, cazó durante toda su juventud y todavía se aventuraba a hacerlo de vez en cuando si sus débiles y quebradizas piernas lo permitían. Por eso, la imagen de aquel aventurero y fornido joven contrastaba con el ahora viejo y desgastado aspecto de un señor de 77 años de edad. A regañadientes terminó de medio comer y se levantó de la mesa. Su vieja y acuñada costumbre era darle 3 vueltas a la sala para “reposar” la comida, encendía su puro y daba tres sorbos a un whiskey en las rocas que Cleo ya le tenía preparado, listo para tomar.
-Esta pinche angustia no se me va, Cleo, no me gusta nada, nadita- dijo y le dio dos bocanadas a su puro. Cleo contestó -Ay señor, ya párele con eso, ¿sí?, por favor, me pone retenerviosa y hasta ganas de llorar me dan, ya no siga “deveritas”, primero Dios y la Santísima Virgen nada malo pasará-. Sus palabras quedaron flotando en aquella maravillosa finca, que sin que nadie lo esperara, dejó su belleza para abrirse a un relato de fuerza y coraje, pero también de sangre, dolor, soledad y muerte.
Finalmente los trabajadores llegaron y comenzaron nuevamente a levantar la madera, las nubes grises amenazaban con soltar todo su llanto y los tiempos de la finca no estaba para desperdiciar nada. Tiempos difíciles, aún si don Alejo sorteaba las tormentas de crisis y lograba salir, si no victorioso, lo menos raspado posible.
Y el cielo reventó. Gotas agresivas se derramaban sobre la sierra, por fortuna habían metido a tiempo la madera; el agua obligó a detener labores e irse a casa, ni un alma quedó en aquella enorme finca. Don Alejo solía preparase un café de olla cuando el agua llegaba de sorpresa. Fue a la cocina, prendió la estufa y lo preparó. En medio de la tormenta y el estallar de las bolitas de granizo logró escuchar tres golpes en la puerta, “toc, toc, toc” fueron duros, secos y hasta cierto punto con desdén. -¿Sí, diga quién es?- preguntó algo curioso don Alejo, una voz ronca le contestó -abra la puerta, venimos a dejarle un encargo-. Don Alejo fue víctima de su edad, esa astucia de años se borró por un instante y su mano abrió la puerta.
La escena fue como de película. Un relámpago iluminó el contorno de aquella robusta figura. Don Alejo se quedó inmóvil, helado, perplejo -¿dígame a qué viene y cómo fue qué entró aquí?- inquiríó con cautela -nosotros entramos a donde queremos y cuando queremos, sólo le vengo a decir una cosa: tiene una semana para largarse de aquí y dejarnos la finca, aquí no hay opción; es eso o su vida, así que ya está advertido anciano, y yo que usted mejor no le hacía al vivo- el visitante se dio media vuelta y subió a una de las camionetas que, también con descaro, habían metido hasta la puerta misma de la casa de Don Alejo. Arrancaron escupiendo humo y piedras a su paso y se marcharon.
Don Alejo no supo ni que hacer, su mente se borró, se quedó en blanco, sentía que por sus venas corrían estacas de hielo. Esa noche como charal al ser pescado no pudo dormir, estuvo dando vueltas por la habitación y asomándose por la ventana. ¿Quiénes eran esos retremendos cabrones que habían llegado hasta su puerta a robarle la tranquilidad de sus años que con mucho esfuerzo y arduo trabajo había logrado?
-¡Buenos días patrón, ya llegué! ¿qué quiere qué le haga pa´desayunar?- alegre gritaba Cleo al tiempo que entraba a la casa. No escuchó respuesta alguna; eso le sorprendió porque siempre era inmediata, pensó que tal vez estaría en las caballerizas o dando la vuelta por la finca. Pasaron 20 minutos y nada, luego media hora y nada, ya eran las 8:30 de la mañana y él, religiosamente ingería sus primeros alimentos a las 8 en punto, ni un minuto más, ni un minuto menos.
Cleo se decidió entonces a subir al cuarto y vaya sorpresa que se llevó: Nada, la cama estaba intacta sin ninguna arruga, las almohadas en su lugar, las sábanas igual, estaba claro que no había pasado la noche en su habitación. Cleo comenzó a desesperarse y aceleró el paso para encontrar a su patrón. Sala, comedor, cuarto de invitados, los baños y nada, ni un rastro de él. Salió corriendo de la casa bastante desconcertada, pues no le había dejado ningún mensaje. Se dirigió a las caballerizas -¡Don Aleejooo, Don Aleejoooooo! ¡¿dónde está, por Dios santo?!- gritó y gritó; justo cuando se disponía a salir, se topó con un bulto -¡Ay santísima Virgen de Guadalupe!- exclamó, era Don Alejo hecho un ovillo en un rincón de aquella caballeriza.
-Pues por fortuna no es nada grave. Al parecer recibió una impresión muy fuerte que le causó un desmayo y a eso júntele el cansancio, de ahí que perdiera el equilibrio y la conciencia por un instante. Le encargo, nada de sobresaltos, ni trabajo, reposo absoluto en los próximos días, ab-so-lu-to doña Cleo, para evitarnos más sustos. Platique con él; lo noto inquieto, nervioso, alguna preocupación debe tener- explicó el doctor. Cleo le contestó -Doctor, muchas gracias, yo me quedaré a cuidarlo, no sé que tenga, desde hace días anda que trae un mal presentimiento, pero la verdad ni idea, doctorcito-.
Pasaron los días, pero las cosas estaban lejos de regresar a la normalidad. Doña Cleo estaba en la cocina preparando la merienda cuando sonó la puerta -¡Abran, con una chingada, o tiro la puerta!- exclamó la misma voz ronca que antes había visitado a don Alejo. Doña Cleo, incrédula ante lo que había escuchado, acudió sin miramientos a la puerta y se asomó, una mala jugada del destino le hizo confundir esa robusta figura con uno de los trabajadores y abrió. -¿Quién chingados es usted, dónde está el anciano?, quiero hablar con él- ordenó el sujeto. Doña Cleo contestó retando -pues no está, así que lárguese de aquí, que seguramente no tiene nada que hacer por estos lares- Intentó cerrar, pero el tipo puso su pie para trabar la puerta, sacó una pistola y apuntó directo a doña Cleo, le ordenó llevarlo con don Alejo -Mire hijita de la chingada, el pedo no es con usted, así que, órale, no sea pendeja y quítese del camino- la empujó el pistolero. Ella no tuvo opción y se apartó tras recibir un puñetazo en la mejilla.
-¿Así que se anda escondiendo abuelito?- le dijo a don Alejo -No me escondo, aquí estoy; ¿dime qué demonios quieres?- contestó tratando de incorporarse a duras penas de la cama -ya te lo dije, sólo vengo a recordarte que venimos por tu finca, es nuestra, así que lárgate ya, el tiempo se acaba y no te conviene quedarte-. Sacó nuevamente su pistola y dio tres tiros en el techo como señal de advertencia.
Habían pasado 4 días desde la primera advertencia y el tiempo se agotaba, Don Alejo no tenía intenciones de obedecer a pesar de su situación. Después de la incómoda visita se quedó pensando por unos minutos sentado al pie de su cama, miró a la ventana y le dijo a doña Cleo -Ni una palabra de esto Cleo, ni una sola palabra, esto se queda aquí- ella nerviosa y llorando le contestó –¡pero señor, debemos ir a la policía, es queee…- no la dejó terminar, le gritó -¡Con una chingada Cleo, te estoy dando una orden, obedécela por favor!-
Las jornadas se sucedieron en completo silencio, un silencio sepulcral. Los trabajadores lo notaban raro, inerte, fuera de sí, y es que en realidad llevaba varios días sin pegar el ojo, a sus 77 años eso no era precisamente lo mejor para su deteriorada salud. La semana había finalizado y el plazo establecido por aquel sujeto también. Era un viernes -qué se vayan todos temprano hoy, a las 3 de la tarde no quiero a nadie aquí- ordenó don Alejo y así se hizo.
Se quedó completamente solo y así se enfrentaría a quienes desde hacía una semana lo amenazaban. Reunió todas las armas de su casa, casi 8 décadas de vida y mucho más de la mitad de ésta como cazador multipremiado, le habían dado algo de experiencia y astucia. Decidió atrincherarse en su casa, recorrió mentalmente una y otra vez el plan que desde noches atrás venía delineando estratégicamente. Recorrió cada ventana y puerta y colocó un par de armas en cada una, así podría enfrentarse sin dejar ningún frente descubierto.
-Virgencita, madre de mi corazón, me pongo en sus manos, haga usted de mí lo que su voluntad desee- apagó la veladora, tomó el rosario que su madre la había regalado de chamaco, lo metió en su bolsillo y se dirigió al comedor, donde espero sentado. Los minutos que marcaba un viejo cucú de pared se le hicieron eternos y cada que el pájaro de madera cantaba que ya había transcurrido media hora más, don Alejo parecía que se hacía más fuerte y corrioso.
Botas negras finamente pulidas, chaleco de piel de ternero, sombrero suave como el algodón;vestido de gala y dignidad a prueba de balas.
Clavado en sus pensamientos recorría los años febriles de su vida. Lo interrumpió el rugir de los motores de varios camionetas; una a una se fueron acomodando alrededor de la construcción. No logró contar a todos los tipos que bajaron armados de los autos, eran tantos que simplemente perdió la cuenta. -¡Por acá, por acá, pendejos!- logró escuchar afuera de su casa. Sin avisar y de la manera más cobarde, abrieron fuego a diestra y siniestra. Don Alejo desde adentro repelió la agresión. Balas por aquí, por allá, por todos lados. Don Alejo con el rosario enredado en la mano, disparaba a sus enemigos, defendía su rancho con la vida misma.
Tantos años de experiencia le venían ahora de maravilla, tenía un tino perfecto, certero. Pero el fuego no amainaba, los sujetos asombrados por la valentía del “anciano”, decidieron derribar la puerta. Utilizaron granadas, parecía que se estaban enfrentando contra todo un pelotón y no contra un hombre de edad.
Al explotar la primera granada reventó la puerta y parte de una de las paredes. Era una escena de guerra, los impactos resonaban en aquella otrora tranquila finca. Pero aquel hombre se había envalentonado y comenzó a gritarles -¡Hijos de la chingada, si me sacan será con las patas por delante y antes me llevo a varios de ustedes conmigo, si no es que los arrastro a todos al infierno, hijos de su pura madre! y Don Alejo accionó una especie de sistema automático que simultáneamente dejó caer toda la carga de sus armas contra los sicarios.
Cuatro matones cayeron muertos, a seis más alcanzó a herirlos en piernas y brazos, pero detrás de ellos estaba, sin un rasguño, el sujeto que lo había amenazado. El “Rulitas” le decían. Sin remordimiento alguno echó mano de su AK-47, se acercó con los ojos inyectados de rabia, parecía un perro que escupía espuma, y como en cámara lenta, caminó hasta donde aquel viejo se reabastecía de cartuchos. Apenas lo tuvo a unos cuantos metros y se miraron a los ojos. Don Alejo le escupió. -Hoy me voy yo, pero te juro que pronto irás tú, la diferencia mi amigo- dijo Don Alejo -es que no nos encontraremos, porque tú te irás al mismísimo infierno- Apenas terminó de pronunciar infierno cuando el Rulitas, le reviró -Ya veremos, porque hoy, anciano estúpido, mando yo. Y el infierno es éste-
Don Alejo no cerró los ojos, le mantuvo la mirada y sus últimos segundos de vida los dedicó a pensar en sus madre. Él apretó con fuerza el rosario y el otro apretó decidido el gatillo. -Pinche viejo testarudo, te saliste con la tuya, la puta finca ya no será pa’nadie, y lo del infierno a mí ya no me espanta- Sacó un paliacate de la bolsa trasera del pantalón, se limpió el sudor y ordenó a los gatilleros que quedaban vivos salir inmediatamente del lugar.
Al vestirse de gala había tomado la precaución de esconder entre sus ropas una llave. La llave era de una pequeña caja fuerte de la que sólo él y Doña Cleo sabían la existencia y la adicional combinación.
Dinero, algunas joyas, escrituras, testamento y un mensaje dirigido a su familia y trabajadores, el contenido de aquella caja… “Dios siempre nos protegerá, no tengan miedo”. Así culminaba la carta que de puño y letra decía… ‘Bueno para que se las leo’, se dijo a sí mismo Manrique ‘ya la conocerán’.
Horas después llegaron los militares al lugar: Rancho San José, cerca de la presa Padilla a unos 15 kilómetros de Ciudad Victoria, Tamaulipas.
Doña Cleo denunció el hecho, pero fue demasiado tarde. Los sicarios temerosos de que la Marina o el Ejército los atraparan, decidieron no adueñarse finalmente del lugar. Don Alejo Garza Tamez, un hombre que peleó hasta la muerte, un hombre con dignidad, testarudo y que se aferró a la vida hasta el último momento. ¡Vaya tiempos de héroes anónimos a prueba de balas!
Cleo se hizo con la carta y me la entregó… una fuerte discusión se avecina.
Ya veremos a qué infierno se refería el viejo… Que más sabe el diablo por viejo, que por diablo. (Aunque lo mires de frente).
Los malnacidos
-Bendito seas Señor, ten misericordia padre mío y no permitas que nada les pase- imploraba Doña Karina, quien rompió en llanto, sus piernas se vencieron y como dos viejas estructuras se vinieron abajo, se colapsaron. Un bulto roído, envuelto por un decolorado delantal estaba en el suelo; era Doña Karina quien ante la desesperación de no saber de sus hijos, tras 4 días de buscarlos hasta por debajo de las piedras, no tuvo más escape que un llanto que desgarraba su alma, su aliento, su piel. El dolor era indescriptible, calaba, era como tomar ácido y sentir que la quemaba, la consumía por dentro, lento y agonizante.
Sus vecinas Lencha y Roberta le acompañaban en su pena y también “Rulo” un perico verde que de alguna forma sentía lo que pasaba y no abría el pico para nada, “Rulo” expresaba a su manera que algo estaba mal.
–Ya mujer, ya mujer, échele ganas por usted, sino quién más lo va a hacer, esos chamacos van a regresar, deben estar por ahí trabajando en el campo o en alguna construcción, no piense mal, su corazón no miente y si cree que están vivos es porque así es- le decía Lencha a Doña Karina mientras le sobaba la espalda y trataba de levantarla del suelo, pero era imposible. Doña Karina seguía llorando y una extraña fuerza la jalaba como imán al suelo –Déjala comadre que llore su pena y que desahogue su dolor, vámonos- dijo Roberta, tomó de la mano a Lencha y salieron de aquella humilde choza.
Afuera el sol caía como si fuera un líquido espeso, bastaban cinco minutos para sentirse como lava saliendo de un volcán. Las comadres dieron unos pasos y aún así podían escuchar los berridos de aquel bulto de lágrima y mocos, el corazón se les estrujaba, pero sabían que debían dejarla sola, sola con su pena.
El tiempo corrió y finalmente el cansancio la venció, quedó dormida, inerte en ese polvoso y sucio suelo. Ni los grillos quisieron cantarle.
Al día siguiente la mañana iluminó su pequeña vivienda. Doña Karina con los huesos cansados y los ojos secos comenzó a levantar y ordenar un poco el desastre de la noche anterior. Cuando se encontraba en el lavabo en la parte de atrás, escucho un ruido como si algo se hubiera caído, un golpe seco. Aguzó el oído y a lo lejos distinguió unos gritos como de ratitas de coladera -¡Madre, ya llegamos, aquí están tus pollitos venga pa´ca!-
Doña Karina sintió que se ahogaba, que se le iba el aire, corrió tan rápido como sus débiles piernas se lo permitieron y al llegar a la improvisada sala los vio ahí parados: Jesús, Laura y Raquel. Se quedó atónita al percatarse que los tres estaban como si nada, pulcros, bien vestidos y hasta perfumados. -¡Pero dónde estaban hijos de mi vida, ¿porqué me hacen esto?!- les preguntó y justo cuando alzaba los brazos para apretarlos en gran abrazo, comenzó una estela de balas.
¡Ratatatata, ratatatata, ratatatata! No hubo tiempo de escapar, las ya de por si descarapeladas paredes quedaron cacarizas ante los impactos de aquellas AK-47, -¡Salgan hijos de su reputa madre, ahora sí se los cargó la verga!- gritaba una voz desde fuera.
Los 3 hermanos, tal vez por instinto, se echaron sobre su madre quien gritaba y lloraba peor que la noche anterior. Jesús sacó dos metralletas de una maleta negra que había dejado sobre el sillón roto -¡A ver pendejas, váyanse al cuarto y cubran a mamá, por nada del mundo salgan, pero rápido con una chingada!- Sin temor alguno pateó la puerta y abrió fuego; su temple y control de las armas era digno de un veterano militar, con ojo certero fue eliminando a los atacantes, eran como 10 contra él, -¡me la pelan, putos!- les insultó y dejo salir una carcajada macabra, hostil, sucia. La escena era inimaginable, Jesús tenía apenas 12 años.
