Fuente: Milenio Semanal 
Lejos quedó el pandillerismo de poca monta que se enfrentaba a pedradas; hoy, los jóvenes pobres y sin expectativas son integrados al crimen organizado para, además de vender droga, asesinar, secuestrar y extorsionar.
2010-10-24 | Milenio semanal
Sus facciones aún son de niños, pero ya forman parte de la estructura  del crimen organizado en la zona metropolitana de Monterrey. Se trata  de los nuevos sicarios, aquellos que pasan a engrosar las filas de la  delincuencia organizada a pesar de ser menores de edad. Participan en  delitos relacionados con vigilancia, venta al menudeo y homicidio de  paga. Mueren a causa de la guerra que sostienen con los grupos  contrarios y en los enfrentamientos con las fuerzas castrenses. Son los  desechables, muchachos sustituidos de manera inmediata al ser abatidos  por otros cada vez más jóvenes. 
La cárcel o la muerte suelen ser los destinos finales de su  itinerario vital. Adquieren notoriedad social desde la invisibilidad que  los ha condenado a vivir al margen del progreso de la industriosa  capital regiomontana, que encierra a las nuevas generaciones de los  barrios populares en un callejón sin salida.
A RITMO DE CUMBIA
La vida de quienes engrosarán las filas de los grupos criminales se  caracteriza por un ambiente familiar con problemas y por una miseria que  los obliga a la inmediatez, donde el futuro es incierto y predomina una  socialización que llama a sacar el mayor provecho con el menor  esfuerzo.
Una cumbia colombiana suena a todo volumen en el corazón del sector  San Bernabé, zona ubicada al norte de Monterrey, tal vez el punto donde  el crimen organizado mantiene su mayor hegemonía. La melodía de Andrés  Landero, “Con el pie pelao”, domina el ambiente del barrio que hasta  mediados de los años ochenta era uno de los rellenos sanitarios de la  capital regiomontana: “Yo vengo con mi sombrero/ y mi pañuelo  amarrado./ La negra que me acompaña viene con el pie pelao,/ la negra  que me acompaña sí está buena de verdad”.
Una camioneta negra de modelo reciente, con doble cabina, circula a  alta velocidad rechinando llanta. Los habitantes de la colonia Fomerrey  105 se resguardan rápidamente en sus casas y sólo se limitan a decir:  “Ahora a quién van a matar o a llevarse; los padres tienen la culpa por  no ponerles freno”. Tan pronto como llegan se van. Al igual que otros  pandilleros de las grandes ciudades de México, estos jóvenes hoy son el  brazo fuerte, el semillero del que se nutren los grupos criminales.
La estrategia social del crimen organizado quedó descubierta en La Sultana del Norte durante  el primer semestre de 2009, cuando, tras la llegada de los militares en  apoyo a la lucha contra el crimen organizado, salieron a las calles  grupos de jóvenes de colonias pobres exhibiendo mantas de rechazo a esa  acción. La presencia de los “tapacalles”, con su rostro cubierto, fue la  primera imagen de un hecho gestado desde hace varios años: el binomio  pandillas y crimen organizado, una relación que desde 2007 llevó a la  constitución de   los grupos juveniles urbanos   como empresas  delictivas y no como simples instancias pendencieras.La imagen de los  chavos pelones en las calles del centro de la ciudad antes causaba  desprecio, pero hoy infunde miedo. 

    Grafiti con motivos religiosos y de vallenato en Santa Catarina.    
NO-LUGARES
En 2006, 55 personas fueron asesinadas por el crimen organizado, y en  2007 la cifra fue de 107. Para 2008 fueron 65 muertes, y en 2009 el  número se redujo a 56. En lo que va de 2010 van 519 homicidios, en su  mayoría de muchachos cuyas edades van de 14 a 29 años. De éstos, 412  pertenecían al crimen organizado, siete eran militares, seis policías y  agentes de tránsito y 30 civiles inocentes. La cantera casi inagotable  de muchachos pobres ha permitido la estrategia del terrorismo urbano  adoptada por los grupos criminales mediante granadazos, bloqueos de  avenidas y balaceras mortales en lugares concurridos y en horas pico, lo  que ha cambiado la vida cotidiana de los regiomontanos. 
