Fuente: Milenio
Día con día
Héctor Aguilar Camín
- 2010-12-08•Al Frente
Pasé tres días en Chile, la semana anterior, presentando mi libro Pasado pendiente y otras historias conversadas.
Di entrevistas en Santiago. En ninguna faltó la pregunta por la guerra de México, el terrible caso de la violencia, la difícil situación por la que pasamos, la epidemia de narcos, matones, decapitados, ejecutados y secuestrados que asola a los mexicanos.
Dije una y otra vez que México no está en guerra y que la violencia no es la experiencia diaria de vida de la abrumadora mayoría de los mexicanos.
Repetí hasta el cansancio lo que he escrito aquí: que con la mitad de la violencia de Brasil hemos construido la imagen de un país al borde del abismo, mientras Brasil, con el doble de la violencia de México, se ha construido una imagen de éxito, y obtenido las sedes del Mundial de Futbol de 2014 y de la Olimpiada en 2016.
Algo tenemos que aprender de los brasileños. Está claro que han tenido un manejo público más inteligente de su violencia que nosotros.
¿Por qué somos más tontos?, me pregunta Ciro Gómez Leyva en una columna de la semana pasada.
Pues porque con cifras de violencia mejores que las de Brasil, por ejemplo, hemos construido una imagen internacional sórdida y violenta, muy inferior a la de Brasil.
¿Por qué hemos sido tan tontos?, insiste Ciro. Respondo en primera persona del plural: porque nos hemos regodeado en nuestra violencia con ingenuidad de prensa y democracia joven. Empeñados en corregir las partes impresentables hemos acabado mostrando sólo sus miserias.
El tema ha dejado de ser una cuestión de énfasis. Apunta ya al corazón ético de la profesión de informar. ¿Estamos diciendo la verdad de lo que nos pasa o dando una versión tan distorsionada de ella que acaba negándola? La pregunta para los medios es si estamos diciendo la verdad.
Creo que decimos la verdad hecho por hecho pero que la imagen acumulada de lo dicho es falsa, o tan desbalanceada que se parece más a una mentira que a una verdad.
¿Cómo corregir esto?, pregunta Ciro. No lo sé, pero cualquier respuesta ha de empezar por aceptar nuestra responsabilidad, la que nos toque, en la descripción del camello.
“¿Cómo se corrige nuestra asnada?”, termina preguntando Ciro. Respondo que no hablé de asnos ni de asnadas. Dije sólo que en esto nos portamos colectivamente como unos tontos. Acaso nuestro pecado colectivo ha sido la hipérbole.
Mi pregunta de regreso para Ciro es la inversa: ¿crees que como país y como medios de información hemos sido inteligentes en el trato público dado a nuestra violencia?
Di entrevistas en Santiago. En ninguna faltó la pregunta por la guerra de México, el terrible caso de la violencia, la difícil situación por la que pasamos, la epidemia de narcos, matones, decapitados, ejecutados y secuestrados que asola a los mexicanos.
Dije una y otra vez que México no está en guerra y que la violencia no es la experiencia diaria de vida de la abrumadora mayoría de los mexicanos.
Repetí hasta el cansancio lo que he escrito aquí: que con la mitad de la violencia de Brasil hemos construido la imagen de un país al borde del abismo, mientras Brasil, con el doble de la violencia de México, se ha construido una imagen de éxito, y obtenido las sedes del Mundial de Futbol de 2014 y de la Olimpiada en 2016.
Algo tenemos que aprender de los brasileños. Está claro que han tenido un manejo público más inteligente de su violencia que nosotros.
¿Por qué somos más tontos?, me pregunta Ciro Gómez Leyva en una columna de la semana pasada.
Pues porque con cifras de violencia mejores que las de Brasil, por ejemplo, hemos construido una imagen internacional sórdida y violenta, muy inferior a la de Brasil.
¿Por qué hemos sido tan tontos?, insiste Ciro. Respondo en primera persona del plural: porque nos hemos regodeado en nuestra violencia con ingenuidad de prensa y democracia joven. Empeñados en corregir las partes impresentables hemos acabado mostrando sólo sus miserias.
El tema ha dejado de ser una cuestión de énfasis. Apunta ya al corazón ético de la profesión de informar. ¿Estamos diciendo la verdad de lo que nos pasa o dando una versión tan distorsionada de ella que acaba negándola? La pregunta para los medios es si estamos diciendo la verdad.
Creo que decimos la verdad hecho por hecho pero que la imagen acumulada de lo dicho es falsa, o tan desbalanceada que se parece más a una mentira que a una verdad.
¿Cómo corregir esto?, pregunta Ciro. No lo sé, pero cualquier respuesta ha de empezar por aceptar nuestra responsabilidad, la que nos toque, en la descripción del camello.
“¿Cómo se corrige nuestra asnada?”, termina preguntando Ciro. Respondo que no hablé de asnos ni de asnadas. Dije sólo que en esto nos portamos colectivamente como unos tontos. Acaso nuestro pecado colectivo ha sido la hipérbole.
Mi pregunta de regreso para Ciro es la inversa: ¿crees que como país y como medios de información hemos sido inteligentes en el trato público dado a nuestra violencia?
acamin@milenio.com
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