A su corta edad logró aniquilar a diez personas en cuestión de minutos; había terminado con la existencia de hombres con 10, 15 y hasta 20 años más que él. -Conmigo y con mis hermanas, no se meten culeros de mierda- le dijo a los cuerpos, no sin antes escupir al de Óscar, el sicario que estaba a cargo de ese grupo. El escupitajo se escurrió por el ensangrentado rostro de Óscar, se secó rápidamente con el infernal calor que ahí se sentía.
Jesús regresó a la casa, su camisa Versace de seda estaba salpicada de sangre -¡Puta madre y me le acabó de comprar, chingao!- maldecía mientras se la quitaba para sacar otra nueva de la maleta; Versace también de seda, pero ésta tenía loros impresos, era una prenda que contrastaba de manera chillona con el grisáceo lugar.
Doña Karina estaba de una pieza, se le puso el cuerpo y el rostro azul de la impresión. Se congeló completamente, se le atascaron las palabras y se quedó con la boca abierta de la que asomaba su lenga morada como la del perico. Tras unos minutos de silencio y de oler a pólvora quemada consiguió decir: -¡¿Pero qué has hecho mi amor?, no eres tú, no eres tú, tú no eres mi “Chuchito”, mi niño que jugaba con los perros en el campo, no eres tú!- gritaba desencajada mientras se mesaba los cabellos queriéndolos arrancar de la desesperación. Hincada en el suelo comenzó a llorar una vez más a grito tendido. Las hermanas, tal vez por ser mujeres de 18 y 20 respectivamente, no dijeron nada y tomaron a su madre para levantarla y ayudarle a sentarse en el sillón, su cuerpo y sus nervios ya no daban para más.
–No me diga eso madre, yo la respeto y la quiero, pero las cosas cambiaron, cambiaron muchísimo; me harté de esta miseria, de morirnos de hambre, de no tener una vida- explicaba Jesús y cuando pretendía continuar, dos bofetadas en seco lo callaron. Con los labios trabados y con un semblante más parecido al de un perro con rabia, Doña Karina le dijo -¡Jamás te enseñé a ensuciarte las manos, tu padre y yo siempre fuimos pobres pero dignos, Jesús; manos sucias pero de la tierra, para darte a ti y a tus hermanas lo que podíamos, y mira cómo me vienes a pagar, tienes 12 años, tus hermanas… y mira que son… son unos asesinos!- Gritaba y nuevamente las lágrimas ahogaron su voz, lo que estaba viviendo era una pesadilla que ni en sus peores momentos habría imaginado.
Las jovencitas la volvieron a abrazar y la trataron de consolarla. -¡Cálmese madrecita, no pasa nada, Jesús es ahora quien nos protege, mamacita linda!-
La tendieron en el sofá y comenzaron a limpiar la casa. Jesús se encaminó a su cuartucho, todo seguía intacto: fotos, ropa y su muñeco de madera, ese que le había regalado su padre cuando cumplió 9 años, un día después de eso, su jefecito murió de un infarto. Sus hermanas tras recoger ese terrible escenario desmadrado por las balas, también se fueron a su habitación..
Doña Karina estaba desconectada de todo y de todos, tendida en el sillón y con la mirada perdida. Así se quedó toda la noche; la locura estaba a punto de invadirla.
Durante la madrugada, se escuchaban algunos ruidos; eran Jesús y sus hermanas quienes estaban levantando los cuerpos de los sicarios muertos para apilarlos en una fosa. –Bueno Chuy, éste era el último, haz tu parte- dijo Raquel. Jesús resignado le respondió -ni hablar, la parte sucia siempre me toca a mí, ustedes no tienen porqué hacerlo-. Encendió un cerillo y prendió fuego a la pira; la gasolina que habían rociado minutos antes encendió de inmediato y los cuerpos fueron abrasados por las llamas, de alguna forma vivieron un infierno anticipado. Terminaron el caliente trabajo y regresaron a sus cuartos; en el sillón yacía Doña Karina quien ante el cansancio, los nervios y sus 65 años perdía la fuerza ya muy fácilmente.
Era la primera vez en mucho tiempo que dormían todos en esa casa, como lo hacían antes, como según la doña debía ser. Pero a veces lo que queremos no es lo que necesitamos, o lo que tanto deseamos no es lo que tenemos. –Mañana, nos tenemos que ir hermanas, los culeros militares ya no están pisando los pinches talones, hace rato me llamó el “Radilla” y me dijo que nos necesita ver porque las cosas andan de la chingada, el pedo ahora es que no podemos dejar a mamá aquí, estos hijos de su puta madre, van a venir y se la van a cargar y eso sí que no lo vamos a permitir. Le prometí a papá que siempre la cuidaría, él me lo pidió y yo lo voy a hacer, cueste lo que cueste- dijo Jesús mirando fijamente a sus hermanas quienes no pensaban lo mismo, así que tras un largo silencio, para no llevarle la contra a su adorable hermanito, le respondieron agachando la cabeza: -sí está bien-.
Al tal Chuy, en cuestión de minutos le habían salido pelos en los parte superior de los labios, apenas unos brotes que parecían manchones. Él, a sus doce, ya se sentía todo un cabrón.
No hubo opción, la durmieron con el mismo farmaco que utilizan para sus víctimas y la subieron a la Hummer negra que se encontraba estacionada en la parte de atrás. Antes de irse, recogieron sus cosas y los 3 hermanos sicarios suspiraron profundamente al salir de aquella humilde construcción que con tanto trabajo había construido su padre.
Se fueron dejando los recuerdos y la sangre. -¿Dónde andaban hijos de la chingada?, se largan justo cuando menos deben, putos- les gritó el “Radilla” jefe de los hermanos y líder del Cártel del Pacífico Sur en Morelos. –A ver, cabrones al rato se me lanzan a esta dirección, ahí están unas pinches ratas que tenemos que desaparecer, así que en chinga y ni un puto rastro, que éstos son militares y los andan rastreando- terminó de dictar órdenes el “Radilla” a Jesús, Raquel y Laura.
Sin desperdiciar ni un segundo se fueron rumbo a una de las zonas más exclusivas de Cuernavaca; llegaron y encargaron a su madre a la sirvienta, tenían mucho trabajo esa noche, ya se ocuparían de hablar con su madre más tarde.
Se estacionaron frente a una enorme bodega, vieron a 15 militares sentados, todos con los ojos vendados. –Son unos putos maricones, se rajaron y ahora tienen que pagar, ¿no crees? Chucho- preguntó burlón uno de los guardias que los cuidaba –Pues sí, qué lástima, pero nadie le ve la cara a Don Héctor, así que… pues que Dios los bendiga- les bendijo con la mano y comenzó Y abrió fuego contra ellos, directo a las cabezas. Los ejecutó uno por uno. Nuevamente la risa de Jesús al momento de matarlos, en verdad era de ultratumba, sádica, llena de odio.
Los cuerpos maltrechos eran arrastrados por Laura y Raquel junto con otras mujeres conocidas como “Las Chavelas”, los degollaban con un machete, como si se tratara de reses, descuartizaban los cuerpos para después irlos a botar a baldíos o carreteras, siempre con un mensaje: “Con Héctor Beltrán Leyva nadie se mete”. Y con ese ejercito particular a su servicio, ni el mismo Diablo lo haría.
Siempre que terminaban el “trabajito” iban con el jefe quien les pagaba en efectivo 3 mil dólares por muerto. Esa noche se habían ganado 45 mil dólares. Un niño de 12 años que mataba y decapitaba sin remordimiento alguno por cientos de billetes verdes, bueno, en realidad rojos.
La lista de víctimas era larga, también la de enemigos. Militares y otros sicarios andaban tras de él y como “buen niño” sabía esconderse y escabullirse como ratón en situaciones de peligro.
Cuando regresaban a casa, cerca de las 3 de la mañana, Raquel dijo preocupada -creo que tenemos que acabar con esto, y con el dinero que hemos juntado irnos de aquí, poner un negocio para nosotros y mamá, presiento algo muy feo…- Jesús y Laura no contestaron nada.
La puerta de la cochera se abrió con el control remoto, metieron la camioneta y se bajaron. Les extrañó que no estuviera Macaria, la muchacha, quien sin importar la hora ni el momento, los esperaba siempre a la entrada –Debe de estar cuidando a mamá- dijo Laura. Cuando entraron a la cocina y encendieron la luz se enfrentaron a una terrible escena: su madre estaba colgada del techo y con el tiro de gracia; un hilo de sangre corría por sus piernas y había formado ya un charco rojo sobre el mármol blanco de aquella lujosa cocina. A los 3 hermanos se les erizaron los cabellos. Sintieron miedo, hacía mucho tiempo que no tenían tal sentimiento y comenzaron a gritar desesperados, pero dicha desesperación no duró mucho; de todos los costados salieron sicarios y abrieron fuego. Los mataron sorpresivamente, no les dio tiempo de reaccionar.
Y ahí quedaron los 4 cuerpos juntos; el de Macaria flotaba en la alberca. Jesús se mantenía medio vivo, su cuerpo ya no se movía, ni siquiera sus párpados pero una lágrima rodó por su mejilla al ver a sus hermanas muertas, otra más brotó recordando el cuerpo de su madre balanceándose, había fallado…. No cumplió su promesa.
En el bolsillo traía su muñeco de madera ahí estaba con la infancia que nunca completó. A Jesús le apodaban el “Ponchis”. Este chamaquito de pelos necios se encontraba bajo las órdenes de Julio Jesús Padilla Hernández, líder del Cártel del Pacífico Sur en Morelos y quien recibía indicaciones directas de Héctor Beltrán Leyva. El “Ponchis” cerró los ojos y le escurrió la última lágrima. Las únicas que había derramado desde el día en que lo sacaron del vientre de su madre.
Lencha y Roberta no se cansaban de repetir a todo aquél que quisiera escucharlas: -¡A que Doña Karina, qué pinches engendros vino a parir, comadre- decía una, fingiendo consternación -¿Ya vio lo que dicen?- inquiría la otra -Sí Lencha, ya le decía yo, ni modo que Dios padre no vea y haga pagar lo que hacen los malnacidos como esos, ¿quién se iba a imaginar que el Chuchito fuera todo un matón?- suspiraba -Sí, que terrible comadre- Caminaban por la plaza las mujeres.
Y así comenzó la leyenda del pequeño sicario.
Sus vecinas Lencha y Roberta le acompañaban en su pena y también “Rulo” un perico verde que de alguna forma sentía lo que pasaba y no abría el pico para nada, “Rulo” expresaba a su manera que algo estaba mal.
–Ya mujer, ya mujer, échele ganas por usted, sino quién más lo va a hacer, esos chamacos van a regresar, deben estar por ahí trabajando en el campo o en alguna construcción, no piense mal, su corazón no miente y si cree que están vivos es porque así es- le decía Lencha a Doña Karina mientras le sobaba la espalda y trataba de levantarla del suelo, pero era imposible. Doña Karina seguía llorando y una extraña fuerza la jalaba como imán al suelo –Déjala comadre que llore su pena y que desahogue su dolor, vámonos- dijo Roberta, tomó de la mano a Lencha y salieron de aquella humilde choza.
Afuera el sol caía como si fuera un líquido espeso, bastaban cinco minutos para sentirse como lava saliendo de un volcán. Las comadres dieron unos pasos y aún así podían escuchar los berridos de aquel bulto de lágrima y mocos, el corazón se les estrujaba, pero sabían que debían dejarla sola, sola con su pena.
El tiempo corrió y finalmente el cansancio la venció, quedó dormida, inerte en ese polvoso y sucio suelo. Ni los grillos quisieron cantarle.
Al día siguiente la mañana iluminó su pequeña vivienda. Doña Karina con los huesos cansados y los ojos secos comenzó a levantar y ordenar un poco el desastre de la noche anterior. Cuando se encontraba en el lavabo en la parte de atrás, escucho un ruido como si algo se hubiera caído, un golpe seco. Aguzó el oído y a lo lejos distinguió unos gritos como de ratitas de coladera -¡Madre, ya llegamos, aquí están tus pollitos venga pa´ca!-
Doña Karina sintió que se ahogaba, que se le iba el aire, corrió tan rápido como sus débiles piernas se lo permitieron y al llegar a la improvisada sala los vio ahí parados: Jesús, Laura y Raquel. Se quedó atónita al percatarse que los tres estaban como si nada, pulcros, bien vestidos y hasta perfumados. -¡Pero dónde estaban hijos de mi vida, ¿porqué me hacen esto?!- les preguntó y justo cuando alzaba los brazos para apretarlos en gran abrazo, comenzó una estela de balas.
¡Ratatatata, ratatatata, ratatatata! No hubo tiempo de escapar, las ya de por si descarapeladas paredes quedaron cacarizas ante los impactos de aquellas AK-47, -¡Salgan hijos de su reputa madre, ahora sí se los cargó la verga!- gritaba una voz desde fuera.
Los 3 hermanos, tal vez por instinto, se echaron sobre su madre quien gritaba y lloraba peor que la noche anterior. Jesús sacó dos metralletas de una maleta negra que había dejado sobre el sillón roto -¡A ver pendejas, váyanse al cuarto y cubran a mamá, por nada del mundo salgan, pero rápido con una chingada!- Sin temor alguno pateó la puerta y abrió fuego; su temple y control de las armas era digno de un veterano militar, con ojo certero fue eliminando a los atacantes, eran como 10 contra él, -¡me la pelan, putos!- les insultó y dejo salir una carcajada macabra, hostil, sucia. La escena era inimaginable, Jesús tenía apenas 12 años.
A su corta edad logró aniquilar a diez personas en cuestión de minutos; había terminado con la existencia de hombres con 10, 15 y hasta 20 años más que él. -Conmigo y con mis hermanas, no se meten culeros de mierda- le dijo a los cuerpos, no sin antes escupir al de Óscar, el sicario que estaba a cargo de ese grupo. El escupitajo se escurrió por el ensangrentado rostro de Óscar, se secó rápidamente con el infernal calor que ahí se sentía.
Jesús regresó a la casa, su camisa Versace de seda estaba salpicada de sangre -¡Puta madre y me le acabó de comprar, chingao!- maldecía mientras se la quitaba para sacar otra nueva de la maleta; Versace también de seda, pero ésta tenía loros impresos, era una prenda que contrastaba de manera chillona con el grisáceo lugar.
Doña Karina estaba de una pieza, se le puso el cuerpo y el rostro azul de la impresión. Se congeló completamente, se le atascaron las palabras y se quedó con la boca abierta de la que asomaba su lenga morada como la del perico. Tras unos minutos de silencio y de oler a pólvora quemada consiguió decir: -¡¿Pero qué has hecho mi amor?, no eres tú, no eres tú, tú no eres mi “Chuchito”, mi niño que jugaba con los perros en el campo, no eres tú!- gritaba desencajada mientras se mesaba los cabellos queriéndolos arrancar de la desesperación. Hincada en el suelo comenzó a llorar una vez más a grito tendido. Las hermanas, tal vez por ser mujeres de 18 y 20 respectivamente, no dijeron nada y tomaron a su madre para levantarla y ayudarle a sentarse en el sillón, su cuerpo y sus nervios ya no daban para más.
–No me diga eso madre, yo la respeto y la quiero, pero las cosas cambiaron, cambiaron muchísimo; me harté de esta miseria, de morirnos de hambre, de no tener una vida- explicaba Jesús y cuando pretendía continuar, dos bofetadas en seco lo callaron. Con los labios trabados y con un semblante más parecido al de un perro con rabia, Doña Karina le dijo -¡Jamás te enseñé a ensuciarte las manos, tu padre y yo siempre fuimos pobres pero dignos, Jesús; manos sucias pero de la tierra, para darte a ti y a tus hermanas lo que podíamos, y mira cómo me vienes a pagar, tienes 12 años, tus hermanas… y mira que son… son unos asesinos!- Gritaba y nuevamente las lágrimas ahogaron su voz, lo que estaba viviendo era una pesadilla que ni en sus peores momentos habría imaginado.
Las jovencitas la volvieron a abrazar y la trataron de consolarla. -¡Cálmese madrecita, no pasa nada, Jesús es ahora quien nos protege, mamacita linda!-
La tendieron en el sofá y comenzaron a limpiar la casa. Jesús se encaminó a su cuartucho, todo seguía intacto: fotos, ropa y su muñeco de madera, ese que le había regalado su padre cuando cumplió 9 años, un día después de eso, su jefecito murió de un infarto. Sus hermanas tras recoger ese terrible escenario desmadrado por las balas, también se fueron a su habitación..
Doña Karina estaba desconectada de todo y de todos, tendida en el sillón y con la mirada perdida. Así se quedó toda la noche; la locura estaba a punto de invadirla.