El mapa del miedo ha aumentado a ritmo acelerado, al grado de  convertir sitios antes populares en “no-lugares”. En el caso de la  granada lanzada en Guadalupe por un joven de entre 20 y 25 años, hubo  testigos que mencionaron que uno de los participantes en el acto  criminal reía al momento de huir. A cuatro días de ese ataque, en pleno  centro de la ciudad la muerte hizo blanco en la joven Lucila Quintanilla  Ocañas; el homicida, descrito como un joven calvo y tatuado de no más  de 20 años, tenía como objetivo a un celador del penal de Topo Chico,  pero en un acto de descuido o de inexperiencia sus balazos hirieron a  varias personas y mataron a la estudiante.
Lejanas están aquellas imágenes de las pandillas riñendo a pedradas.  Ahora el crimen organizado las ha armado y aglomerado alrededor de sus  áreas de acción, y el negocio de la venta de drogas ha provocado un  cambio en su comportamiento delictivo: de vándalos han pasado a ser  secuestradores y extorsionadores, y son parte activa de la violencia  entre   grupos delictivos antagónicos. En la zona sur se tiene detectada  la presencia de al menos mil 900 pandilleros, y en la parte norte hay  más de 400 bandas   juveniles. “Indiscutiblemente es una situación de  alto impacto en nuestra sociedad, ya que estamos hablando de casi 30 mil  jóvenes que están integrados en algún tipo de pandilla. Esta situación  conlleva que las familias de las zonas más desfavorecidas tengan que  tolerar las actitudes de estos jóvenes”, asegura Patricia Cerda,  investigadora de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). “Nosotros  hemos hecho estudios en las escuelas secundarias y primarias. Hemos  realizado diagnósticos sobre violencia, y hemos escuchado que los  maestros saben que hay alumnos armados en las secundarias. La propia  Secretaría de Educación lo ha manifestado”, agrega.
Dentro de la compleja red que ha entretejido el crimen organizado,  destaca la existencia de mafias de primera e incluso de segunda  generación que, además de estar relacionadas en el tráfico de drogas,  tienen que ver con secuestros, infiltración de policías y extorsiones a  empresarios. “Hay una mutación de lo que era un negocio sustancialmente  monoproducto (el narcotráfico) a un fenómeno de estructuración  territorial para el control de cualquier tipo de actividad económica  delictiva”, asegura Manuel Treviño Wong, criminólogo de la UANL. “El  papel de las pandillas es aterrorizar, ejercer el control territorial y  ocuparse del trabajo de baja mano de obra, como el de sicarios para  ajustes de cuentas”, explica.

    La venta al menudeo de cocaína es el negocio base de las pandillas. 
La vinculación de las organizaciones criminales y las pandillas se  puede entender desde la óptica del control territorial: los grupos de  barrio y de esquina, con sus redes de solidaridad extensa, sus rituales y  compleja movilidad, han sido el mecanismo ideal para expandir de manera  silenciosa la telaraña del narco en la capital de Nuevo León.
Los menores, por lo general, empiezan su carrera como vigías  (“halcones”); después pasan a ser ladrones de casas. Posteriormente  roban a quienes transitan por las calles donde se ubica su territorio, y  después se gradúan en el robo de autos hasta que son reclutados por la  delincuencia organizada (“estacas”). 
Estos adolescentes son muy apreciados por las organizaciones  criminales, ya que por su corta edad no suelen ser arrestados, lo que  los hace ideales para “halcones” o “estacas”. Les pagan poco, pero al  provenir de familias desintegradas, ser pobres y desertores de la  escuela, ese pago mínimo les basta para sentirse exitosos y ostentar un  fuerte sentido de pertenencia.
Los nuevos sicarios hacen de su muerte una de las pistas más  expresivas de su forma de vida.   Monterrey se está convirtiendo en una  ciudad donde los muertos no gozan de duelo, especialmente   entre los  llamados desechables, de nula significación social, quienes, para los  suyos, representan figuras de héroes caídos en la guerra contra la  pobreza.
“LLEVAS LA DE PERDER”
Dos integrantes de pandillas —quienes pidieron el anonimato—  reconocen que las bandas actuales son más peligrosas y violentas, y  advierten que ahora es más difícil salir de ellas, pues su deserción  puede generar conflictos con los líderes que las controlan. “Uno entra a  esta transa porque le gusta el dinero, no es otra cosa más que eso;  pero como eres drogadicto, te vale todo lo que te dicen y vas y vas  probando más droga hasta que ya estás bien adentro del vicio”, menciona  uno de los entrevistados. “Luego viene la gente a ofrecerte más droga  para que vendas y para que consumas, y te conviertes en un esclavo; ahí  llevas la de perder, porque no sabes hasta dónde vas a vivir, es la  verdad. Es como estar muerto en vida, y todo por el poder y unos cuantos  pesos. La fama no te dura nada”, advierten.
