Fuente: Milenio Semanal
Gracias a videos de YouTube y a informaciones del Ejército, se supo de las salvajes torturas y asesinatos cometidos en el estado de Morelos por un grupo de sicarios menores de 15 años encabezados por El Ponchis.
2010-12-05 | Milenio semanal
Foto: Margarito Pérez/ Reuters
En el video se observa a un chico que empuña con la mano derecha un palo. Con él va a golpear al hombre que tiene enfrente, ése que cuelga del techo como si fuera una res. El chico, de gorra y camiseta a rayas, es de manos cortas, pero el tablazo se escucha seco, recio. “Suena como un tambo”, compara el adolescente, que ha decidido guardar la tortura en su celular. “Cuando me maten dicen que yo nomás los grabé, ¿eh?”.
El chico sonríe. Le pasa por el rostro un regocijo que da escalofríos. Otro de sus amigos comparte la fascinación: le ha dado al colgado tantos correazos que las heridas en el torso serán para siempre. Lo que resta de aquel hombre fuerte se zarandea como un muñeco de alambre. Las risas parecen jalarlo del cabello.
Quién sabe si el hombre es culpable o si pertenece a un cártel rival. Quién sabe. Los jóvenes sicarios del video despachan a cuanto cabrón se les atraviesa. Lo que sí sabemos es que el hombre va a morir en menos de cinco minutos, que amanecerá colgado de un puente en Cuernavaca y que al chico que lo apalea se le conoce como El Ponchis.
El muchacho cobró fama el pasado sábado seis de noviembre. Ese día se comprobó la tesis del escritor Paul Medrano: la confianza es la falla del valiente. Unos soldados de la 24ª Zona Militar descubrieron en YouTube a El Ponchis y a sus amigos, quienes se sentían tan grandes que subieron a internet algunos videos donde nos enseñaron lo importante que es transmitir dolor y miedo. Todos hablaron de El Ponchis sin necesidad de inserciones pagadas. La noticia, que recorrió el mundo, destaca al “sanguinario sicario de 12 años de edad”.
En un noticiero boliviano lo describieron más enorme que las tinieblas. “Ese niño es el diablo”, dijo el conductor. CNN mostró al despeinado Cristian García Martínez, un amigo de El Ponchis, contándonos que matan al por mayor para el Cártel del Pacífico Sur (CPS). “(Nos pagan) Tres mil dólares por cabeza. Y cuando no encontramos a los contras, cuando no damos con ellos, matamos a gente inocente para que nos paguen, así sean taxistas o albañiles, los hacemos pasar como sicarios o mañosos”. Un gringo con cara de asesino serial también habló de El Ponchis. Colgó un video en Youtube donde cuenta que fue policía y que a él no lo engañan: El Ponchis es un bárbaro y deberían tragárselo los tiburones. “Estamos ante un monstruo, quizá hasta come carne humana”.
Cuando aquel seis de noviembre terminó, mucha gente sabía que El Ponchis era un chico que a los 12 años de edad ya se había especializado en cortar cabezas y testículos. Se conoció, también, que sus dos hermanas, Las Chavelas, se encargan de tirar los cadáveres, aunque a algunos los colgaban de los puentes. El alias de su jefe fue tan repetido que quizá alguien aún recuerde que a Jesús Radilla Hernández le dicen El Negro. Hoy se sabe que El Ponchis se llama Edgar Jiménez Lugo, que tiene 14 años y que, aunque está chaparro para su edad, ha crecido más de la cuenta.
II
Jiutepec es un municipio pegado al sudeste de Cuernavaca. En esos 70 kilómetros cuadrados se concentra casi todo lo que el México moderno puede ofrecer: droga muy barata y pureza muy elevada, casuchas que no han sido construidas con ladrillos sino con narcodólares, jóvenes que sueñan con un “cuerno de chivo”, música norteña saliendo a chorros por las ventanas de los autos, hospitales que han recibido visitas de sicarios con el ánimo de terminar su trabajo y 180 mil habitantes que saben ignorar cualquier cosa que interfiera con la forma que tienen de mirar al mundo. En otras palabras, Jiutepec se ha convertido en una máquina de la muerte. Ya nadie en este pueblo se acuerda de don Estanislao Tapia, un viejo revolucionario que quiso ser gobernador de Morelos y que antes de morir le regaló al subcomandante Marcos una copia del Plan de Ayala.
Fotogramas del video donde miembros del Cártel del Pacífico Sur asesinan a un hombre.