Durante la madrugada, se escuchaban algunos ruidos; eran Jesús y sus hermanas quienes estaban levantando los cuerpos de los sicarios muertos para apilarlos en una fosa. –Bueno Chuy, éste era el último, haz tu parte- dijo Raquel. Jesús resignado le respondió -ni hablar, la parte sucia siempre me toca a mí, ustedes no tienen porqué hacerlo-. Encendió un cerillo y prendió fuego a la pira; la gasolina que habían rociado minutos antes encendió de inmediato y los cuerpos fueron abrasados por las llamas, de alguna forma vivieron un infierno anticipado. Terminaron el caliente trabajo y regresaron a sus cuartos; en el sillón yacía Doña Karina quien ante el cansancio, los nervios y sus 65 años perdía la fuerza ya muy fácilmente.
Era la primera vez en mucho tiempo que dormían todos en esa casa, como lo hacían antes, como según la doña debía ser. Pero a veces lo que queremos no es lo que necesitamos, o lo que tanto deseamos no es lo que tenemos. –Mañana, nos tenemos que ir hermanas, los culeros militares ya no están pisando los pinches talones, hace rato me llamó el “Radilla” y me dijo que nos necesita ver porque las cosas andan de la chingada, el pedo ahora es que no podemos dejar a mamá aquí, estos hijos de su puta madre, van a venir y se la van a cargar y eso sí que no lo vamos a permitir. Le prometí a papá que siempre la cuidaría, él me lo pidió y yo lo voy a hacer, cueste lo que cueste- dijo Jesús mirando fijamente a sus hermanas quienes no pensaban lo mismo, así que tras un largo silencio, para no llevarle la contra a su adorable hermanito, le respondieron agachando la cabeza: -sí está bien-.
Al tal Chuy, en cuestión de minutos le habían salido pelos en los parte superior de los labios, apenas unos brotes que parecían manchones. Él, a sus doce, ya se sentía todo un cabrón.
No hubo opción, la durmieron con el mismo farmaco que utilizan para sus víctimas y la subieron a la Hummer negra que se encontraba estacionada en la parte de atrás. Antes de irse, recogieron sus cosas y los 3 hermanos sicarios suspiraron profundamente al salir de aquella humilde construcción que con tanto trabajo había construido su padre.
Se fueron dejando los recuerdos y la sangre. -¿Dónde andaban hijos de la chingada?, se largan justo cuando menos deben, putos- les gritó el “Radilla” jefe de los hermanos y líder del Cártel del Pacífico Sur en Morelos. –A ver, cabrones al rato se me lanzan a esta dirección, ahí están unas pinches ratas que tenemos que desaparecer, así que en chinga y ni un puto rastro, que éstos son militares y los andan rastreando- terminó de dictar órdenes el “Radilla” a Jesús, Raquel y Laura.
Sin desperdiciar ni un segundo se fueron rumbo a una de las zonas más exclusivas de Cuernavaca; llegaron y encargaron a su madre a la sirvienta, tenían mucho trabajo esa noche, ya se ocuparían de hablar con su madre más tarde.
Se estacionaron frente a una enorme bodega, vieron a 15 militares sentados, todos con los ojos vendados. –Son unos putos maricones, se rajaron y ahora tienen que pagar, ¿no crees? Chucho- preguntó burlón uno de los guardias que los cuidaba –Pues sí, qué lástima, pero nadie le ve la cara a Don Héctor, así que… pues que Dios los bendiga- les bendijo con la mano y comenzó Y abrió fuego contra ellos, directo a las cabezas. Los ejecutó uno por uno. Nuevamente la risa de Jesús al momento de matarlos, en verdad era de ultratumba, sádica, llena de odio.
Los cuerpos maltrechos eran arrastrados por Laura y Raquel junto con otras mujeres conocidas como “Las Chavelas”, los degollaban con un machete, como si se tratara de reses, descuartizaban los cuerpos para después irlos a botar a baldíos o carreteras, siempre con un mensaje: “Con Héctor Beltrán Leyva nadie se mete”. Y con ese ejercito particular a su servicio, ni el mismo Diablo lo haría.
Siempre que terminaban el “trabajito” iban con el jefe quien les pagaba en efectivo 3 mil dólares por muerto. Esa noche se habían ganado 45 mil dólares. Un niño de 12 años que mataba y decapitaba sin remordimiento alguno por cientos de billetes verdes, bueno, en realidad rojos.
La lista de víctimas era larga, también la de enemigos. Militares y otros sicarios andaban tras de él y como “buen niño” sabía esconderse y escabullirse como ratón en situaciones de peligro.
Cuando regresaban a casa, cerca de las 3 de la mañana, Raquel dijo preocupada -creo que tenemos que acabar con esto, y con el dinero que hemos juntado irnos de aquí, poner un negocio para nosotros y mamá, presiento algo muy feo…- Jesús y Laura no contestaron nada.
La puerta de la cochera se abrió con el control remoto, metieron la camioneta y se bajaron. Les extrañó que no estuviera Macaria, la muchacha, quien sin importar la hora ni el momento, los esperaba siempre a la entrada –Debe de estar cuidando a mamá- dijo Laura. Cuando entraron a la cocina y encendieron la luz se enfrentaron a una terrible escena: su madre estaba colgada del techo y con el tiro de gracia; un hilo de sangre corría por sus piernas y había formado ya un charco rojo sobre el mármol blanco de aquella lujosa cocina. A los 3 hermanos se les erizaron los cabellos. Sintieron miedo, hacía mucho tiempo que no tenían tal sentimiento y comenzaron a gritar desesperados, pero dicha desesperación no duró mucho; de todos los costados salieron sicarios y abrieron fuego. Los mataron sorpresivamente, no les dio tiempo de reaccionar.
Y ahí quedaron los 4 cuerpos juntos; el de Macaria flotaba en la alberca. Jesús se mantenía medio vivo, su cuerpo ya no se movía, ni siquiera sus párpados pero una lágrima rodó por su mejilla al ver a sus hermanas muertas, otra más brotó recordando el cuerpo de su madre balanceándose, había fallado…. No cumplió su promesa.
En el bolsillo traía su muñeco de madera ahí estaba con la infancia que nunca completó. A Jesús le apodaban el “Ponchis”. Este chamaquito de pelos necios se encontraba bajo las órdenes de Julio Jesús Padilla Hernández, líder del Cártel del Pacífico Sur en Morelos y quien recibía indicaciones directas de Héctor Beltrán Leyva. El “Ponchis” cerró los ojos y le escurrió la última lágrima. Las únicas que había derramado desde el día en que lo sacaron del vientre de su madre.
Lencha y Roberta no se cansaban de repetir a todo aquél que quisiera escucharlas: -¡A que Doña Karina, qué pinches engendros vino a parir, comadre- decía una, fingiendo consternación -¿Ya vio lo que dicen?- inquiría la otra -Sí Lencha, ya le decía yo, ni modo que Dios padre no vea y haga pagar lo que hacen los malnacidos como esos, ¿quién se iba a imaginar que el Chuchito fuera todo un matón?- suspiraba -Sí, que terrible comadre- Caminaban por la plaza las mujeres.
Y así comenzó la leyenda del pequeño sicario.
El rincón de los sueños rotos
Los tacones parecían perforar el piso, ¡clac, clac, clac, clac, clac!, una tras otro, era como el sonido de una metralla que se distinguía nítidamente entre los coches que circulaban como balas en avenida Circunvalación y eso que era hora pico, como las 7:30 de la noche más o menos.
Lucía corría sin parar, su fino y pálido rostro ahora se veía macabro, fúnebre con los ríos negros de rimel que habían corrido por sus mejillas. -¿Por qué me haces esto virgencita santa?- berreaba mientras seguía corriendo sin parar destrozando sus pies, sus tacones de charol rojo carmín. Finalmente llegó a la vecindad; calle de Moneda marcada con el número 115, en el corazón del Centro, corazón de la ciudad y tal vez del país.
-¡Mírala nada más, ahí va la pinche puta otra vez, seguro se la madrearon!- le gritaba con tono irónico el “Corcholata”, un niño de la calle que había hecho de aquella vecindad su hogar, claro en el patio, donde sólo le permitían estar. Reía a carcajada pura y con esa voz chillona, que más parecía la de una ardilla. Sus demás comparsas le hicieron segunda, haciendo un coro de burla que dejaba corta hasta a una jauría de hienas. El sonido que hacía eco en toda la vecindad.
Finalmente, Lucía subió por las escaleras en medio de los gritos y burlas y se metió a su departamento, era justo el número 27. Un pequeño cuadrito con todo apretado, la estufa pegada a una mesita con sólo dos sillas, al lado y sin separaciones una cama individual, quizá más chica que una individual, pues con una mala noche o un reacomodo Lucía caía al piso alguna que otra noche.
Esa vecindad se había quedado intacta en el tiempo; paredes desquebrajadas, pisos rotos, tuberías oxidadas y un fachada que asemejaba más a una casa de horror.
Ni una pintadita desde 1939 cuando se construyó aquel inmueble. Todos los que vivían ahí, le llamaban, “El rincón de los sueños rotos”. Así le conocían a esta vecindad, una construcción donde paradójicamente se destruían anhelos, deseos, voluntades. Un lugar donde a diario se creaban sueños, pero que por alguna u otra razón eran demolidos.
-¡Abran paso, abran paso, esto es una emergencia señores!- gritaba un paramédico a su paso por el patio de la vecindad. En la parte superior se escuchaban gritos -¡Madre santísima, no me la quites, por amor de Dios!- era Doña Elvira, madre de Lucía… Doña Elvira había salido unos instantes por un sobre de café soluble para la cena, que por cierto ya estaba casi lista, sólo faltaba su hija.
Pero ¡vaya sorpresa al abrir la puerta! Su hija. La misma niña que trató de sacar adelante con su mísero sueldo en Lavatap, aseando alfombras pestilentes y orinadas de las tiendas de segunda de ahí mismo, del centro. En fin, ni todo el sudor de su lomo, ni los sacrificios para hacer de Lucía una niña de bien sirvieron. Ahí estaba la jovencita con sus ojos batidos de rímel y su labial rojo carmín a medio cachete. Ahorcada, confundiendo su olor con los frijoles que ya se quemaban en la olla de peltre. La chamaca, se había colgado de un tubo con una delgada sábana con la que formó una cuerda, la enredó en su cuello, subió a una mesa y saltó.
Los paramédicos llegaron, le quitaron la blusa y comenzaron el RCP para reanimarla, pero fue inútil. Aquella muñequita de porcelana ya estaba rota y no había forma de pegarla. Doña Elvira rompió en un llanto que asfixiaba, dolía, rompía el alma, mataba. Los demás guardaron un silencio sepulcral. No era para menos con esa escena que desgarraba las vísceras, lo mínimo que se podía hacer era acompañarla silentes en su pena.
Abajo en el patio, entre los lavaderos y macetas, estaba el “corcholata” quien apenado simplemente se escondió -haría lo que fuera para verla de nuevo y pedirle una disculpa- tal vez esas burlas cotidianas y castrantes, eran la forma de decirle que siempre estuvo perdidamente enamorado de ella.
El cuerpo de Lucía salió envuelto en una manta blanca. De nueva cuenta ella “recorría” los pasillos; esta vez sin esos “puta de mierda”, “chupapitos” o “malcogida”, ahora sólo un incómodo silencio la compañaba. Todos se metieron a su casa y por primera vez, todos en aquel “Rincón de los sueños rotos” pasaron una noche sin ruidos, gritos, balas o peleas; sólo el llanto de Doña Elvira hacía eco con su alma en pena.
5:30 de la mañana en punto la actividad comenzaba, aunque el Centro nunca duerme. La mayoría de los vecinos del “Rincón de los sueños rotos” se dedicaban al ambulantaje; unos honestamente vivían de los que sus puestitos les dejaban, pero otros con hambre de dinero tenían actividades “alternas” a los que sus puestos servían de pantalla. Buenos y malos, honestos y corruptos, blancas palomas y asesinos convivían, sobrevivían en esta vecindad. Para bien o mal, todos sabían detalles de los demás. Vaya, todos se conocían las mañas.
Las paredes eran tan delgadas y viejas que permitían escuchar lo que pasaba del otro lado. Pero como decía Don Jeremías, quien llevaba viviendo ahí 40 años, -Los ojos son sabios, los malos pasos se dan a notar solos-.
-Mira cabrón, no voy a arriesgar el pinche culo por 30 mil varos, este “bisnes” deja muchísimo, pero muchísimo más, para que te des un pinche “quemón”, te puedo conseguir 10 viejas como Lucía, así chulas, pechugonas, bien sabrosas, todos los pinches calientes van a pagar lo que sea pa’cogérselas- Con voz tentadora decía Richie. Apenas 25 años y ya estaba metido en el negocio de la prostitución. En cuestión de meses, había creado un emporio de caricias a la venta en todo Anillo de Circunvalación. Casi todas las muchachas que se ponían sobre la barda en dicha avenida estaban bajo su yugo y pobre de aquella que intentara salirse. Lucía lo intentó, pero no logró y sí, Richie fue el causante de su muerte.
Esa noche que Lucía corría despavorida a su casa, momentos antes, él la había obligado a tener sexo con 5 hombres a la vez. Todos dueños de locales de frutas ahí en Corregidora. Cinco hombres que la destrozaron y simplemente no aguanto más. Pero eso había sido sólo un “bache” en el camino de Richie, lo que importaba era el dinero, más dinero a como diera lugar. Su ambición era tal que sus “esclavas del deseo y perversión” ahora no sólo ofrecían su sexo por 150 pesos, sino que además ofrecían droga a los clientes. El “buffet” incluía grapas de cocaína, piedra, mariguana y en los casos donde el comprador cargaba más billete en la cartera, ofrecían heroína, por supuesto Richie era el negociante para surtir de “dulces” a las compañeras.
Tiro por viaje, había operativo en la vecindad, rompían la puerta del apartamento 30 donde Richie vivía, sacaban alguna cajas y bolsas y ya, pero nunca detenían a nadie. Con el tiempo los vecinos se enteraron de que Richie tenía a todos los policías del primer cuadro comprados, es más, ellos eran quienes cuidaban los “movimientos” de Richie, quien a cambió daba dinero y también sexo, carne, caricias, los placeres efímeros de sus muchachas.
Generalmente lo hacía los miércoles por la noche, ahí mismo en la calle de Corregidora; las bodegas de fruta eran improvisados hoteles; la gente que pasaba por ahí se percataba de las enormes filas que hacían los patrulleros para saciar sus instintos. Uno tras otro se desnudaban rápidamente, introducían sus duros penes en las cavidades de las muchachas y descargaban sus ímpetus. –Son unos pendejos, ni para coger sirven estos hijos de la chingada- decían siempre las trabajadoras sexuales al terminar llenas de semen; con una toalla se limpiaban y esperaban al otro policía, una cadena de placeres, de odio, de asco, de aberración. Un día más acababa en el Centro. Un día más de historias, anécdotas de sobrevivencia, de dolor.
Afuera de la vecindad, como testigo silencioso estaba siempre Raúl. Él tenía un taller mecánico, sencillo pero siempre lleno de trabajo. Su padre le había dejado como herencia el local pero también 3 hermanos chicos y mucha, pero mucha necesidad. De unos días para acá, Raúl estaba como golondrina sin primavera, la muerte de Lucía simplemente le había quitado la razón de ser. También para él Lucía era algo muy especial. A diferencia del “corcholata” Raúl había corrido con mejor suerte ya que sus cortejos habían rendido frutos con el paso del tiempo. No eran novios formales pero los besos, los abrazos y las respiraciones de piel a piel eran síntoma de que eso iba por buen camino; un camino truncado por su muerte. Aun así y por la misma necesidad de alimentar 3 bocas además de la suya que valía por dos más, no había opción, trabajar y más trabajar, aunque por dentro su corazón estaba literalmente “desbielado”.
Desde que Lucía falleció, Raúl visitaba por las tardes a Doña Elvira. Una de esas tardes, ella le platicó que tenía la sospecha de que Ricardo o “Richie” como le decían, había tenido algo o mucho que ver con la muerte de su hija.
Un día Doña Elvira supo a que se dedicaba su hija, se enteró sin querer y nunca se lo dijo a ella, lo guardo como un tesoro para no lastimarla. Finalmente la cansada Elvira ya no podía hacer nada que seguir fregando alfomras. Así que calló el secreto y lo metió a una cajita con candado y tiró la llave.
Una vecina metiche parece que un día encontró la cajita y esparció el chisme mientras lavaba la ropa junto a las otras viejas chismosas de la vevindad -¿Ya saben a qué se dedica la Lucía, tan pinche flaquita y con sus taconcitos bien pinches altos?- preguntaba mientras estrangulaba la ropa pa’sacarle la última gota. Y así perjudico el secreto.
Así que ante la falta de un hombre en casa Doña Elvira recurrió a Raúl, por sus buenos sentimientos e intenciones para con su ahora difunta hija. -¡Lo sabía Doña, lo sabía, ese hijo de su puta madre me las va pagar, se lo va a cargar la verga, se lo juro por ésta!- gritó y salió encabronadísimo del humilde departamento de Doña Elvira.