Estos jóvenes, cuya narrativa de vida se caracteriza por la  negligencia social y por familias incapaces, derivan fácilmente en  conductas antisociales. “Hay amigos que me dicen que tienen dinero  gracias a lo que hacen, y que prefieren que los maten antes que ir a la  cárcel. Por eso viven muy de prisa, porque de todos modos van a morir;  pero piensan que es mejor hacerlo jóvenes y con dinero, que acabar  viejos y jodidos”.
La realidad es que los pandilleros obtienen no sólo bienes y dinero,  sino que en sus barrios de origen experimentan una sensación de  grandeza, de respeto social, un poder basado en el miedo que infunden a  los demás en medio de la impunidad: dejan de ser los chavos marginados  del barrio. Esto asegura su lealtad y, para los grupos criminales, valen  su peso en oro cuando pasan a ser un eslabón efectivo, presto y  desechable en la cadena de elementos que conforman los ejércitos del  crimen organizado.

    Menor de edad integrante de una banda de sicarios en la zona de Guadalupe, en Monterrey.    
EJÉRCITO CRIMINAL DE RESERVA
De acuerdo con un informe de la Subprocuraduría de Investigación  Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO), más de cinco mil  pandillas y bandas delictivas trabajan de manera conjunta o han sido  contratadas por Los Zetas, La Familia Michoacana, los  cárteles de Sinaloa, Juárez, Tijuana y el grupo   de los Beltrán Leyva.  En el informe se calcula que alrededor de mil 500 pandillas de jóvenes  entre los 14 y 25 años de edad se han asociado con las organizaciones  criminales que han reclutado bandas como Los   Aztecas, Pura Raza Mexicana y Los Linces.
Como parte de la integración de las averiguaciones previas sobre las  ejecuciones en Ciudad Juárez, Chihuahua, se encontró que ahora las  pandillas se han vuelto más violentas, y se calcula que en nuestro país  80 por ciento de éstas están integradas por jóvenes mexicanos y latinos,  mientras que 20 por ciento son una mezcla de mexicanos con  estadunidenses, principalmente en Texas y Arizona. Los datos fueron  proporcionados por un testigo protegido, quien dijo que la pandilla de Los Aztecas  es utilizada en Ciudad Juárez para limpiar el camino a un grupo de ex  militares adiestrados para realizar ejecuciones sin ser detectados,  conocido como Los Linces.
La Procuraduría General de la República (PGR) ubica a pandillas como Artistas Asesinos, Los Mexicles, Los Texas y Los Lobos como las que han conformado el comando Gente Nueva, grupo de sicarios que sirve al cártel de Sinaloa. El de los Beltrán Leyva también agrupa a pandillas como Los Pelones, Los Números y Los Negros. En el caso de estos últimos, la PGR presume que estaban dirigidos por Édgar Valdés Villarreal, La Barbie, ya detenido por las autoridades.
La Familia Michoacana, en cambio, presuntamente ha reclutado  a jóvenes evangélicos que conforman su guardia, sin etiquetarlos con  algún nombre. En el caso del cártel de Tijuana, se asegura que su grupo  de sicarios estuvo conformado, en un principio, por Los Narcojuniors, jóvenes adinerados que se aliaron al grupo de los hermanos  Arellano Félix.
Las informaciones de la SIEDO señalan que alrededor de 20 mil jóvenes  están integrados en estas pandillas al servicio de la delincuencia  organizada.
Arrecia la violencia
La violencia continuó en Monterrey la noche del lunes 18 de octubre,  cuando fueron victimados dos guardias de penales del estado: Ricardo  Palomino, del penal de Topo Chico, y Jesús Gallardo, de la cárcel de  Cadereyta. En San Nicolás, fue lanzada una granada de fragmentación en  el estacionamiento de una gasolinera. En el penal de Apodaca fue  asesinado un interno. El martes 19 por la noche fue arrojada una granada  contra el cuartel poniente de la Policía Municipal, la cual no estalló.  Casi a la misma hora, dos elementos de ese cuerpo de seguridad  resultaron heridos al ser baleados desde otro vehículo. Al día siguiente  fueron atacados policías de San Nicolás, uno de los cuales resultó  lesionado. Por la noche, la plaza principal de Guadalupe volvió a  resentir un ataque de sicarios, en el que murieron dos personas, un  policía y un civil, además de resultar herida una policía. Los elementos  formaban parte de un operativo para reforzar la seguridad tras el  estallido de una granada en esa plaza el dos de octubre pasado.

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