Hoy todo gira alrededor del CPS. Los chicos caminan con ínfulas de Arturo Beltrán y saben que ningún narco que se precie de serlo los dejaría fuera de su plan. “Hay mucho trabajo por hacer y muchas manos están dispuestas”, simplifica un narcomenudista al que, si no lo matan las balas, lo va a tumbar una sobredosis. “Aquí hay sólo dos caminos: sicario o nada”.
El Ponchis tomó la primera ruta hace unos ocho meses. Al menos eso dice uno de los militares obstinado en arrestarlo. Eso de ir a la secundaria no era para él. Además, el novio de su hermana mayor, Isabel, le ofreció trabajo y él, El Ponchis, ensayaba nuevas habilidades: estrangular, apuñalar, matar con pistola, disparar ráfagas de coche a coche, torturar, secuestrar, decapitar y desaparecer personas.
En la 24ª Zona Militar dicen que El Ponchis hace todas esas monerías, pero también cuentan que sus padres viven en San Diego, Estados Unidos. En la Procuraduría General de Justicia del Estado de Morelos (PGJEM) hay quienes, hasta su captura, estaban seguros de que su nombre era Diego y que su padre era un narcomenudista a quien se le ve siempre en Jiutepec, sobre todo en Tejalpa, el pueblo donde El PonchisEl Ponchis tiene una cicatriz en la mejilla izquierda, la misma que recuerda una “madriza” que le propinó su padre. defendió sus dientes de leche. De hecho, un viejo comandante dice que
El comandante no da su nombre. Como están de feas las cosas en Morelos, sabe que puede aparecer con el tiro de gracia. Sin embargo, cuenta que El Negro, Jesús Radilla Hernández, terminó siendo el segundo padre de El Ponchis. El Negro, vale la pena decirlo de una vez, usa la estrategia más difícil para conservar la plaza que le encargó su patrón, Héctor Beltrán: matar a los contrincantes. Los militares dicen que Radilla y su grupo de sicarios han perpetrado unas 200 de las 332 ejecuciones que, hasta el sábado 27 de noviembre, se han registrado allí en lo que va del año. No tienen duda de que él autorizó que desmembraran a tres tipos que se habían escapado del penal para luego colgarlos de los puentes viales de Cuernavaca.
El Negro tiene hábitos como las drogas, el alcohol y las mujeres. Se ha tatuado el pecho como si fuera la barda publicitaria de sus ambiciones. Y, según los militares, estos días le han sabido a aceite quemado. El fin de semana antepasado, unos 200 soldados fueron por él al Fantasy, un table dance que tiene fama en Jiutepec. Pero como cuenta con protección y posee reflejos de pantera, escapó. A estas horas, el segundo padre del Ponchis ha de seguir trabajando.
—¿Es cierto que El Ponchis degüella? —se le pregunta al comandante.
—Eso es lo que cuentan en el Ejército, pero nadie ha visto el chingado video donde los guachos dicen que el chamaco agarra un serrucho y se pone a cortarle la cabeza a un cabrón. De lo que no hay duda es que el mentado Ponchis anda de mañoso.
—¿Y qué hay de las hermanas? ¿Ellas se deshacen de los cadáveres?
—Son dos. La mayor se llama Isabel, por eso les dicen Las Chavelas. Isabel es una de las tantas novias de El Negro. Ella es la más canija. De ella se puede esperar todo.
—¿Cuántos años tiene El Ponchis?
—Catorce —responde el comandante a quemarropa—. Y eso es bueno.
—¿Por qué?
—Porque si tuviera 12, como dicen los guachos, no va a la cárcel. Si lo arrestamos, tenemos que devolverlo a su casa, así son las leyes.
—¿Aunque haya matado y degollado?
—Aunque haya trabajado para el diablo.
Imagen difundida por el Ejército donde se muestra la participación de El Ponchis en los actos de tortura.