Ella comenzó a gritar también -¡No, hijo, por amor de Dios, no hagas nada, ese tipo es malo, noooo por favor, no vayas!- su voz se desgarraba mientras enterraba las uñas en el barandal suplicándole que no fuera. Raúl hizo caso omiso y fue en busca de “Richie”. Corrió como camión sin frenos, golpeaba a todos y todo a su paso, no le importaba, su único fin era encontrarlo y destrozarlo aunque sabía a lo que se arriesgaba, pues el hijo de puta, el tal Richie, nunca estaba solo. Sería él contra quien sabe cuantos. -¡A ver hijo de tu puta madre, así te quería encontrar mierda maldita!- lo amenazó; Richie no alcanzó ni siquiera a voltear cuando tres puñetazos de hierro le cayeron sobre la cara y de ahí no vio más que el suelo; un golpe tras otro, caían como en cascada, pero poco le duró el gusto a Raúl, ahora la lluvia de golpes caían sobre él. –No sabes con quien te metiste pobre muerto de hambre, pobre diablo mecánico- le gritó Richie, quien sacó un tubo y comenzó a golpearlo mientras sus ayudantes lo sostenían. No pasaron más de 10 minutos cuando Raúl quedó inmóvil, sin aire.
De alguna bizarra manera había alcanzado a Lucía. Richie empezó a reírse, le escupió al cuerpo de Raúl – pobre pendejo de vecindad- le dijo. Cuando se iba, se escucharon 3 tiros. Richie cayó al suelo. Un fino hilo de sangre salía de su boca. Todos se quedaron perplejos. Doña Elvira observaba sobrecogida el arma en su manos, volteó a ver a los demás y les dijo –Nunca se metan con una madre lastimada porque se toparán con el mismito infierno-. Nadie hizo nada, los ayudantes de Richie respetaron sus palabras y sólo recogieron el cuerpo. Días después Doña Elvira y los hermanos pequeños de Raúl desaparecieron de aquella vecindad, del “Rincón de los sueños rotos”.
Jardines del Recuerdo, ahí por Tlalnepantla, Lote 456. Sé muy bien que de vez en vez ella se aparece por allí… Las flores aún están frescas, realmente a “la doña” no la quiero involucrar, a quien me encomendaron encontrar es al chamaquito que tomó el control del negocio del Richie y sus nexos con la policía del centro, pero difícil encontrar a alguien del que sólo se sabe que le apodaban “corcholata”.
Esa es ahora la red de mentiras tras la que estoy. -¿Alguna pista?- Preguntó Manrique a Doña Elvira que sorprendida volteó sobre sus hombros tras cambiar el agua al jarrón.
Lucía corría sin parar, su fino y pálido rostro ahora se veía macabro, fúnebre con los ríos negros de rimel que habían corrido por sus mejillas. -¿Por qué me haces esto virgencita santa?- berreaba mientras seguía corriendo sin parar destrozando sus pies, sus tacones de charol rojo carmín. Finalmente llegó a la vecindad; calle de Moneda marcada con el número 115, en el corazón del Centro, corazón de la ciudad y tal vez del país.
-¡Mírala nada más, ahí va la pinche puta otra vez, seguro se la madrearon!- le gritaba con tono irónico el “Corcholata”, un niño de la calle que había hecho de aquella vecindad su hogar, claro en el patio, donde sólo le permitían estar. Reía a carcajada pura y con esa voz chillona, que más parecía la de una ardilla. Sus demás comparsas le hicieron segunda, haciendo un coro de burla que dejaba corta hasta a una jauría de hienas. El sonido que hacía eco en toda la vecindad.
Finalmente, Lucía subió por las escaleras en medio de los gritos y burlas y se metió a su departamento, era justo el número 27. Un pequeño cuadrito con todo apretado, la estufa pegada a una mesita con sólo dos sillas, al lado y sin separaciones una cama individual, quizá más chica que una individual, pues con una mala noche o un reacomodo Lucía caía al piso alguna que otra noche.
Esa vecindad se había quedado intacta en el tiempo; paredes desquebrajadas, pisos rotos, tuberías oxidadas y un fachada que asemejaba más a una casa de horror.
Ni una pintadita desde 1939 cuando se construyó aquel inmueble. Todos los que vivían ahí, le llamaban, “El rincón de los sueños rotos”. Así le conocían a esta vecindad, una construcción donde paradójicamente se destruían anhelos, deseos, voluntades. Un lugar donde a diario se creaban sueños, pero que por alguna u otra razón eran demolidos.
-¡Abran paso, abran paso, esto es una emergencia señores!- gritaba un paramédico a su paso por el patio de la vecindad. En la parte superior se escuchaban gritos -¡Madre santísima, no me la quites, por amor de Dios!- era Doña Elvira, madre de Lucía… Doña Elvira había salido unos instantes por un sobre de café soluble para la cena, que por cierto ya estaba casi lista, sólo faltaba su hija.
Pero ¡vaya sorpresa al abrir la puerta! Su hija. La misma niña que trató de sacar adelante con su mísero sueldo en Lavatap, aseando alfombras pestilentes y orinadas de las tiendas de segunda de ahí mismo, del centro. En fin, ni todo el sudor de su lomo, ni los sacrificios para hacer de Lucía una niña de bien sirvieron. Ahí estaba la jovencita con sus ojos batidos de rímel y su labial rojo carmín a medio cachete. Ahorcada, confundiendo su olor con los frijoles que ya se quemaban en la olla de peltre. La chamaca, se había colgado de un tubo con una delgada sábana con la que formó una cuerda, la enredó en su cuello, subió a una mesa y saltó.
Los paramédicos llegaron, le quitaron la blusa y comenzaron el RCP para reanimarla, pero fue inútil. Aquella muñequita de porcelana ya estaba rota y no había forma de pegarla. Doña Elvira rompió en un llanto que asfixiaba, dolía, rompía el alma, mataba. Los demás guardaron un silencio sepulcral. No era para menos con esa escena que desgarraba las vísceras, lo mínimo que se podía hacer era acompañarla silentes en su pena.
Abajo en el patio, entre los lavaderos y macetas, estaba el “corcholata” quien apenado simplemente se escondió -haría lo que fuera para verla de nuevo y pedirle una disculpa- tal vez esas burlas cotidianas y castrantes, eran la forma de decirle que siempre estuvo perdidamente enamorado de ella.
El cuerpo de Lucía salió envuelto en una manta blanca. De nueva cuenta ella “recorría” los pasillos; esta vez sin esos “puta de mierda”, “chupapitos” o “malcogida”, ahora sólo un incómodo silencio la compañaba. Todos se metieron a su casa y por primera vez, todos en aquel “Rincón de los sueños rotos” pasaron una noche sin ruidos, gritos, balas o peleas; sólo el llanto de Doña Elvira hacía eco con su alma en pena.
5:30 de la mañana en punto la actividad comenzaba, aunque el Centro nunca duerme. La mayoría de los vecinos del “Rincón de los sueños rotos” se dedicaban al ambulantaje; unos honestamente vivían de los que sus puestitos les dejaban, pero otros con hambre de dinero tenían actividades “alternas” a los que sus puestos servían de pantalla. Buenos y malos, honestos y corruptos, blancas palomas y asesinos convivían, sobrevivían en esta vecindad. Para bien o mal, todos sabían detalles de los demás. Vaya, todos se conocían las mañas.
Las paredes eran tan delgadas y viejas que permitían escuchar lo que pasaba del otro lado. Pero como decía Don Jeremías, quien llevaba viviendo ahí 40 años, -Los ojos son sabios, los malos pasos se dan a notar solos-.
-Mira cabrón, no voy a arriesgar el pinche culo por 30 mil varos, este “bisnes” deja muchísimo, pero muchísimo más, para que te des un pinche “quemón”, te puedo conseguir 10 viejas como Lucía, así chulas, pechugonas, bien sabrosas, todos los pinches calientes van a pagar lo que sea pa’cogérselas- Con voz tentadora decía Richie. Apenas 25 años y ya estaba metido en el negocio de la prostitución. En cuestión de meses, había creado un emporio de caricias a la venta en todo Anillo de Circunvalación. Casi todas las muchachas que se ponían sobre la barda en dicha avenida estaban bajo su yugo y pobre de aquella que intentara salirse. Lucía lo intentó, pero no logró y sí, Richie fue el causante de su muerte.
Esa noche que Lucía corría despavorida a su casa, momentos antes, él la había obligado a tener sexo con 5 hombres a la vez. Todos dueños de locales de frutas ahí en Corregidora. Cinco hombres que la destrozaron y simplemente no aguanto más. Pero eso había sido sólo un “bache” en el camino de Richie, lo que importaba era el dinero, más dinero a como diera lugar. Su ambición era tal que sus “esclavas del deseo y perversión” ahora no sólo ofrecían su sexo por 150 pesos, sino que además ofrecían droga a los clientes. El “buffet” incluía grapas de cocaína, piedra, mariguana y en los casos donde el comprador cargaba más billete en la cartera, ofrecían heroína, por supuesto Richie era el negociante para surtir de “dulces” a las compañeras.
Tiro por viaje, había operativo en la vecindad, rompían la puerta del apartamento 30 donde Richie vivía, sacaban alguna cajas y bolsas y ya, pero nunca detenían a nadie. Con el tiempo los vecinos se enteraron de que Richie tenía a todos los policías del primer cuadro comprados, es más, ellos eran quienes cuidaban los “movimientos” de Richie, quien a cambió daba dinero y también sexo, carne, caricias, los placeres efímeros de sus muchachas.
Generalmente lo hacía los miércoles por la noche, ahí mismo en la calle de Corregidora; las bodegas de fruta eran improvisados hoteles; la gente que pasaba por ahí se percataba de las enormes filas que hacían los patrulleros para saciar sus instintos. Uno tras otro se desnudaban rápidamente, introducían sus duros penes en las cavidades de las muchachas y descargaban sus ímpetus. –Son unos pendejos, ni para coger sirven estos hijos de la chingada- decían siempre las trabajadoras sexuales al terminar llenas de semen; con una toalla se limpiaban y esperaban al otro policía, una cadena de placeres, de odio, de asco, de aberración. Un día más acababa en el Centro. Un día más de historias, anécdotas de sobrevivencia, de dolor.
Afuera de la vecindad, como testigo silencioso estaba siempre Raúl. Él tenía un taller mecánico, sencillo pero siempre lleno de trabajo. Su padre le había dejado como herencia el local pero también 3 hermanos chicos y mucha, pero mucha necesidad. De unos días para acá, Raúl estaba como golondrina sin primavera, la muerte de Lucía simplemente le había quitado la razón de ser. También para él Lucía era algo muy especial. A diferencia del “corcholata” Raúl había corrido con mejor suerte ya que sus cortejos habían rendido frutos con el paso del tiempo. No eran novios formales pero los besos, los abrazos y las respiraciones de piel a piel eran síntoma de que eso iba por buen camino; un camino truncado por su muerte. Aun así y por la misma necesidad de alimentar 3 bocas además de la suya que valía por dos más, no había opción, trabajar y más trabajar, aunque por dentro su corazón estaba literalmente “desbielado”.
Desde que Lucía falleció, Raúl visitaba por las tardes a Doña Elvira. Una de esas tardes, ella le platicó que tenía la sospecha de que Ricardo o “Richie” como le decían, había tenido algo o mucho que ver con la muerte de su hija.
Un día Doña Elvira supo a que se dedicaba su hija, se enteró sin querer y nunca se lo dijo a ella, lo guardo como un tesoro para no lastimarla. Finalmente la cansada Elvira ya no podía hacer nada que seguir fregando alfomras. Así que calló el secreto y lo metió a una cajita con candado y tiró la llave.
Una vecina metiche parece que un día encontró la cajita y esparció el chisme mientras lavaba la ropa junto a las otras viejas chismosas de la vevindad -¿Ya saben a qué se dedica la Lucía, tan pinche flaquita y con sus taconcitos bien pinches altos?- preguntaba mientras estrangulaba la ropa pa’sacarle la última gota. Y así perjudico el secreto.
Así que ante la falta de un hombre en casa Doña Elvira recurrió a Raúl, por sus buenos sentimientos e intenciones para con su ahora difunta hija. -¡Lo sabía Doña, lo sabía, ese hijo de su puta madre me las va pagar, se lo va a cargar la verga, se lo juro por ésta!- gritó y salió encabronadísimo del humilde departamento de Doña Elvira.
Ella comenzó a gritar también -¡No, hijo, por amor de Dios, no hagas nada, ese tipo es malo, noooo por favor, no vayas!- su voz se desgarraba mientras enterraba las uñas en el barandal suplicándole que no fuera. Raúl hizo caso omiso y fue en busca de “Richie”. Corrió como camión sin frenos, golpeaba a todos y todo a su paso, no le importaba, su único fin era encontrarlo y destrozarlo aunque sabía a lo que se arriesgaba, pues el hijo de puta, el tal Richie, nunca estaba solo. Sería él contra quien sabe cuantos. -¡A ver hijo de tu puta madre, así te quería encontrar mierda maldita!- lo amenazó; Richie no alcanzó ni siquiera a voltear cuando tres puñetazos de hierro le cayeron sobre la cara y de ahí no vio más que el suelo; un golpe tras otro, caían como en cascada, pero poco le duró el gusto a Raúl, ahora la lluvia de golpes caían sobre él. –No sabes con quien te metiste pobre muerto de hambre, pobre diablo mecánico- le gritó Richie, quien sacó un tubo y comenzó a golpearlo mientras sus ayudantes lo sostenían. No pasaron más de 10 minutos cuando Raúl quedó inmóvil, sin aire.
De alguna bizarra manera había alcanzado a Lucía. Richie empezó a reírse, le escupió al cuerpo de Raúl – pobre pendejo de vecindad- le dijo. Cuando se iba, se escucharon 3 tiros. Richie cayó al suelo. Un fino hilo de sangre salía de su boca. Todos se quedaron perplejos. Doña Elvira observaba sobrecogida el arma en su manos, volteó a ver a los demás y les dijo –Nunca se metan con una madre lastimada porque se toparán con el mismito infierno-. Nadie hizo nada, los ayudantes de Richie respetaron sus palabras y sólo recogieron el cuerpo. Días después Doña Elvira y los hermanos pequeños de Raúl desaparecieron de aquella vecindad, del “Rincón de los sueños rotos”.
Jardines del Recuerdo, ahí por Tlalnepantla, Lote 456. Sé muy bien que de vez en vez ella se aparece por allí… Las flores aún están frescas, realmente a “la doña” no la quiero involucrar, a quien me encomendaron encontrar es al chamaquito que tomó el control del negocio del Richie y sus nexos con la policía del centro, pero difícil encontrar a alguien del que sólo se sabe que le apodaban “corcholata”.
Esa es ahora la red de mentiras tras la que estoy. -¿Alguna pista?- Preguntó Manrique a Doña Elvira que sorprendida volteó sobre sus hombros tras cambiar el agua al jarrón.
Los Aca-Kids
En aquella habitación con el número 345 se escuchaba solamente el girar de las aspas de un viejo ventilador. La colcha de la desvencijada cama combinaba perfecto con las cortinas, no por el diseño, sino por lo descolorido de las palmeras a medio morir; prueba fiel del paso del tiempo y del olvido constante de aquel hotel enclavado en la zona del mirador. Y vaya que la vista hacia afuera era extraordinaria, pero bastaba con variar la mirada para toparse con la bajeza, la perversión y lo adictivo.
La manija dio vuelta, la puerta se abrió -¡órale échate ahí en la cama!- le gritó. Mientras se acomodaba en el aguado colchón, él preparaba unas bebidas, me parece que era whisky en las rocas, un líquido que sin duda no empataba con ese lugar pensado y realizado con mal gusto. -¿Qué esperas, quítate la ropa o pensabas que lo haría yo?, ¡con una chingada, me cae de madres que ya no las hacen como antes!- Ella lloraba, sus lágrimas corrían temerosamente por aquellas rosadas mejillas, mejillas de una inocente de tan sólo 9 años. Ramiro tenía 45 y ya con el pene de fuera abrió sus delgadas piernitas. Echando todo su cuerpo como vil costal de arena sobre ella, comenzó a penetrarla. Ahora el sonar de las aspas del ventilador se acompañaba de los gritos de horror de una pequeña. Ramiro alternaba sus arrebatos carnales con una que otra línea de coca, se movía como locomotora; ella sólo lo miraba con repugnancia, asco, dolor. Los jadeos de Ramiro se escuchaban a lo largo y ancho del pasillo, pero la orden en el lugar era que nada debía escucharse; esos jadeos de placer se repetían una y otra vez, en cada cuarto, en cada pasillo, en cada piso. Era un lugar donde se mezclaba el sudor, el calor, las bajas pasiones, niñez y drogas: los “Aca-Kids”.