III
En Jiutepec circulan muchos automóviles robados que se desbaratan sólo con atropellar a un gato. Los chicos que los conducen se ven orgullosos. No entienden que esos lujos destruyen el espíritu más rápido que la coca y “la piedra”. Y los narcos lo saben, por eso suelen deslumbrarlos. Dicen que El Ponchis maneja uno que parece potro salvaje. Un taxista cuenta que lo ha visto de copiloto en camionetones bárbaros, pero el comandante asegura que El Ponchis ni siquiera alcanza los pedales. Lo que sí se puede corroborar es que, con o sin auto, el CPS imanta a los chicos y a los grandes. Basta entrar a www.metroflog.com/-cps para saber que veneran al dios de la bala como si las muertes fueran necesarias. Al menos eso dice, con salvas de ortografía, el texto que acompaña la foto de un tipo con la cabeza reventada a tiros: “Cobrando mas y mas cuentas si el gobierno no puede ni estatales federales y el ejercito nosotros si. venimos por varios LA PLAZA ES NUESTRA”. Se ve que en el CPS son irreductibles y no perdonarán la traición. “LA ORDEN VIENE DE ARRIBA ELIMINAR A TODA LA GENTE DEL HOMOSEXUAL EDGAR VALDEZ VILLAREAL (LA BARBIE)”. Se sabe que algunos andan en los mercados, en las plazas, en las escuelas, en los parques y en las puertas de las casas. Están para observar, y si hay algo que creen que le servirá al patrón, van y se lo cuentan. Y también se lee que el CPS está para ayudar a la gente. “NOSOTROS NO EXTORCIONAMOS, SECUESTRAMOS NI ROBAMOS, NO MATAMOS GENTE INOCENTE GRANDES CONTRA GRANDES, LOS TENEMOS UBICADOS SOLO ES CUESTION DE TIEMPO 0 RATAS Y CONTRAS LA ORDEN ES CLARA EJECUTAR Y DESCUARTIZAR ATTE: C.P.S. ADVERTIDOS TODOS LOS QUE QUIERAN UTILIZAR O COMETER ACCIONES CONTRA LA POBLACION UTILIZANDO NUESTRAS SIGLAS (C.P.S.) SERAN ASESINADOS!!”.
IV
El Ponchis no será el único pequeño artista del crimen en las estadísticas de 2010. Un funcionario de la PGJEM cuenta que en 2010 ha habido 75 casos en los que los adolescentes son acusados de delitos contra la salud, por posesión de arma y asesinato. Sólo 15 de ellos han sido sentenciados. En ese legajo de expedientes hay seis que el funcionario se sabe de memoria: el de El Flaco, un chico de Cuernavaca al que le confiscaron armas, medio kilo de coca y dos tabiques de marihuana; el de Carlos, un chico de Jojutla que paseaba en su auto con un “cuerno de chivo”, dos granadas y unos 20 kilos de marihuana; el de FG, una chica de Teloloapan, Guerrero, que conducía una camioneta y 243 kilos de marihuana; el de Miguel, un chico de Jiutepec al que su amor por los “cuernos de chivo” llevó a que la policía le encontrara dos en su casa; el de El Cucaracho, un chico de Amacuzac que tenía la meta diaria de robarse dos o tres autos, y el de AL, una chica de Jiutepec que a los 14 años ya parió y de la que el Ejército dice que es una de las novias de El Negro, el jefe de El Ponchis. En la procuraduría aseguran que no, que era pareja de otro matón. Lo cierto es que la agarraron con kilo y medio de coca, cinco granadas de fragmentación y unos cuantos rifles. Ella se defiende y dice que todo eso lo dejó su novio, que ella estaba dormida.
V
Cristian García Martínez, El Cris, mira a la cámara con miedo, como si alguien lo obligase a hacerlo. Le preguntan: “¿Con quién trabajas?”. Y él responde: “CePeEse”. “¿Quién te manda?”, “El mero patrón es Abel Maya, y el jefe de los sicarios es El Negro, Jesús Radilla”. El Cris toma aire y sigue: “De ahí El Loco, alias El Chucho; El Pelón, El Jamón, alias El Benjamón; Yoshiran, Nicole, Ricardo, alias Olais; Ponchis, Adalid y Erwin, alias Arcángel”. “¿Cuánto te pagan por cada gente que matas?”, “Tres mil dólares por cabeza”. “¿Y lo de Galerías?” —quien pregunta se refiere a los colgados de un puente en Plaza Galerías. “Yo, con todo mi grupo, hicimos eso, lo de Galerías”.
Este es otro de los videos que circuló aquel seis de noviembre pasado, cuando El Ponchis debió haber sabido que es falsa esa idea de que uno puede matar a cualquiera. En otro se ve a los jóvenes sicarios mientras esperan a que un hombre, parado en un bote, pierda el equilibro para que la cuerda le apriete el pescuezo. En uno más juegan a que ellos son los próximos asesinados, y se atan, y se vendan los ojos. Y otro, que quién sabe si exista pero del que todos hablan: donde El Ponchis saca una segueta y le susurra a la víctima lo que se avecina.