Cuando Ramiro estaba a punto de venirse Por tercera vez dentro de la niña, sonó su Nextel -¡¿Cabrón dónde chingados andas?!, te anda buscando el “Compadre” que dice que tiene un pedote en un antro allá en Puerto Márquez, que te lances en chinga- le dijo una voz ronca por el auricular. No había nada que molestara más a Ramiro que no lo dejarán verter su semen en el cuerpo de sus “pequeñas”, pero no había opción el jefe daba la orden y si no la acataba, con su misma vida pagaría. -¡Vístete en chinga chamaca, que me largo y no puedo esperar!- le dijo a la niña, quien cubrió sus nacientes pechos y se subió la falda. Así pues, bajaron a la recepción donde un tal Germinio se quedó con la niña -Al rato regresó para terminar con este bizcochito, ya sabes, pedos de la chamba mi Germi- dijo Ramiro, quien acomodó su pistola entre la camisa de seda y el pantalón negro. Salió como bala del hotelucho, subió a su Lincoln negra y arrancó. Se fue por toda la costera sin detenerse en los altos, pero qué más da cuando los mismos policías lo cuidaban a cambio de un “pago” mensual, así que en este puerto Ramiro hacía lo que se le hinchaba la gana, trabajaba a sus anchas y como su voluntad le placía.
Tan pronto vieron las luces de la camioneta, los chalanes abrieron las puertas; el lugar era el famoso Platinum de Acapulco, centro nocturno donde se divertían empresarios, artistas, políticos, lo top de lo top. En aquel lugar la barra de bebidas ofrecía además una amplia gama de drogas, todas las que el dinero pueda pagar. Y claro, Ramiro era el encargado de controlar ese negocio, él era uno de los integrantes del CIDA, el Cártel Independiente de Acapulco quienes a últimas fechas habían declarado su apoyo total a Montemayor, uno de los hombres más cercanos a “La Barbie”.
El dueño del Platinum ya no veía conveniente el negocito con el CIDA, en los últimos meses las operaciones habían tomado una dirección distinta que no le gustaba nada; la cocaína, el crack y la heroína eran la entrada a un negocio tierno, pujante y con ganancias dignas de una mina de oro, pero la prostitución de niños… Y es que dicho antro era también destino de muchos extranjeros, sobretodo estadounidenses, quienes por alguna extraña razón tienen una fijación con infantes, y qué mejor lugar que un paradisiaco puerto para saciar perversión y regresar a Estados Unidos como impecables ciudadanos; pues “what happens in Acapulco, stays in Acapulco”. Esa fue la razón por la que Ramiro no pudo terminar su “cita” con la pequeña.
El tal “Santiago”, le nombraré así por cuestiones de seguridad, ya no quería continuar vendiendo ‘los dulces’ en su centro nocturno y mucho menos esconder a niños en el lugar; en la parte de arriba, en las salas V.I.P. se había acondicionado una pequeña “Sodoma y Gomorra” donde daban rienda suelta al sexo con menores sin que nadie los molestara, claro a un precio estratosférico, cantidades absurdas de dólares que pagaban los clientes sin ningún problema.
Con su camisa Armani de seda, toda mojada por el sudor, Ramiro llegó a la oficina de “Santiago” –A ver cabrón, ahora andas de putito y te me quieres echar para atrás- le gritó con cierto enojo, a lo que él respondió -yo ya no quiero pedos con los pinches Federales, ni con la PGR, ni con nadie cabrón, ¡se acabó!- Ramiro se rascaba la cabeza, daba pasos de un lado para el otro, con una espectacular vista del mar a sus espaldas –Mira, bien sabes cabrón que con ninguno de ellos hay pedo de nada, me gasto un chingo de dinero en taparles el puto hocico a todos y saben que le damos pinche cuello al que raje, así de fácil– encendió un cigarro y miró fijamente la bahía. “Santiago” tragaba gordo pensando y pensando qué hacer, estaba metido en algo de lo que sabía difícilmente podría librarse, para él no había más que el dinero, el negocio y todo valía la pena por eso, a pesar de que muchas vidas se fueran en ello.
–Bueno, me tengo que apurar, esta noche tenemos un evento importante, así que mejor pícale que los niños tienen que estar máximo a las 8 aquí para no levantar sospechas- le explicó “Santiago” a Ramiro al despedirse. Y en efecto, esa noche un grupo de empresarios norteamericanos, la mayoría de Texas y Nuevo Mexico, tendrían su noche loca en el Platinum, por la cual habían pagado unos 250 mil dólares; discreción a un precio muy caro.
Ramiro llegó en una camioneta con 14 niños y niñas, venían de todo el país, pero la mayoría de Oaxaca y del mismo Guerrero. Entraron por una puerta trasera, era una escena macabra, iban tomados de sus manitas, como pequeñas reses enfiladas al matadero y tal vez eso era mejor, morir en lugar de tener que sufrir el infierno al cual eran llevados, llamas que consumirían su inocencia y que cocerían su fresca y tierna carne. –Niños vengan por acá- sus rostros no expresaban mucho, esa misma inocencia los tenía envueltos en una esfera de ignorancia; el más grande del grupo tenía 11 años, creían que iban a una fiesta, pero definitivamente la fiesta no era para ellos.
Canciones de Rihanna y Lady Gaga combinadas con luces estroboscópicas multicolores empezaban a dar ambiente al lugar. Los clientes habían llegado, hombres entre 35 y 45 años de edad, ninguno se asumía como homosexual, pero técnicamente todos tenían predilección por varoncitos y no por las niñas.
Ellos iban a lo que iban, -Please, follow me, this way gentleman- les condujo “Santiago” quien en todo momento era custodiado por 6 corpulentos escoltas armados como para una pequeña guerra civil. Los mismo era con Ramiro; debido a las fricciones entre él y su socio, esa noche todos cargaban sus armas, “pa’ lo que se pudiera ofrecer”. –Well, there you have, 250 grands- dijo Mark Smith quien lideraba el grupo, abrió el portafolio y mostró todo el dinero acomodado pulcramente en un portafolio negro. “Santigo” con un inglés bastante pocho le respondió -ok sir, ‘tenquiu’ very much, hope you’ol enjoy the night-. Como parte del encargo sólo se serviría Champagne. Los hombres fueron escogiendo a sus pequeñas víctimas, las fueron desvistiendo para finalmente poseerlos a la fuerza y arrancarles el alma de la manera más corriente, sucia y enferma. Como era de esperarse, iniciaron los gritos, los llantos. El DJ, inerte ante tal espectáculo, aspiró dos líneas de coca y subió el volumen de la tornamesa; decibeles para tratar de disimular un atroz crimen.
Sin el menor pudor los hombres estaban desnudos unos sobre otros intercambiando niños, fluidos y perversiones. Ramiro había ordenado le trajeran a la pequeña con la cual no había terminado su “cita”, así que se dirigió a la oficina de “Santiago” donde ya lo esperaba la pequeña; la tomó con fuerza y la aventó sobre el escritorio, le arrancó nuevamente la ropita y la obligó a practicarle sexo oral. La pobre criatura en verdad no sabía ni lo que debía hacer, sólo intentaba seguir las órdenes de Ramiro. No satisfecho con la felación, la volteó y la penetró, lo hacía con tal fuerza que la niña berreaba de dolor, trataba de escapar, pero sus intentos eran vanos ante la corpulencia de buey que tenía Ramiro. El daño fue tal que la niña se desmayó -¡Con una chingada, no puede ser!- gritó Ramiro, quien aventó el lánguido cuerpecito que cayó en seco al suelo. -¡Tráiganme un niño ahora, bola de pendejos!- ordenó a sus ayudantes quienes de inmediato le llevaron a un pequeño de 8 años.
Ramiro había establecido una red de corrupción, drogas y sexo en Acapulco, lo mismo vendía cocaína en bares de lujosos hoteles que exigía cuota a pequeños locatarios, conductores del transporte público y tiendas, pero nada se comparaba con su empresa de sexo con niños. Los extranjeros eran sus mejores clientes en toda la costa grande, desde Caletilla hasta Barra Vieja. Era prostitución de gran nivel con sus niños cotizados en dólares: gringos, canadienses y europeos viajaban exclusívamente para hacer negocios con él.
A pesar de los problemas con otros cárteles, todo iba viento en popa y nadie lo detendría. Una noche de sábado, Ramiro se sentía con especiales ganas de festejar, pidió le llevaran a su casa a aquella niña que se le había desvanecido en la fiesta de los tejanos, la misma que estuvo inconciente durante semanas en una casucha en Coyuca bajo los cuidados de una anciana sin nombre. Entró a su habitación y ahí estaba ella, con una sonrisa misteriosa, profunda y retadora. -Desvístete princesa- le ordenó Ramiro a la inocente y ella obedeció, cuando Ramiro se agachó para quitarse los calzones se escucharon 4 detonaciones, después otras 4. Los ayudantes irrumpieron en el cuarto y descubrieron los cuerpos de ambos bañados en sangre.
Una Acapulco-kid no aguantó más el infierno que vivía y tomó al destino con sus manos. Pero de nada servirá, “Santiago” perdió las reticencias que tuvo en algún momento y tomó el control del negocio ahora con el apoyo del gobernador.
Eso es justamente lo que estoy investigando, necesito encontrar las pruebas e inculparlo. Hoy conseguí un documento que me ha dejado perplejo, es increíble lo que la gente enferma de poder y confianza es capaz de dejar por escrito.
La manija dio vuelta, la puerta se abrió -¡órale échate ahí en la cama!- le gritó. Mientras se acomodaba en el aguado colchón, él preparaba unas bebidas, me parece que era whisky en las rocas, un líquido que sin duda no empataba con ese lugar pensado y realizado con mal gusto. -¿Qué esperas, quítate la ropa o pensabas que lo haría yo?, ¡con una chingada, me cae de madres que ya no las hacen como antes!- Ella lloraba, sus lágrimas corrían temerosamente por aquellas rosadas mejillas, mejillas de una inocente de tan sólo 9 años. Ramiro tenía 45 y ya con el pene de fuera abrió sus delgadas piernitas. Echando todo su cuerpo como vil costal de arena sobre ella, comenzó a penetrarla. Ahora el sonar de las aspas del ventilador se acompañaba de los gritos de horror de una pequeña. Ramiro alternaba sus arrebatos carnales con una que otra línea de coca, se movía como locomotora; ella sólo lo miraba con repugnancia, asco, dolor. Los jadeos de Ramiro se escuchaban a lo largo y ancho del pasillo, pero la orden en el lugar era que nada debía escucharse; esos jadeos de placer se repetían una y otra vez, en cada cuarto, en cada pasillo, en cada piso. Era un lugar donde se mezclaba el sudor, el calor, las bajas pasiones, niñez y drogas: los “Aca-Kids”.
Cuando Ramiro estaba a punto de venirse Por tercera vez dentro de la niña, sonó su Nextel -¡¿Cabrón dónde chingados andas?!, te anda buscando el “Compadre” que dice que tiene un pedote en un antro allá en Puerto Márquez, que te lances en chinga- le dijo una voz ronca por el auricular. No había nada que molestara más a Ramiro que no lo dejarán verter su semen en el cuerpo de sus “pequeñas”, pero no había opción el jefe daba la orden y si no la acataba, con su misma vida pagaría. -¡Vístete en chinga chamaca, que me largo y no puedo esperar!- le dijo a la niña, quien cubrió sus nacientes pechos y se subió la falda. Así pues, bajaron a la recepción donde un tal Germinio se quedó con la niña -Al rato regresó para terminar con este bizcochito, ya sabes, pedos de la chamba mi Germi- dijo Ramiro, quien acomodó su pistola entre la camisa de seda y el pantalón negro. Salió como bala del hotelucho, subió a su Lincoln negra y arrancó. Se fue por toda la costera sin detenerse en los altos, pero qué más da cuando los mismos policías lo cuidaban a cambio de un “pago” mensual, así que en este puerto Ramiro hacía lo que se le hinchaba la gana, trabajaba a sus anchas y como su voluntad le placía.
Tan pronto vieron las luces de la camioneta, los chalanes abrieron las puertas; el lugar era el famoso Platinum de Acapulco, centro nocturno donde se divertían empresarios, artistas, políticos, lo top de lo top. En aquel lugar la barra de bebidas ofrecía además una amplia gama de drogas, todas las que el dinero pueda pagar. Y claro, Ramiro era el encargado de controlar ese negocio, él era uno de los integrantes del CIDA, el Cártel Independiente de Acapulco quienes a últimas fechas habían declarado su apoyo total a Montemayor, uno de los hombres más cercanos a “La Barbie”.
El dueño del Platinum ya no veía conveniente el negocito con el CIDA, en los últimos meses las operaciones habían tomado una dirección distinta que no le gustaba nada; la cocaína, el crack y la heroína eran la entrada a un negocio tierno, pujante y con ganancias dignas de una mina de oro, pero la prostitución de niños… Y es que dicho antro era también destino de muchos extranjeros, sobretodo estadounidenses, quienes por alguna extraña razón tienen una fijación con infantes, y qué mejor lugar que un paradisiaco puerto para saciar perversión y regresar a Estados Unidos como impecables ciudadanos; pues “what happens in Acapulco, stays in Acapulco”. Esa fue la razón por la que Ramiro no pudo terminar su “cita” con la pequeña.
El tal “Santiago”, le nombraré así por cuestiones de seguridad, ya no quería continuar vendiendo ‘los dulces’ en su centro nocturno y mucho menos esconder a niños en el lugar; en la parte de arriba, en las salas V.I.P. se había acondicionado una pequeña “Sodoma y Gomorra” donde daban rienda suelta al sexo con menores sin que nadie los molestara, claro a un precio estratosférico, cantidades absurdas de dólares que pagaban los clientes sin ningún problema.
Con su camisa Armani de seda, toda mojada por el sudor, Ramiro llegó a la oficina de “Santiago” –A ver cabrón, ahora andas de putito y te me quieres echar para atrás- le gritó con cierto enojo, a lo que él respondió -yo ya no quiero pedos con los pinches Federales, ni con la PGR, ni con nadie cabrón, ¡se acabó!- Ramiro se rascaba la cabeza, daba pasos de un lado para el otro, con una espectacular vista del mar a sus espaldas –Mira, bien sabes cabrón que con ninguno de ellos hay pedo de nada, me gasto un chingo de dinero en taparles el puto hocico a todos y saben que le damos pinche cuello al que raje, así de fácil– encendió un cigarro y miró fijamente la bahía. “Santiago” tragaba gordo pensando y pensando qué hacer, estaba metido en algo de lo que sabía difícilmente podría librarse, para él no había más que el dinero, el negocio y todo valía la pena por eso, a pesar de que muchas vidas se fueran en ello.
–Bueno, me tengo que apurar, esta noche tenemos un evento importante, así que mejor pícale que los niños tienen que estar máximo a las 8 aquí para no levantar sospechas- le explicó “Santiago” a Ramiro al despedirse. Y en efecto, esa noche un grupo de empresarios norteamericanos, la mayoría de Texas y Nuevo Mexico, tendrían su noche loca en el Platinum, por la cual habían pagado unos 250 mil dólares; discreción a un precio muy caro.
Ramiro llegó en una camioneta con 14 niños y niñas, venían de todo el país, pero la mayoría de Oaxaca y del mismo Guerrero. Entraron por una puerta trasera, era una escena macabra, iban tomados de sus manitas, como pequeñas reses enfiladas al matadero y tal vez eso era mejor, morir en lugar de tener que sufrir el infierno al cual eran llevados, llamas que consumirían su inocencia y que cocerían su fresca y tierna carne. –Niños vengan por acá- sus rostros no expresaban mucho, esa misma inocencia los tenía envueltos en una esfera de ignorancia; el más grande del grupo tenía 11 años, creían que iban a una fiesta, pero definitivamente la fiesta no era para ellos.
Canciones de Rihanna y Lady Gaga combinadas con luces estroboscópicas multicolores empezaban a dar ambiente al lugar. Los clientes habían llegado, hombres entre 35 y 45 años de edad, ninguno se asumía como homosexual, pero técnicamente todos tenían predilección por varoncitos y no por las niñas.
Ellos iban a lo que iban, -Please, follow me, this way gentleman- les condujo “Santiago” quien en todo momento era custodiado por 6 corpulentos escoltas armados como para una pequeña guerra civil. Los mismo era con Ramiro; debido a las fricciones entre él y su socio, esa noche todos cargaban sus armas, “pa’ lo que se pudiera ofrecer”. –Well, there you have, 250 grands- dijo Mark Smith quien lideraba el grupo, abrió el portafolio y mostró todo el dinero acomodado pulcramente en un portafolio negro. “Santigo” con un inglés bastante pocho le respondió -ok sir, ‘tenquiu’ very much, hope you’ol enjoy the night-. Como parte del encargo sólo se serviría Champagne. Los hombres fueron escogiendo a sus pequeñas víctimas, las fueron desvistiendo para finalmente poseerlos a la fuerza y arrancarles el alma de la manera más corriente, sucia y enferma. Como era de esperarse, iniciaron los gritos, los llantos. El DJ, inerte ante tal espectáculo, aspiró dos líneas de coca y subió el volumen de la tornamesa; decibeles para tratar de disimular un atroz crimen.
Sin el menor pudor los hombres estaban desnudos unos sobre otros intercambiando niños, fluidos y perversiones. Ramiro había ordenado le trajeran a la pequeña con la cual no había terminado su “cita”, así que se dirigió a la oficina de “Santiago” donde ya lo esperaba la pequeña; la tomó con fuerza y la aventó sobre el escritorio, le arrancó nuevamente la ropita y la obligó a practicarle sexo oral. La pobre criatura en verdad no sabía ni lo que debía hacer, sólo intentaba seguir las órdenes de Ramiro. No satisfecho con la felación, la volteó y la penetró, lo hacía con tal fuerza que la niña berreaba de dolor, trataba de escapar, pero sus intentos eran vanos ante la corpulencia de buey que tenía Ramiro. El daño fue tal que la niña se desmayó -¡Con una chingada, no puede ser!- gritó Ramiro, quien aventó el lánguido cuerpecito que cayó en seco al suelo. -¡Tráiganme un niño ahora, bola de pendejos!- ordenó a sus ayudantes quienes de inmediato le llevaron a un pequeño de 8 años.
Ramiro había establecido una red de corrupción, drogas y sexo en Acapulco, lo mismo vendía cocaína en bares de lujosos hoteles que exigía cuota a pequeños locatarios, conductores del transporte público y tiendas, pero nada se comparaba con su empresa de sexo con niños. Los extranjeros eran sus mejores clientes en toda la costa grande, desde Caletilla hasta Barra Vieja. Era prostitución de gran nivel con sus niños cotizados en dólares: gringos, canadienses y europeos viajaban exclusívamente para hacer negocios con él.
A pesar de los problemas con otros cárteles, todo iba viento en popa y nadie lo detendría. Una noche de sábado, Ramiro se sentía con especiales ganas de festejar, pidió le llevaran a su casa a aquella niña que se le había desvanecido en la fiesta de los tejanos, la misma que estuvo inconciente durante semanas en una casucha en Coyuca bajo los cuidados de una anciana sin nombre. Entró a su habitación y ahí estaba ella, con una sonrisa misteriosa, profunda y retadora. -Desvístete princesa- le ordenó Ramiro a la inocente y ella obedeció, cuando Ramiro se agachó para quitarse los calzones se escucharon 4 detonaciones, después otras 4. Los ayudantes irrumpieron en el cuarto y descubrieron los cuerpos de ambos bañados en sangre.
Una Acapulco-kid no aguantó más el infierno que vivía y tomó al destino con sus manos. Pero de nada servirá, “Santiago” perdió las reticencias que tuvo en algún momento y tomó el control del negocio ahora con el apoyo del gobernador.
Eso es justamente lo que estoy investigando, necesito encontrar las pruebas e inculparlo. Hoy conseguí un documento que me ha dejado perplejo, es increíble lo que la gente enferma de poder y confianza es capaz de dejar por escrito.
Del río de sangre a los mantitas
“De nada me ha servido adorarte, para que quererte tanto si no existo para ti, te di pasión, amor y compañía; te acepté con tu pasado, acepte hacerte feliz. Porque estoy realmente enamorado, realmente ilusionado, soy un tonto por seguir queriendo así”. El Grupo Torrente Musical seguía tocando sin parar, era una canción tras otra. Ya llevaban dos días de fiesta y ni hablar, al “Güero” le gustaban las fiestas que iban para largo; mujeres, habían por doquier, de cuerpos finamente tallados, pechos exuberantes, traseros como los de Jennifer López y claro rostros angelicales. –Órale, cabrones aviéntense otra, que ando con el corazón bien pinche dolido, ¡arránquese hijos de su puta madre!- les gritaba el “Güero”, mientras le rociaba champagne en los senos a una de sus mujeres para luego lamerlos.
No muy lejos de ahí, en otra de las mesas, se encontraba Carlos Montemayor “El Compadre”, quien se hacía llamar Alejandro García alias “El Charro”. Estuvo esperando el momento oportuno para acercársele a el “Güero” y comentarle entre amigos, lo que llevaba días planeando, decirle que le echara la mano, de alguna manera que lo apadrinara para “colarse” en el negocio de la cocaína.
Las manos le sudaban, la frente le brillaba y sus pies no dejaban de moverse de un lado a otro. No resistió más y decidió dirigirse hacia donde su amigo. El trayecto, que era de unos cuantos metros se le hicieron infinitos, mientras se acercaba, en su mente se decía a si mismo “ten huevos cabrón es ahora o nunca, a la verga los pinches miedos”. -¡¿Qué quieres? pinche Charro de mierda, órale siéntate aquí conmigo culero y tomate unas conmigo, ándale”- le dijo el “Güero” a Carlos, quien no dudo en sentarse y comenzar a construir de la mejor manera su petición. La música de banda seguía reventando las bocinotas y retumbaba hasta en los vasos. Los meseros iban y venían llevando comida y bebida a manos llenas, como en la antigua Roma, mujeres y hombres desnudos por aquel inmenso jardín teniendo sexo de tal manera que Sodoma y Gomorra se quedaba corto. Fue entonces cuando Carlos abrió la boca –oye, no seas ojete mano, ayúdame a entrar el ‘bisnes’, ¿no?, mira tengo un chingo de contactos en Cuerna y en Acapulco, conozco hasta el culo de la zona y pues te ayudo a distribuirla en chinga y sin pedos y yo pus me clavo una lana, neta ya no quiero andar de jodido hermanito- le dijo a el “Güero” quien le contestó –Sabes cabrón, neta eres a toda madre, bien pinche leal y me consta que le chingas, por supuesto que le puedes entrar, pero eso sí, cuidadito y te pases de verga, porque ya sabes como soy, eh… a la chingada y te desaparezco culero-.
Los dos comenzaron a morirse a carcajada limpia. Era el inicio de algo grande, peligroso, algo que ni ellos mismos imaginaban. Hay que mencionar que “El Compadre” logró acomodarse en el negocio de manera casi o técnicamente inmediata. Dada la relación y la confianza entre ambos, Montemayor comenzó a tomar el control de varios negocios pertenecientes al “Güero” iban desde centros nocturnos, casas de bienes raíces, líneas de transporte de carga e hasta el manejo de grupos musicales como “Grupo Torrente Musical”, el cual por obvias razones era el encargado de amenizar las fiestas. El dinero caía a torrentes, tanto el “Güero” como Montemayor habían logrado conformar una pareja macabra, sangrienta y muy violenta, que dejaba millones y millones de dólares en ganancias.
En las últimas semanas, las ejecuciones habían aumentado de manera trepidante y es que la “mancuerna de la muerte” se disputaba el mercado junto con los Zetas: Acapulco y Cuernavaca eran minas de oro blanco, la cocaína fluía en estos dos lugares como agua; a toda hora y en todo momento se vendía. Ya fuera en antros, mansiones, playas e incluso restaurantes de gran nivel y reputación. –¡Estos hijos de su puta madre, nos la van a pelar!- gritaba Montemayor a sus muchachos, a quienes ordenaba no tener piedad en contra de sus enemigos comerciales. Para ellos, el peor de los sadismos –¡Quémenlos, córtenles la pinche cabeza, una pierna, los huevos, lo que sea, los quiero destrozados y me los traen aquí para escupirles y mearlos, porque eso es lo que se merecen esos hijos de puta!- les insistía.
Todos se quedaban perplejos ante la barbarie que les exigían. Montemayor en cierto modo había perdido la poca sensibilidad que le restaba; el dinero, el poder y la ambición lo dominaban por completo, ya no dimensionaba los límites, a nada le tenía miedo. Las cosas se fueron poniendo un poco difíciles porque el “Güero” comenzó a tener diferencias con Arturo Beltrán Leyva, “El Barbas” como le decían. El “Güero” era el operador de Arturo en varias plazas, entre ellas la Ciudad de la Eterna Primavera y Acapulco, insisto, unas auténticas minas de oro blanco. Tiempo después “El Barbas” fue asesinado a tiros en Cuerna, en un operativo de la marina donde pretendían aprehenderlo. Fue entonces cuando el “Güero” tomó de cierta forma las riendas; Montemayor vio en esto la oportunidad de su vida para ganar millones y millones, y en cierta forma así fue. Y aunque las cosas pintaban perfecto, la realidad fue otra. Los Zetas y Los Beltrán Leyva habían construido el Cártel del Pacífico Sur (CPS), con sede en Cuernavaca y claro le habían declarado la guerra abierta y sangrienta al “Güero”.
Las ejecuciones se daban cada 5 minutos, instantes de masacre, sangre y muerte. La violencia se agudizó. Ahora era todavía más cruel, hasta que un hecho cambió las cosas por completo. El “Güero” había sido detenido en el Estado de México donde se escondía, pues de tiempo atrás ya la Marina y el Ejército le pisaban los talones. Esto cimbró al grupo criminal que había formado con Montemayor…. Y ante la ausencia del Güero, se veía forzado a tomar su lugar y coordinar todo. Era el nuevo jefe. De cierta forma, era lo que siempre quiso, lo que por tanto tiempo esperó. Cuernavaca ya no le era suficiente así que se expandió hacia Guerreo, específicamente a Acapulco, donde ahora él le declaraba la guerra a Los Beltrán Leyva, amenazando con quitarles la vida y de paso su plaza.
Para los narcos eso duele más incluso que perder la vida. Y vaya que se notó su llegada; todo indica que el secuestro de 20 michoacanos, de quienes todavía se desconoce su paradero, hace unas semanas en Acapulco, tiene que ver con Montemayor quien tiene todo el apoyo del C.I.D.A (Cártel Independiente de Acapulco), quien ha respondido a los ataques hechos por Héctor Beltrán Leyva, por cierto, conocido como el “H”.
Una tarde como cualquiera, apareció una “narcomanta” que dejó muy en claro algo… “Señor Carlos Montemayor esa es su gente que hizo el video para quemar a las autoridades en Acapulco con la gente que mandó de Cuernavaca, somos gente trabajadora y somos de La Barbie hasta la muerte”. Y claro las respuestas comenzaron a llegar: “Carlos Montemayor deja de andar haciendo videos de los michoacanos, picachu fueron ustedes noe. Atte”
En reacción, el nuevo grupo contestó: “Sigan haciendo más videos para tratar de involucrar a la gente que no tiene nada que ver, Pica Rojo y Noé” váyanse al Estado de Morelos a seguir secuestrando ya sabemos que ustedes fueron”.
“Solamente echándonos al gobierno encima piensan ganar esta plaza inventando videos, ahí les dejamos a sus pistoleros Compaito te vamos a esperar atte. la verdadera gente de La Barby, C.I.D.A”.
Estos movimientos estratégicos, dejaron sola, de alguna manera, la plaza de Cuerna, donde ahora la disputa es entre Los Zetas y Los Beltrán Leyva, algo que claramente se ha visto con las ejecuciones y la colocación de “narcomantas” en las últimas semanas.
Con estos recados se comunican, se mandan mensajes directos, amenazas de muerte para Montemayor. Y éste también responde mostrando su ‘lealtad hasta la muerte al Güero, es decir, La Barbie’.
Ahora me encuentro en Cuernavaca, he establecido contacto con un testigo infiltrado en el grupo de Montemayor. Dice que todavía hay mucho por develar, muchos nombres muy pesados que están involucrados.
La guerra de narcomantas sigue… La de ‘Fuego’ también.
No muy lejos de ahí, en otra de las mesas, se encontraba Carlos Montemayor “El Compadre”, quien se hacía llamar Alejandro García alias “El Charro”. Estuvo esperando el momento oportuno para acercársele a el “Güero” y comentarle entre amigos, lo que llevaba días planeando, decirle que le echara la mano, de alguna manera que lo apadrinara para “colarse” en el negocio de la cocaína.
Las manos le sudaban, la frente le brillaba y sus pies no dejaban de moverse de un lado a otro. No resistió más y decidió dirigirse hacia donde su amigo. El trayecto, que era de unos cuantos metros se le hicieron infinitos, mientras se acercaba, en su mente se decía a si mismo “ten huevos cabrón es ahora o nunca, a la verga los pinches miedos”. -¡¿Qué quieres? pinche Charro de mierda, órale siéntate aquí conmigo culero y tomate unas conmigo, ándale”- le dijo el “Güero” a Carlos, quien no dudo en sentarse y comenzar a construir de la mejor manera su petición. La música de banda seguía reventando las bocinotas y retumbaba hasta en los vasos. Los meseros iban y venían llevando comida y bebida a manos llenas, como en la antigua Roma, mujeres y hombres desnudos por aquel inmenso jardín teniendo sexo de tal manera que Sodoma y Gomorra se quedaba corto. Fue entonces cuando Carlos abrió la boca –oye, no seas ojete mano, ayúdame a entrar el ‘bisnes’, ¿no?, mira tengo un chingo de contactos en Cuerna y en Acapulco, conozco hasta el culo de la zona y pues te ayudo a distribuirla en chinga y sin pedos y yo pus me clavo una lana, neta ya no quiero andar de jodido hermanito- le dijo a el “Güero” quien le contestó –Sabes cabrón, neta eres a toda madre, bien pinche leal y me consta que le chingas, por supuesto que le puedes entrar, pero eso sí, cuidadito y te pases de verga, porque ya sabes como soy, eh… a la chingada y te desaparezco culero-.
Los dos comenzaron a morirse a carcajada limpia. Era el inicio de algo grande, peligroso, algo que ni ellos mismos imaginaban. Hay que mencionar que “El Compadre” logró acomodarse en el negocio de manera casi o técnicamente inmediata. Dada la relación y la confianza entre ambos, Montemayor comenzó a tomar el control de varios negocios pertenecientes al “Güero” iban desde centros nocturnos, casas de bienes raíces, líneas de transporte de carga e hasta el manejo de grupos musicales como “Grupo Torrente Musical”, el cual por obvias razones era el encargado de amenizar las fiestas. El dinero caía a torrentes, tanto el “Güero” como Montemayor habían logrado conformar una pareja macabra, sangrienta y muy violenta, que dejaba millones y millones de dólares en ganancias.
En las últimas semanas, las ejecuciones habían aumentado de manera trepidante y es que la “mancuerna de la muerte” se disputaba el mercado junto con los Zetas: Acapulco y Cuernavaca eran minas de oro blanco, la cocaína fluía en estos dos lugares como agua; a toda hora y en todo momento se vendía. Ya fuera en antros, mansiones, playas e incluso restaurantes de gran nivel y reputación. –¡Estos hijos de su puta madre, nos la van a pelar!- gritaba Montemayor a sus muchachos, a quienes ordenaba no tener piedad en contra de sus enemigos comerciales. Para ellos, el peor de los sadismos –¡Quémenlos, córtenles la pinche cabeza, una pierna, los huevos, lo que sea, los quiero destrozados y me los traen aquí para escupirles y mearlos, porque eso es lo que se merecen esos hijos de puta!- les insistía.
Todos se quedaban perplejos ante la barbarie que les exigían. Montemayor en cierto modo había perdido la poca sensibilidad que le restaba; el dinero, el poder y la ambición lo dominaban por completo, ya no dimensionaba los límites, a nada le tenía miedo. Las cosas se fueron poniendo un poco difíciles porque el “Güero” comenzó a tener diferencias con Arturo Beltrán Leyva, “El Barbas” como le decían. El “Güero” era el operador de Arturo en varias plazas, entre ellas la Ciudad de la Eterna Primavera y Acapulco, insisto, unas auténticas minas de oro blanco. Tiempo después “El Barbas” fue asesinado a tiros en Cuerna, en un operativo de la marina donde pretendían aprehenderlo. Fue entonces cuando el “Güero” tomó de cierta forma las riendas; Montemayor vio en esto la oportunidad de su vida para ganar millones y millones, y en cierta forma así fue. Y aunque las cosas pintaban perfecto, la realidad fue otra. Los Zetas y Los Beltrán Leyva habían construido el Cártel del Pacífico Sur (CPS), con sede en Cuernavaca y claro le habían declarado la guerra abierta y sangrienta al “Güero”.
Las ejecuciones se daban cada 5 minutos, instantes de masacre, sangre y muerte. La violencia se agudizó. Ahora era todavía más cruel, hasta que un hecho cambió las cosas por completo. El “Güero” había sido detenido en el Estado de México donde se escondía, pues de tiempo atrás ya la Marina y el Ejército le pisaban los talones. Esto cimbró al grupo criminal que había formado con Montemayor…. Y ante la ausencia del Güero, se veía forzado a tomar su lugar y coordinar todo. Era el nuevo jefe. De cierta forma, era lo que siempre quiso, lo que por tanto tiempo esperó. Cuernavaca ya no le era suficiente así que se expandió hacia Guerreo, específicamente a Acapulco, donde ahora él le declaraba la guerra a Los Beltrán Leyva, amenazando con quitarles la vida y de paso su plaza.