Los militares elaboraron un power point con todos esos videos y algunas fotografías. Ahí cuentan sobre una operación que realizó la 24ª Zona Militar el 29 de octubre pasado. Ese día, a las cuatro de la mañana, los soldados ubicaron una casa de la muerte del CPS. Estaba en Zacatengo 23, Tejalpa, y adentro había seis sicarios. Los militares no explican si los golpearon, si ellos se resistieron o si alguien se atrevió a confesarles que mataban por capricho. En la presentación castrense sólo aparecen los rostros de los seis matones, dos de ellos molidos a puñetazos. Están relajados, sin esposas, mirando a la cámara como si fuera el momento más importante de sus vidas.
En el power point los militares informan que los jóvenes son El Chino, El Bibis, Caler, El Chato, El Borras y un tal Rubén Rogelio; este último había estado en la cárcel en 2006 por robo de auto con violencia. Los otros han tenido una vida desgraciada, según el soldado que tiene la tarea de lidiar con la prensa. Los seis sicarios tenían todo un arsenal soviético y “artículos de tortura”: la segueta, el palo y la cuerda.
En otra parte del documento, los militares prueban que Zacatengo 23 es la misma casa donde los chicos grabaron dos torturas y donde ocho de ellos se fotografiaron encapuchados, sosteniendo los “cuernos” y las nueve milímetros. Lo que el informe no dice es que aquel 29 de octubre, en Zacatengo 23, también estaba El Ponchis. Salió por la puerta. Los militares lo vieron muy pequeño y lo dejaron ir.
Quién sabe si El Ponchis haya explorado eso que dicen los militares es su nuevo talento artístico: las decapitaciones. Pero es seguro que hay lugares donde andar limpio no tiene sentido. Morelos es uno de ellos.
M Semanal/ Redacción
Las Chavelas, hermanas de El Ponchis. Foto: EFE
Detiene el Ejército a El Ponchis
“Yo nada más los degollo (sic), pero nunca fui a colgarlos a los puentes”
En sus primeras declaraciones luego de ser detenido el jueves pasado por la noche en el Aeropuerto Mariano Matamoros del municipio de Xochitepec, al sur de Morelos, Edgar Jiménez Lugo, conocido como El Ponchis, señaló: “He matado a cuatro personas, los degollaba. Sentía feo al hacerlo. Me obligaban. Que si no lo hacía que me iban a matar. Yo nada más los degollo (sic), pero nunca fui a colgarlos a los puentes, nunca”. El menor de edad aseguró también: “A los 11 años me levantaron, me dijeron que me iban a matar”.
La detención la realizaron elementos del Ejército mexicano cuando Edgar Jiménez Lugo, de 14 años, el niño sicario integrante del Cártel del Pacífico Sur (CPS), se disponía a viajar a Tijuana en la línea Volaris, y de ahí a San Diego, acompañado de sus dos hermanas conocidas como Las Chavelas, informaron soldados que participaron en el arresto.
“Me detuvieron ahí, en el aeropuerto. Iba a San Diego, California. Iba a cambiar, a ver a mi madrastra, iba con mi hermana. El dinero para viajar me lo dio mi mamá”, declaró Jiménez Lugo. Una de sus hermanas llamada Isabel —de ahí el sobrenombre de Las Chavelas— manifestó haber mantenido una relación sentimental con Jesús Radilla Hernández, El Negro, a quien se identifica como el líder de los sicarios del CPS y único responsable de que su hermano participara en los crímenes, ya que lo drogaba, principalmente con marihuana.
Fue a su llegada a las instalaciones de la delegación morelense de la Procuraduría General de la República (PGR), en medio de un fuerte dispositivo de seguridad militar, donde El Ponchis confesó algunos de sus homicidios.
Un mando militar informó que a los detenidos se les decomisaron dos teléfonos celulares en los que se muestran imágenes que prueban cómo torturaban a sus víctimas. “Llevaban dos celulares, él un celular, su hermana traía otro; en los celulares vienen las pruebas de cómo torturaban a la gente, cómo la mataban, todo eso, pero está en sus celulares”, señaló el efectivo.
El operativo militar estuvo compuesto por más de 80 militares apoyados por agentes federales, quienes cercaron la estación aérea que ofrece vuelos a Tijuana. De acuerdo con el reporte, el encargado de degollar y cortar órganos genitales a sus víctimas huía del estado debido a que fue amenazado de muerte por El Negro. En su posterior declaración ante las autoridades, el adolescente aseguró no tener miedo y estar seguro de que saldrá libre pronto gracias a la ley de justicia restaurativa (que, entre otras cosas, prevé la protección a menores delincuentes) aprobada en el Estado de Morelos.
Milenio Redacción
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