Para los narcos eso duele más incluso que perder la vida. Y vaya que se notó su llegada; todo indica que el secuestro de 20 michoacanos, de quienes todavía se desconoce su paradero, hace unas semanas en Acapulco, tiene que ver con Montemayor quien tiene todo el apoyo del C.I.D.A (Cártel Independiente de Acapulco), quien ha respondido a los ataques hechos por Héctor Beltrán Leyva, por cierto, conocido como el “H”.
Una tarde como cualquiera, apareció una “narcomanta” que dejó muy en claro algo… “Señor Carlos Montemayor esa es su gente que hizo el video para quemar a las autoridades en Acapulco con la gente que mandó de Cuernavaca, somos gente trabajadora y somos de La Barbie hasta la muerte”. Y claro las respuestas comenzaron a llegar: “Carlos Montemayor deja de andar haciendo videos de los michoacanos, picachu fueron ustedes noe. Atte”
En reacción, el nuevo grupo contestó: “Sigan haciendo más videos para tratar de involucrar a la gente que no tiene nada que ver, Pica Rojo y Noé” váyanse al Estado de Morelos a seguir secuestrando ya sabemos que ustedes fueron”.
“Solamente echándonos al gobierno encima piensan ganar esta plaza inventando videos, ahí les dejamos a sus pistoleros Compaito te vamos a esperar atte. la verdadera gente de La Barby, C.I.D.A”.
Estos movimientos estratégicos, dejaron sola, de alguna manera, la plaza de Cuerna, donde ahora la disputa es entre Los Zetas y Los Beltrán Leyva, algo que claramente se ha visto con las ejecuciones y la colocación de “narcomantas” en las últimas semanas.
Con estos recados se comunican, se mandan mensajes directos, amenazas de muerte para Montemayor. Y éste también responde mostrando su ‘lealtad hasta la muerte al Güero, es decir, La Barbie’.
Ahora me encuentro en Cuernavaca, he establecido contacto con un testigo infiltrado en el grupo de Montemayor. Dice que todavía hay mucho por develar, muchos nombres muy pesados que están involucrados.
La guerra de narcomantas sigue… La de ‘Fuego’ también.
Pelotón de la muerte
“No queremos que esas escorias de la sociedad escapen, los queremos vivos o muertos y después quemarlos. No escaparán porque tenemos controlados sus movimientos. A partir de hoy ninguna maldita lacra de esas podrán dormir en paz. Ningún criminal estará a salvo, ningún funcionario que preste su colaboración a los criminales será perdonado; el tiempo ha llegado en que la sociedad se haga justicia a sí misma, pues los órganos de la justicia formal ya no funcionan…” escribió de puño y letra el Comandante Miguel, terminó la carta, la dobló finamente, la metió en su sobre y con su áspera lengua, como de gato, recorrió el pegamento y la selló. –Ahora sí estos hijos de su chingada madre, le van a tener que medir el agua a los camotes, ya no podemos seguir así, o se acaba por las buenas o lo acabamos por las malas- dijo el Comandante Miguel mientras escribía el remitente en el sobre de esa reveladora carta. En ese frío y desolador cuarto que había sido acondicionado como sala de juntas del cuartel, los demás integrantes sólo observaban.
Todos embozados con capucha, cuerno de chivo, botas negras más brillantes que el charol y miradas profundas como un océano. No había marcha atrás; todos estaban ahí por voluntad propia, su misión no sería nada fácil. Tendrían que enfrentarse con la muerte, saludarla, tocarla e incluso burlarse de ella para que no los agarrara desprevenidos y se los llevara. Se mostraban fuertes, aguerridos, duros, despiadados, pero muchos de ellos sentían miedo, un terror que los comía por dentro pero ya estaban ahí y harían lo que su comandante les ordenara, aún si la vida misma les iba en ello.
-¡Hey tú, Cristóbal, lleva esta carta con Don Mariano!, él ya sabe que tiene que hacer con ella; y se los digo a ustedes pera que estén bien enterados de una vez– dijo con voz fuerte el Comandante Miguel. Así que el joven Cristóbal se llevó el sobre y el Comandante Miguel comenzó a explicarles detalladamente cuales serían las acciones a seguir, el paso a paso de esta importantísima y a la vez delicada operación. -“Sicarios, narcotraficantes, empresarios, cómplices de cualquier nivel que colaboren con los criminales y/o que sean socios del crimen, políticos y gobernantes que traicionen evidentemente a la sociedad, y que con sus acciones delictivas nos hagan daño, más temprano que tarde serán alcanzados por la justicia divina de nuestra organización, serán juzgados por un tribunal popular y serán pasados por las armas”- leía Carmen González, una locutora de Morelia, Michoacán. Su micrófono “temblaba” al articular tales palabras. Ella titubeaba al leer esa carta; la gente en su casas, no daban crédito de lo que estaban escuchando –”firma el Escuadrón Omega”- terminó Carmen.
La gente no lograba entender bien a bien quienes eran el Escuadrón Omega, ¿de dónde venían?, lo que a final de cuentas decía la carta, era que dicho grupo vendría a poner orden en el estado de Michoacán, sería una fuerza casi salvadora que acabaría con los sicarios, erradicarían la violencia ante la “tibieza” de las autoridades.
La mañana era bastante fría, todo prometía para un día tranquilo, pero de repente -¡Dios mío, Virgen Santísima, no te lo lleves, tú eres madre también, es mi carne, mi sangre!- gritaba fúrica una señora mientras se fundía en un abrazo con su hijo quien inconsciente derramaba sangre como una fuente. Un tiroteo se acababa de dar entre sicarios de “La Familia Michoacana” y elementos del ejército; para no variar había ocurrido en una céntrica calle: Flores. Llena de pequeños comercios, llena de gente. Lo siguiente pasó en fracciones de segundo, mientras la gente todavía desconcertada lloraba y gritaba, apareció un grupo de 15 hombres, todos ellos vestidos púlcramente de negro, en su espalda una “Ω” en blanco y de gran tamaño. Sin decir una sola palabra estos hombres corpulentos abrieron fuego de manera certera, directa, limpia, audaz. De inmediato los sicarios, quienes corrían para escapar, fueron cayendo uno a uno; en total fueron 20. La gente miraba atónita, incluso los mismos militares no podían creer lo que pasaba. Con los muertos todavía tibios en el piso, los integrantes del ‘Escuadrón Omega’ cumplieron su palabra e incendiaron ahí mismo sobre el asfalto los cuerpos inertes de los delincuentes. Había que erradicarlos, hasta que literalmente, no quedara nada de ellos.
La noticia corrió como reguero de pólvora; eran para efectos prácticos héroes anónimos, ¿de dónde habían salido, por qué arriesgaban su vida por los demás? era lo que todos se cuestionaban una y otra vez sin encontrar siquiera una respuesta que calmara sus dudas. –Muy bien muchachos, logramos nuestro cometido con saldo blanco y aniquilamos a 20 de La Familia, así que deben sentirse orgullosos de su cometido. Recuerden que la vida de inocentes debe privilegiarse, actuar con certeza, frialdad, astucia pero sobretodo, compromiso, por lo cual nuevamente los felicitó- dijo el Comandante Miguel –vayan pues a su entrenamiento que nunca está de más armarse de mañas y técnicas para enfrentar a estos tipos-.
Esa tarde las prácticas incluían: práctica de armas de alto poder, con un experto terrorista israelí. Aprendían técnicas que ni los mismos elementos formales del ejercito sabían. No había nadie en el país que supiera lo que ellos, y mucho menos que manejara el armamento que ellos tenían; adquiridas en el mercado negro, un nuevo mercado que los Omega también inauguraban directamente desde el Medio Oriente.
El evento en la calle Flores se repitió, ya no sólo en distintos puntos de Morelia, sino a lo largo y ancho de todo el estado. Las autoridades más que sentirse tranquilas estaban hundidas en la humillación; lo que ellos por años no habían logrado hacer, el ‘Escuadrón Omega’ lo estaba consiguiendo.
El escuadrón contaba ya con todo el apoyo y admiración de la sociedad michoacana. La gente aplaudía cuando veían esos uniformes marcados con la letra “Ω” en color blanco, para ellos era el símbolo de la admiración, del respeto, de la superioridad. Fue entonces cuando el gobierno michoacano me mandó llamar para investigar sobre el origen de esta organización, pero sobretodo para conocer cuáles eran sus intenciones. Al paso de unos días y al estudiar minuciosamente los expedientes y modus operandi de este “escuadrón” que ya cumplía más o menos 4 meses desde su primera aparición, me topé con una constante que me llamó mucho la atención: sus principales víctimas eran miembros de Los Zetas, aunque en su aniquilador palmarés tenían a miembros de muchos cárteles, la gran mayoría de sus ejecutados eran Zetas. Realmente no le di mucha importancia, un factor de coincidencia, tal vez.
Los detalles comenzaron a salir a la superficie; muchos de ellos eran expolicías y además recibían entrenamiento israelí. Algo no cuadraba, pero finalmente la violencia en el estado había bajado considerablemente, la gente se sentía más segura de caminar por las calles, los sangrientos enfrentamientos eran ya cosa del pasado. Pero mi instinto me decía que había algo más detrás de todo esto.
El ‘Escuadrón Omega’ fue creciendo, con la diferencia de que ahora eran policías en activo y militares quienes se unían a sus filas. La paga era muy buena, valía la pena por el altísimo riesgo que se vivía y que era igual al que tenían en sus antiguos trabajos. -’Quizás, su origen es el mismo que el de los escuadrones de la muerte tan frecuentes en nuestro continente’- pensaba Manrique mientras hacía sus anotaciones. -’Primero nacen de la sociedad enardecida y después se amalgaman con los criminales… Ahí está la clave’- anotó por último en su cuadernillo de apuntes.
El Comandante Miguel era cada vez más riguroso, insensible y fue cayendo en las tentaciones del poder, del dinero, de las mujeres, de lo prohibido. Gracias a su capacidad e inteligencia lograban dar con las propiedades, cuentas y dinero de quienes eliminaban. Nadie los controlaba, automáticamente se hacían de estas grandes riquezas. El dinero, claro, termina por envolver a quien lo toca.
Sin darse cuenta, el Comandante Miguel fue estableciendo contacto con los principales capos quienes se sentían apabullados pero al mismo tiempo tentados por la eficacia y exactitud del ‘Escuadrón Omega’. Así pues, sin percibirlo, fueron dejando de lado su objetivo social para dar paso al económico. Con esa misma fuerza y rapidez con la que fueron acabando con los sicarios, ahora iniciaban un grupo criminal de órdenes mayúsculas cuyo alcance era simplemente mortal y sanguinario.
Justo ahora me encuentro en Morelia, sigo investigando, y es que precisamente cuando me alistaba para regresar a la Ciudad de México, un hombre bastante misterioso se me acercó y me entregó una cinta de audio. Regrese al hotel y la reproduje. Me quedé helado… Creo que todavía lo estoy. Hilando ideas me topé con que la última letra de nuestro abecedario es “Z” que en griego es “Omega”, entonces otro nombre del grupo podría ser ‘Escuadrón Zeta’ y recuerdo ahora que algo me llamaba la atención de que la mayoría de los asesinados pertenecieran a Los Zetas, los peores enemigos de “La Familia Michoacana”; ahora, según reviso en mis registros, fueron contados los miembros de La Familia quienes fueron aesinados. ¿Acaso dicho escuadrón inició como un brazo armado de La Famiiia para aniquilar Zetas?, lo cierto es que ahora La Familia tiene un nuevo enemigo, uno que ellos mismos engendraron y que ahora podría borrarlos del mapa. A este ‘Escuadrón Omega’ lo mísmo le da matar a uno que a otro… Traición y ambición, el escuadrón de la muerte tiene que acabar.
Detalle certero que no había reparado en decirles, la carta de puño y letra del Comandante Miguel está en mi poder, la llevaré a grafología. Espero resultados Miguelito, ya estoy cerca.
Todos embozados con capucha, cuerno de chivo, botas negras más brillantes que el charol y miradas profundas como un océano. No había marcha atrás; todos estaban ahí por voluntad propia, su misión no sería nada fácil. Tendrían que enfrentarse con la muerte, saludarla, tocarla e incluso burlarse de ella para que no los agarrara desprevenidos y se los llevara. Se mostraban fuertes, aguerridos, duros, despiadados, pero muchos de ellos sentían miedo, un terror que los comía por dentro pero ya estaban ahí y harían lo que su comandante les ordenara, aún si la vida misma les iba en ello.
-¡Hey tú, Cristóbal, lleva esta carta con Don Mariano!, él ya sabe que tiene que hacer con ella; y se los digo a ustedes pera que estén bien enterados de una vez– dijo con voz fuerte el Comandante Miguel. Así que el joven Cristóbal se llevó el sobre y el Comandante Miguel comenzó a explicarles detalladamente cuales serían las acciones a seguir, el paso a paso de esta importantísima y a la vez delicada operación. -“Sicarios, narcotraficantes, empresarios, cómplices de cualquier nivel que colaboren con los criminales y/o que sean socios del crimen, políticos y gobernantes que traicionen evidentemente a la sociedad, y que con sus acciones delictivas nos hagan daño, más temprano que tarde serán alcanzados por la justicia divina de nuestra organización, serán juzgados por un tribunal popular y serán pasados por las armas”- leía Carmen González, una locutora de Morelia, Michoacán. Su micrófono “temblaba” al articular tales palabras. Ella titubeaba al leer esa carta; la gente en su casas, no daban crédito de lo que estaban escuchando –”firma el Escuadrón Omega”- terminó Carmen.
La gente no lograba entender bien a bien quienes eran el Escuadrón Omega, ¿de dónde venían?, lo que a final de cuentas decía la carta, era que dicho grupo vendría a poner orden en el estado de Michoacán, sería una fuerza casi salvadora que acabaría con los sicarios, erradicarían la violencia ante la “tibieza” de las autoridades.
La mañana era bastante fría, todo prometía para un día tranquilo, pero de repente -¡Dios mío, Virgen Santísima, no te lo lleves, tú eres madre también, es mi carne, mi sangre!- gritaba fúrica una señora mientras se fundía en un abrazo con su hijo quien inconsciente derramaba sangre como una fuente. Un tiroteo se acababa de dar entre sicarios de “La Familia Michoacana” y elementos del ejército; para no variar había ocurrido en una céntrica calle: Flores. Llena de pequeños comercios, llena de gente. Lo siguiente pasó en fracciones de segundo, mientras la gente todavía desconcertada lloraba y gritaba, apareció un grupo de 15 hombres, todos ellos vestidos púlcramente de negro, en su espalda una “Ω” en blanco y de gran tamaño. Sin decir una sola palabra estos hombres corpulentos abrieron fuego de manera certera, directa, limpia, audaz. De inmediato los sicarios, quienes corrían para escapar, fueron cayendo uno a uno; en total fueron 20. La gente miraba atónita, incluso los mismos militares no podían creer lo que pasaba. Con los muertos todavía tibios en el piso, los integrantes del ‘Escuadrón Omega’ cumplieron su palabra e incendiaron ahí mismo sobre el asfalto los cuerpos inertes de los delincuentes. Había que erradicarlos, hasta que literalmente, no quedara nada de ellos.
La noticia corrió como reguero de pólvora; eran para efectos prácticos héroes anónimos, ¿de dónde habían salido, por qué arriesgaban su vida por los demás? era lo que todos se cuestionaban una y otra vez sin encontrar siquiera una respuesta que calmara sus dudas. –Muy bien muchachos, logramos nuestro cometido con saldo blanco y aniquilamos a 20 de La Familia, así que deben sentirse orgullosos de su cometido. Recuerden que la vida de inocentes debe privilegiarse, actuar con certeza, frialdad, astucia pero sobretodo, compromiso, por lo cual nuevamente los felicitó- dijo el Comandante Miguel –vayan pues a su entrenamiento que nunca está de más armarse de mañas y técnicas para enfrentar a estos tipos-.
Esa tarde las prácticas incluían: práctica de armas de alto poder, con un experto terrorista israelí. Aprendían técnicas que ni los mismos elementos formales del ejercito sabían. No había nadie en el país que supiera lo que ellos, y mucho menos que manejara el armamento que ellos tenían; adquiridas en el mercado negro, un nuevo mercado que los Omega también inauguraban directamente desde el Medio Oriente.
El evento en la calle Flores se repitió, ya no sólo en distintos puntos de Morelia, sino a lo largo y ancho de todo el estado. Las autoridades más que sentirse tranquilas estaban hundidas en la humillación; lo que ellos por años no habían logrado hacer, el ‘Escuadrón Omega’ lo estaba consiguiendo.
El escuadrón contaba ya con todo el apoyo y admiración de la sociedad michoacana. La gente aplaudía cuando veían esos uniformes marcados con la letra “Ω” en color blanco, para ellos era el símbolo de la admiración, del respeto, de la superioridad. Fue entonces cuando el gobierno michoacano me mandó llamar para investigar sobre el origen de esta organización, pero sobretodo para conocer cuáles eran sus intenciones. Al paso de unos días y al estudiar minuciosamente los expedientes y modus operandi de este “escuadrón” que ya cumplía más o menos 4 meses desde su primera aparición, me topé con una constante que me llamó mucho la atención: sus principales víctimas eran miembros de Los Zetas, aunque en su aniquilador palmarés tenían a miembros de muchos cárteles, la gran mayoría de sus ejecutados eran Zetas. Realmente no le di mucha importancia, un factor de coincidencia, tal vez.
Los detalles comenzaron a salir a la superficie; muchos de ellos eran expolicías y además recibían entrenamiento israelí. Algo no cuadraba, pero finalmente la violencia en el estado había bajado considerablemente, la gente se sentía más segura de caminar por las calles, los sangrientos enfrentamientos eran ya cosa del pasado. Pero mi instinto me decía que había algo más detrás de todo esto.
El ‘Escuadrón Omega’ fue creciendo, con la diferencia de que ahora eran policías en activo y militares quienes se unían a sus filas. La paga era muy buena, valía la pena por el altísimo riesgo que se vivía y que era igual al que tenían en sus antiguos trabajos. -’Quizás, su origen es el mismo que el de los escuadrones de la muerte tan frecuentes en nuestro continente’- pensaba Manrique mientras hacía sus anotaciones. -’Primero nacen de la sociedad enardecida y después se amalgaman con los criminales… Ahí está la clave’- anotó por último en su cuadernillo de apuntes.
El Comandante Miguel era cada vez más riguroso, insensible y fue cayendo en las tentaciones del poder, del dinero, de las mujeres, de lo prohibido. Gracias a su capacidad e inteligencia lograban dar con las propiedades, cuentas y dinero de quienes eliminaban. Nadie los controlaba, automáticamente se hacían de estas grandes riquezas. El dinero, claro, termina por envolver a quien lo toca.
Sin darse cuenta, el Comandante Miguel fue estableciendo contacto con los principales capos quienes se sentían apabullados pero al mismo tiempo tentados por la eficacia y exactitud del ‘Escuadrón Omega’. Así pues, sin percibirlo, fueron dejando de lado su objetivo social para dar paso al económico. Con esa misma fuerza y rapidez con la que fueron acabando con los sicarios, ahora iniciaban un grupo criminal de órdenes mayúsculas cuyo alcance era simplemente mortal y sanguinario.
Justo ahora me encuentro en Morelia, sigo investigando, y es que precisamente cuando me alistaba para regresar a la Ciudad de México, un hombre bastante misterioso se me acercó y me entregó una cinta de audio. Regrese al hotel y la reproduje. Me quedé helado… Creo que todavía lo estoy. Hilando ideas me topé con que la última letra de nuestro abecedario es “Z” que en griego es “Omega”, entonces otro nombre del grupo podría ser ‘Escuadrón Zeta’ y recuerdo ahora que algo me llamaba la atención de que la mayoría de los asesinados pertenecieran a Los Zetas, los peores enemigos de “La Familia Michoacana”; ahora, según reviso en mis registros, fueron contados los miembros de La Familia quienes fueron aesinados. ¿Acaso dicho escuadrón inició como un brazo armado de La Famiiia para aniquilar Zetas?, lo cierto es que ahora La Familia tiene un nuevo enemigo, uno que ellos mismos engendraron y que ahora podría borrarlos del mapa. A este ‘Escuadrón Omega’ lo mísmo le da matar a uno que a otro… Traición y ambición, el escuadrón de la muerte tiene que acabar.
Detalle certero que no había reparado en decirles, la carta de puño y letra del Comandante Miguel está en mi poder, la llevaré a grafología. Espero resultados Miguelito, ya estoy cerca.
Los 33
El sol salió como todas las mañanas, una que otra ave lanzaba un tenue canto ya que el frío a esas horas todavía afilaba como una peligrosa navaja. En aquel campo no había nada mas que tierra y más tierra; las casitas se contaban con los dedos de la mano y sobraban. Una por aquí, otra por allá, eran como pinceladas en un lienzo donde el espacio y la distancia eran los protagonistas. -¿Ya no estás enojada conmigo?- preguntó Alfredo a su mujer María mientras se ponía las botas y su pesado traje hecho de lona amarilla. Ella le respondió –mira si no tienes nada mejor que decir, no abras la boca, suficiente ha sido vivir en la miseria en la que estamos, como para que todavía tengas el cinismo de preguntar si todo esta bien-Alfredo, con una cara marcada por la tristeza, no respondió nada. Justo en ese momento se puso a pensar en como había perdido la fe, las ganas, en como había perdido sus latidos, su respiración, su pestañeo, su caminar. De alguna forma Alfredo soñaba en algún día darle todo lo que, según él, María merecía y así poder recibir a cambio una sola cosa: amor, besos, caricias, gestos de amabilidad, de pasión. Con cada desprecio su mundo se “derrumbaba”, pero ni hablar, ya era tarde y tenía que llegar al trabajo. Se sirvió un poco de café que acompañó con un pedazo de pan, ese era el desayuno, no había más. Finalmente salió, pero intentó irse de buenas; se acercó a la cama de María, trató de darle un beso en la frente, pero ella se volteó. Alfredo se volvió a quedar callado, dio la vuelta y partió.
Eran las 4:30 de la mañana, ya era tarde, apenas llegó al camión donde los demás trabajadores ya esperaban. Sería un día pesado, pero ya casi se acercaba el fin de semana, así que con todo y la pena de llevar el corazón roto decidió poner una sonrisa. Poco le duró el gusto, los recuerdos le invadieron y no pudo más. Justo al subir al transporte rompió en llanto –¡No puedo más, la amo y sin ella estoy perdido, no sería nada de mí!- balbuceaba Alfredo en la última fila del bus. Sus compañeros, quienes ya conocían su situación, sólo miraban apenados y callaban con respeto. Durante todo el camino nadie abrió la boca. Finalmente llegaron a su destino: la mina de San José. Todos estaban advertidos, ese día habría mucho trabajo ya que seguirían una nueva veta para intentar llegar a otro yacimiento de esa sobreexplotada mina. Después de ponerse sus “armaduras”, como buenos caballeros de la oscuridad, iniciaron el descenso. Alfredo iba con la mirada perdida, como zombie, estaba pero no estaba. Una hora tardaron en bajar y cuando lo hicieron comenzaron a picar piedra. -¿Cómo te sientes hermano!- le preguntó uno de sus amigos a Alfredo, quien le contestó –bien, mi hermanito, ya sabes, lo habitual, lo único que me he preguntado todo este tiempo es cómo no he sido capaz de terminar esta relación, me siento como “atrapado” en una telaraña de la cual no me puedo zafar- así pues siguieron picando piedra. El calor comenzaba a hacer sus primeras travesuras; Alfredo estaba en un grupo de 33 mineros quienes liberarían uno de los accesos en relevos de 4 horas. 33 vidas desafiando las entrañas de la Tierra, desafiando su intimidad y su temperamento.
El sudor salía de sus frentes como fuente de parque, sus brazos musculosos, hechos de acero, ya comenzaban a sentir la fatiga de tanto picar y cargar. Fue entonces cuando su jefe Luis dio la orden para detenerse y descansar un momento. Ahí abajo, el tiempo no corría, era como estar en un mundo donde la ausencia de luz se llevara la noción de cualquier otra cosa. Sentados intentaba tomar algo del raquítico aire que había; Alfredo se sentó junto a su compañero Manuel quien le dijo –este trabajo cada vez está más pesado, veme, ya me tenía que ir pero necesito más dinero, así que estoy trabajando horas extras, mi cuerpo en verdad a veces se quiere rendir ante la fuerza de esta mina- entre las conversaciones de otros mineros al fondo, Alfredo contestó –todo vale la pena si lo estás haciendo por tu familia, tu mujer y tus pequeños, mírame a mí, trabajo y trabajo y ni siquiera puedo recibir un abrazo llegando a casa, ni que decir de los niños, me gustaría tanto tener hijos, pero María dice que para qué, si no tenemos ni para comer, así que échele ganas que usted tiene razón de sobra para darle duro-.
Los dos sonrieron mutuamente, aunque era difícil encontrar esa sonrisa mezclada entre el sudor y la tierra en sus rostros. Las conversaciones continuaron mientras tomaban un refrigerio. De pronto un estruendo. Era un crujido de la tierra, como si algo se estuviera desgarrando, no era normal. Todos se voltearon a ver con miedo, se pusieron los cascos. La tierra comenzó a cimbrarse, el estruendo subía de intensidad; la mina “lloraba” y su conocimiento les permitió reaccionar de inmediato. Su jefe, Mario, les ordenó dirigirse al refugio de protección que para su fortuna se encontraba a sólo metros de donde estaban. –¡La concha de tu madre, muévanse rápido vamos, muévanse carajo!- en todo momento mantuvo el control mientras las enormes piedras caían como gotas de lluvia, en ningún instante pensó en su vida, siempre pensó en la de sus muchachos.
Se escuchaban gritos, unos rezaban, otros maldecían; finalmente todos habían logrado entrar. Juan, uno de los mineros más jóvenes encendió las luces de emergencia, ya que en todo momento la oscuridad los había acompañado. -¡La puta que parió esta mina de mierda!- gritó Alfredo -¡ahora sí estamos fritos, ¿por qué Dios nuestro señor, qué te hemos hecho?, ¡estamos condenados a la muerte!- seguía maldiciendo cuando las luces se apagaron. 33 respiraciones acompasadas en un espacio diseñado para la mitad de personas. Nada de luz, nada de ruido; todos estaban en shock, simplemente no podían creerlo. En la superficie esperaban su salida, pero nada. –Los radios no sirven señor- decía uno de los operadores, simplemente no hay contacto- La movilización en la superficie inició de inmediato, no tenían idea de lo que metros abajo había ocurrido.
Se designó un grupo para bajar a verificar pues había pasado una hora y simplemente nada pasaba, nadie salía, eso era ya de muy mal augurio. Mientras el elevador iba descendiendo –Señor, no hay acceso, hubo un derrumbe- dijo uno de los empleados al supervisor –Conchetumadre, no lo puedo creer, ¡Dios mío! ¿Pero que pasó aquí?, ¡Santísima Virgen, los muchachos, no puede ser no puede ser!- Al ver el tamaño de las rocas se imaginaron lo peor, la muerte vino a su mentes, 33 vidas perdidas en segundos, todas al hilo.
Abajo campeaba la desesperación, el miedo, terror; la tierra se los había tragado y cuando eso pasaba nunca los devolvía, era ley natural; ellos cavaban hasta donde ella se los permitía, pues cuando decía basta, era basta. La noticia se esparció como pólvora en la superficie; Llegaron expertos y rescatistas pero al paso de las horas se iban dando cuenta de que todo esfuerzo sería inútil, los 33 estaban muertos, tenían que estarlo, nadie podía haber sobrevivido a tal derrumbe, ni siquiera el más fuerte, ni el más experimentado. Pasaron 3 días y, en efecto, ninguna señal, así que tomaron la decisión -se acabaron los trabajos, los 33 han muerto-. Llantos de dolor, rabia, coraje e impotencia se escucharon en el lugar. Habían esposas, madres, hijas, hermanos, padres, todos pidiendo una explicación, pero no había mucho más que decir: la tierra se había cobrado factura, 33 vidas se cayeron como fichas de dominó. Pero abajo las cosas eran muy distintas. –Estoy seguro que pronto vendrán por nosotros- decía uno de los mineros, sin embargo ese pensamiento se difuminaba al paso de las horas, de los días. El agua que tenían reservada se fue acabando, también la paciencia y los alimentos, en contraste la angustia fue en aumento de la mano del miedo y la desesperanza. En uno de los rincones se encontraba Alfredo, un iluso pensamiento lo mantenía lúcido durante las infinitas horas que corrían lentas como granos de arena. Era precisamente María, su imagen grabada a fuego en su cerebro le ayudaba a pensar que todo era pasajero y que sólo era cuestión de horas para que los sacaran. Llevaban su conteo: 10 días. La impaciencia se apoderaba de ellos. En uno de los tantos momentos en que dormían para matar el tiempo, Alfredo rompió en llanto y a pegarse a sí mismo -¡con una putaaaaa, no puedo más, me quiero morir, Señor llévame contigo, tómame en tus brazos y llévame contigo!- Alfredo seguía gritando, había perdido totalmente el control y el juicio; comenzó a golpear a los compañeros que se encontraban a su lado. Trataron de detenerlo pero fue imposible, su fuerza era como la de un búfalo. Entre seis de ellos apenas pudieron -¡Dejen a ese huevón con su locura, suficiente tenemos con lo nuestro para tener que soportar a este loco desgraciado!- gritaba Agustín otro de los mineros. La tensa calma que había se rompió por completo; comenzaron a insultarse, a empujarse, a ofenderse; la locura de Alfredo se había desperdigado y contagió a todos en el pequeño refugio. Fue entonces cuando Luis, el más veterano del grupo y quien estaba a cargo de ellos al momento del derrumbe, gritó con todas sus fuerzas -¡A la mierda con su puta locura, somos hermanos, no podemos estar así. Si uno esta mal, los demás lo estamos, incluyéndote a ti Alfredo. Si no estamos unidos, no saldremos de esta!- como por arte de magia todos callaron y tomaron su lugar. Se veían unos a otros con rostro de perdón, de disculpa. Nadie habló más, se acomodaron y cerraron de nueva cuenta los ojos para dormitar.
Habían pasado 17 días; el olor en aquél reducido espacio era tan fétido que tomar una bocanada de aire era un auténtico castigo. Ya no había comida, la poca agua que quedaba era de los radiadores de algunas de las máquinas. Era una espera infernal, literalmente lo era, el calor en aquel pequeño espacio era comparable a un horno. Aún así y con todo en contra, lo que había ocurrido la noche anterior había sacudido a todos; ahora se sentían como uno, parte del equipo; todos con todos o nadie con nadie. Empezaron a rezar, lo hicieron sin parar. Oraban y oraban repitiendo uno por uno los nombres de las 33 almas que se encontraban en ese lugar. Pedían por sus familias, por sus hijos, por padres y madres, también sus esposas. A cada uno le fue asignada una tarea: ya fuera racionar el agua o la escasa comida, los turnos para estar atento mientras los otros dormían, vaya, todas las tareas que se podían realizar en ese lugar. Ahora sí eran un equipo y cuando alguien se veía amenazado con una crisis, todos, absolutamente todos, comenzaban a rezar; lo tomaban de las manos y rezaban.
Se acomodaron contra la piedra y cuando el sueño acechaba un ruido les cambió la vida. Un leve ronroneo se escuchaba en la parte superior del refugio. José rebuscó y con lo que encontró en los bolsillos de su ropa escribió un mensaje. En el momento en que el taladro alcanzó el aire viciado de la cámara saltó hacia él e introdujo en el tubo del mecanismo el pedazo de papel que devolvería a ellos y a miles la esperanza “Estamos bien en el refugio los 33”.
Al cumplirse mes y medio, aquello ya era una pequeña ciudad. Todos tenían tareas, una obligación. Labor de equipo, decían, pero era más una labor de hermanos, de quienes esperaban una sola cosa: salir y seguir viviendo. La comida se continuaba racionando, también el baño, incluso hasta los mensajes con la familia. Todos habían hablado ya con un algún pariente menos Alfredo; María su esposa no se había presentado en la mina para nada. Eso lo mató, pero el cariño y fuerza de sus compañeros le hizo seguir de pie para que por primera vez en la vida hiciera algo por él y no por ella.
Finalmente el día llegó, el mundo entero tenía los ojos puestos en ellos. Un esfuerzo sobrehumano se llevo a cabo para sacarlos de aquel lugar. Uno a uno fueron saliendo, Alfredo pidió ser el último en salir y se le concedió. El ayudó a su compañero 32, lo vio ascender en la cápsula que se había diseñado para sacarlos. Y así, por unos instantes, se quedó totalmente solo en aquel lugar que por más de dos meses se había convertido en su hogar. Volteó y no vio a nadie, respiro profundo; un terror se apoderó de él. Miles de recuerdos llegaron a su mente: él, ella, ellos. No podía creer que por fin saldría y lo mejor de todo… vivo. Su peor miedo era que al salir María no estuviera para recibirlo, darle un abrazo, besarlo y escuchar ese tan ansiado “te amo”. La cápsula regresó, ingresó a ella e inició el ascenso. El recorrido le pareció infinito. Al salir, cientos de flashes de los fotógrafos lo cegaron; gritos, aplausos, abrazos de gente que no conocía. Él sólo buscaba los brazos de ella: María. Por fin se convenció de que ella no estaba. Se había ido o tal vez nunca estuvo. Dio un respiro profundo y resignado -Gracias mi Señor- Alfredo se percató en ese momento que durante su estancia en la mina había enterrado a María. Este era un nuevo comienzo, un nuevo comienzo junto a sus 33 compañeros. Sí, 33, porque Dios siempre estuvo con ellos.
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